Los ingenieros definen el punto muerto como la disposición de los elementos mecánicos cuando no hay transmisión del movimiento. Según los expertos, circular con el coche en punto muerto es un hábito peligroso y refutan una leyenda urbana que afirma que dejar un vehículo en punto muerto en una pendiente es útil para ahorrar combustible. En un debate televisivo celebrado el pasado lunes tuve que responder a la pregunta sobre si el independentismo está o no en un punto muerto. Mi primera reacción fue decir que no. Una vez fuera del plató, todavía fui pensando en ello, especialmente después de conocer la noticia que un 63,42 % de la militancia de la CUP había optado para presentar una enmienda a la totalidad a los nuevos presupuestos de la Generalitat, dando a entender que está dispuesta a bloquear la tramitación.

Una vez más, la CUP se convierte en protagonista. Los anticapitalistas, que se sienten más cómodos con esta autodefinición que con cualquier otra, como a los de ERC les gusta que les denominen republicanos, vuelven a debilitar la posición del bloque que, por lo menos teóricamente, es partidario del derecho a la autodeterminación. El procedimiento de toma de decisiones de la CUP es embarullado, pero el resultado de cada consulta interna demuestra una constante. Mi sospecha es que los cuperos pierden la perspectiva cuando negocian algo que esté relacionado con Junts. Cuando la CUP decidió, un día antes de que Jordi Turull reingresara en prisión, que no le investirían president de la Generalitat, quedó demostrado el grado de sectarismo ideológico con el que actúan. Entonces no consultaron a la militancia por falta de tiempo, pero el consejo nacional y el grupo de acción parlamentaria acordaron abstenerse. Una abstención que, en la práctica, era como votar no y regalar un triunfo al juez Llarena. El sainete cupero llegó a cotas espectaculares con Mas, hasta que los anticapitalistas acordaron en asamblea tirar al “presidente de los recortes a la papelera de la historia”. El presupuesto del año 2020, bajo la presidencia de Quim Torra, tampoco se pudo aprobar con la CUP. Los comunes salieron al rescate. La CUP solo se ha decantado dos veces por apoyar el bloque independentista: al aprobar los presupuestos del “referéndum o referéndum” de Puigdemont y para investir a Pere Aragonès. Del “Catalunya será cristiana o no será” del obispo Torras y Bages hemos pasado al “Catalunya será anticapitalista o no será” actual.

El independentismo se encuentra en un punto muerto por muchas razones. La primera y más determinante es el efecto anestesia de la represión. ¿Saben ustedes que muchos represaliados, los que no son vips, no encuentran trabajo? Las derrotas, aunque sean parciales, porque electoralmente se supone que el independentismo continúa conservando su fuerza —el famoso 52 %—, dan este resultado. Salvo Anna Gabriel, que se exilió precipitadamente, los dirigentes de la CUP de octubre de 2017 no han sufrido los estragos de la represión con la misma intensidad que los líderes de ERC y Junts. No sé encontrar a alguien de la CUP entre los perseguidos por el Tribunal de Cuentas español. El Estado no ha embargado el patrimonio de ningún anticapitalista, a diferencia de lo que ha hecho, por ejemplo, con el “neoliberal” Andreu Mas-Colell. Quizás es porque ellos no estaban donde tocaba. Pero la CUP siempre ha sido protagonista de los momentos más críticos y a menudo se ha convertido en refugio de los decepcionados, aunque los anticapitalistas hayan sido los principales causantes de la frustración. Es un fenómeno que no es fácil de explicar. Las vacilaciones de los republicanos y los independentistas han ayudado bastante. Las disputas entre Esquerra y Junts también han contribuido a ello, porque las bases independentistas están muy asqueadas del partidismo que impide llegar a acuerdos. A diferencia de otras entidades cívicas, que han perdido bastantes socios últimamente porque todo el mundo ha visto sus debilidades y las dependencias políticas, el Consejo por la República ha ido consolidándose como un espacio alternativo. La mesa de edad de la sesión constitutiva de la asamblea de representantes del Consell fue presidida por Blanca Serra, una histórica de la izquierda independentista, y la nueva presidencia recayó en la joven Ona Curto, que es concejal de la CUP en Arenys de Mar. Las dos pertenecen a Poble Lliure, que es el partido que en la consulta cupera sobre los presupuestos de este año defendía seguir negociando con el Govern a pesar de haber presentado la enmienda a la totalidad. Con un 68,79 %, Poble Lliure consiguió imponerse a Endavant, el grupo al que pertenecen Gabriel, Carles Riera y la mayoría del grupo parlamentario y que es partidario de romper definitivamente con la negociación. Los del no a todo solo obtuvieron un 28,72 %.

Que el Govern tenga la necesidad de buscar otros apoyos por culpa de la intransigencia cupera acabará con la ventaja que todavía proporciona al independentismo el actual punto muerto. A veces para ser importante hay que ser útil

No toda la culpa de lo que está ocurriendo en el seno del bloque soberanista es de la CUP, evidentemente. Los republicanos y los independentistas han contribuido tanto o más que los cuperos para desmotivar a la base independentista. Se parece al tiempo del desencanto que muy rápidamente se apoderó de la gente después de los primeros años de la llamada Transición. La participación de Junts en un gobierno presidido por Aragonés, que solo trabaja para mantenerse en el poder autonómico y para ayudar al PSOE a hacer lo mismo en España, desdibuja la estrategia de confrontación que inspira la acción del Consell per la República y de Carles Puigdemont. Junts, que es un partido a medio cocer y que está muy mal dirigido, se ve obligado a hacer equilibrios para que se entienda qué propone. Las voces de los lobos solitarios a menudo no concuerdan. Los republicanos son mucho más claros, ciertamente. Han decidido aplazar, para no se sabe cuándo, todo intento de volver a enfrentarse directamente con el Estado. La derrota del 27-O ha hecho decantar a Esquerra por renunciar a la independencia como un objetivo inmediato, si bien no sabe cómo gestionar la relación con PSC.

La prioridad de los republicanos es la “normalización” política, objetivo que comparten con el PSOE, Unidas Podamos y las izquierdas periféricas. Por eso no presentaron una enmienda a la totalidad a los presupuestos de Pedro Sánchez y, en cambio, pactaron las enmiendas parciales con Bildu en vez de buscar la complicidad de Junts, sus socios de Govern. Esquerra ya pactó primero con la CUP que con Junts la investidura del president Pere Aragonès. Y a pesar de ello, los republicanos no han sabido atar corto a los anticapitalistas, como Junts no se ha planteado nunca seriamente llegar a acuerdos con Poble Lliure para deshacer de una vez el nudo político que nos ha llevado al punto muerto actual. ¿Por qué resulta tan fácil que Poble Lliure y Junts trabajen conjuntamente en el exilio y, en cambio, sean incapaces de llegar a acuerdos arriesgados y originales en el interior? Sería una novedad. Si se concretara electoralmente, tal vez obtendría un premio, mucho más que el experimento fallido del Front Republicà pactado entre Poble Lliure, Som Alternativa y Pirates de Catalunya para acudir a las elecciones españolas de 2019, cuando el candidato de Junts era un Jordi Sànchez todavía encarcelado. En Junts también los hay que vivirían muy mal este zarandeo del tablero político.

Los partidos del 52 % tienen que elegir qué quieren hacer con el apoyo popular que todavía conservan, a pesar de que la drástica caída de la participación electoral (que del 79,09 % pasó al 51,29 %) provocó que entre los tres partidos perdieran 713.296 votos. Consolarse porque el unionismo todavía perdió más votos, a pesar de que el PSC quedara en primera posición, no vale para nada. La sensación que tiene todo el mundo, y que de momento es difícil disipar, es que este punto muerto del independentismo es dañino para la causa. El riesgo de caer por el acantilado es alto. La decisión de la CUP de poner trabas a la aprobación de los presupuestos añade más leña al fuego. Llenarse la boca con la defensa en exclusividad de los intereses de la “clases populares” no resiste el desmentido que los republicanos y los independentistas tienen más apoyo popular que los anticapitalistas. Vean la suma: 1.176.120 votos (Esquerra + Junts) contra 189.924 (CUP). Si lo consideramos de este modo, la Catalunya popular apoya los presupuestos. Que el Govern tenga la necesidad de buscar otros apoyos por culpa de la intransigencia cupera acabará con la ventaja que todavía proporciona al independentismo el actual punto muerto. A veces para ser importante hay que ser útil. Esta es la oportunidad que estaba esperando el PSC y la CUP le está regalando el protagonismo.