“Nuestra obligación es encontrar una solución para seguir desarrollando la República catalana y continuar gestionando un gobierno autónomo”, dijo el MHP Carles Puigdemont en un acto en Gante (Bélgica) organizado por la sección juvenil del partido liberal flamenco Open VLD. De este modo, Puigdemont defendió la solución propuesta por JuntsxCat a los otros grupos soberanistas. Una solución que permita tener un gobierno bicéfalo, con una dirección en Bruselas dedicada a sacar adelante la República, y otra en el Palau de la Generalitat, encargada de gestionar la autonomía. Puigdemont será siempre el president 130 de los catalanes. El autonómico, sea quién sea, ahora sólo puede ser el president 130bis.

Cuando los puristas atacan este planteamiento, yerran. En política, como en la vida, uno debe aplicar el principio de realidad. Si la mayoría soberanista pudiera afianzar la República desde la plaza Sant Jaume, no tendríamos ni presos ni exiliados. El soberanismo, ante la evidencia del fiasco, ha reconocido que no tenía preparado nada para hacer efectiva la creación de un estado catalán. Ni previsión del control del territorio, ni ninguna alianza internacional. El 27 de octubre se proclamó la República, pero al día siguiente ya se había perdido la posición, sobre todo porque no se pudo oponer resistencia a la aplicación del 155, a la destitución del Govern y a la disolución del Parlament. Fueron dos procesos paralelos cuyo final fue que unos, los soberanistas, perdieron y otros, el Estado y los unionistas, ganaron. ¿Ilegítimamente? Claro que sí, pero ganaron. Momentáneamente, creo yo. La victoria unionista duró menos de un mes, aunque los efectos todavía se noten por la intervención de la autonomía, los encarcelamientos, el exilio y las imputaciones de altos cargos del anterior Govern.

Si el soberanismo no sólo hubiera logrado la mayoría absoluta sino que hubiese superado el umbral del 50%, ahora estaríamos ante un panorama muy distinto

Si nos paramos a pensarlo, la victoria de los autoritarios no fue tan rotunda como parece. Rajoy se vio obligado, dicen que presionado por la UE, a convocar elecciones. Y el 21-D el unionismo perdió las elecciones, a pesar de que Cs fuese el partido más votado, porque los tres grupos soberanistas consiguieron retener la mayoría absoluta que ya tenían en la anterior legislatura suspendida. Ahora bien, a pesar de que JuntsxCat reclamó en campaña electoral la legitimidad del president Puigdemont y su regreso, los resultados fueron los que fueron. No nos engañemos. Si el soberanismo no sólo hubiera logrado la mayoría absoluta sino que hubiese superado el umbral del 50%, ahora estaríamos ante un panorama muy distinto. Durante la campaña electoral ya se constató que los tres grupos soberanistas no estaban de acuerdo y que tenían estrategias muy distintas. Incluso entre JuntsxCat y el PDeCAT se ve una grieta que si no se sutura acabará frustrando el movimiento republicano e independentista que se constituyó en torno de Carles Puigdemont. Son estas discrepancias de fondo las que han imposibilitado la investidura de Puigdemont en el Parlament. ERC la impidió, dejémoslo claro. No fueron los únicos en oponerse a ello, pero la maniobra de Roger Torrent fue tan espectacular y unilateral, que no se puede esconder quién suspendió el pleno del día 30. Ahora estamos en una segunda fase, que es la de intentar investir un presidente autonómico mientras se refuerza la figura del president en el exilio. Y es por eso que se reproducen las disidencias entre los tres grupos soberanistas. Cada uno propone cosas diferentes. ERC reclama constituir el Gobierno autonómico como sea, y por eso se dedica a la negociación, que no se ve, sobre su composición; JuntsxCat quiere recuperar el poder pero reclama que a la vez se determine cuál será el papel del MHP Carles Puigdemont en la nueva etapa, y la CUP exige que se haga efectiva la proclamación de la República como si no hubiera pasado nada, pero no dicen cómo hacerlo ni quieren asumir ningún compromiso gubernamental.

La autonomía tiene que asegurar los servicios a los ciudadanos, que es una forma de recuperar parte del poder

El Govern de Catalunya, lo reconozcan o no los partidos unionistas, estará en Bruselas mientras la mayoría parlamentaria soberanista lo avale. Dependerá de los 70 diputados de JuntsxCat, ERC y la CUP que eso sea así. Como escribe la socióloga norteamericana Liah Greenfeld en un breve librillo publicado por el CCCB, “la mayoría de las luchas y los conflictos nacionalistas (como los catalanes saben mejor que nadie) son conflictos y luchas por la dignidad” [Nacionalismo y democracia, 2016]. Este es el sentido de la propuesta de resolución que se votará hoy en el Parlament. Para los soberanistas —y ni el presidente autonómico, el 130 bis, ni los nuevos consellers deberían olvidarlo— la autonomía es lo que realmente es Matrix, como gusta denunciar Inés Arrimadas refiriéndose a Bruselas. La autonomía tiene que asegurar los servicios a los ciudadanos, que es una forma de recuperar parte del poder, pero las directrices políticas las debe determinar el president legítimo, el que vive en Bruselas exiliado. El verdadero president 130. Si no se acepta este planteamiento, los soberanistas quizás deberían renunciar a formar Govern y repetir las elecciones. No soy partidario de que eso ocurra, pero es que la politiquería está acabando con la paciencia de la gente. Al final resultará que no les votará ni el Tato.

En el mito de la caverna, que es el argumento de las tres películas protagonizadas por Keanu Reeves, Platón establece una concepción dualista. Por un lado, habla de la realidad material o sensible que es sólo un mundo imperfecto y efímero, mientras que el auténtico ser, el mundo inteligible (de las ideas), es lo más valioso y perfecto, eterno e inmutable. Elijan ustedes. La autoridad de los presidentes 130 y 130bis emanará del Parlament porque así lo determinaron las urnas. Los tres grupos soberanistas tendrían que aceptar, sin poner tantos impedimentos, que Puigdemont ganó las elecciones.