El espionaje tiene suerte. Al día siguiente de cuando se conoció que el Estado había conspirado ilegalmente contra Ernest Maragall, aunque todavía no sepamos en qué intensidad, Esquerra puso en circulación el argumentario que habitualmente manda a los tertulianos y no decía ni media palabra sobre ello. Solo destacaba las heroicidades del conseller de Empresa i Treball del Govern, Roger Torrent. El espionaje contra su candidato a la alcaldía de Barcelona no figuraba entre las prioridades informativas d'Esquerra. Puesto que los republicanos iniciaron hace tiempo el proceso de cambio de género, el ajetreo del espionaje les incomoda. Es por eso por lo que para el estratega de comunicación del partido republicano era imprescindible que la atención mediática se centrara en el hecho de que la empresa surcoreana ILJIN Materials, fabricante de componentes de baterías, inaugurará una fábrica en Mont-roig del Camp (en el Baix Camp). Y eso a pesar de que el conseller Torrent en abril del año pasado publicó Pegasus. L’estat ens espia (Ara Llibres), un libro, estructurado en forma de dietario, con el cual el expresidente del Parlament explica cómo fue espiado en 2019 con el mismo software malicioso con en el que se espió a Maragall durante las elecciones municipales de aquel año. 

No pretendo insinuar que la inversión de 600 millones de euros de la empresa surcoreana no sea importante. La operación tiene, sin embargo, un regusto de consolación. Sobre todo, después de que Catalunya perdiera la inversión de 7.000 millones de euros del grupo Volkswagen, que decidió instalar su gran planta de baterías en Sagunt, lejos del área metropolitana de Barcelona, donde está ubicada la fábrica Seat, la más relevante del grupo automovilístico alemán en el Estado. Los inversores surcoreanos darán trabajo a medio millar de personas, la inversión en la fábrica valenciana comportará la creación de 3.000 puestos de trabajo. La diferencia no es poca. Claro está que los partidarios de los Països Catalans no se tendrían que preocupar demasiado, porque Sagunt forma parte de ellos y catalanes y valencianos somos, cuando menos, primos hermanos. Dejando a un lado los sarcasmos, nadie puede negar que se desconoce cuál es el plan de reindustrialización de Catalunya. Las grandes inversiones se evaporan y el futuro de la antigua fábrica Nissan es tan enigmático como un agujero negro.

El miedo paraliza, pero la carencia del más mínimo sentido de la oportunidad hace que la política catalana desaproveche ahora una de las crisis democráticas más profundas de los últimos veinte años

Los republicanos están en plena campaña de “normalización”. Pero tienen un problema muy gordo, respecto a los equilibrios triunfalistas pujolistas del pasado, y es que ellos solo pueden pactar con el PSOE y Unidas Podemos. Pujol, en cambio, practicó siempre la geometría variable. Un día pactaba con Felipe González y el día siguiente con José María Aznar, respetando las mayorías parlamentarias españolas. Por eso Pujol pudo mantenerse en el poder veintitrés años. CiU era un partido —dos— nacionalista catalán y, como escribió Paola Lo Cascio en la tesis que le dirigí yo mismo y que la Editorial Afers publicó en 2008 con el título Nacionalisme i autogovern. Catalunya, 1980-2003, al mismo tiempo era considerado el partido nacional, el que representaba a Catalunya. Era una especie de SNP sin serlo realmente, venía a decirnos la politóloga italiana, si bien, a diferencia de los escoceses, el pujolismo fue escorándose progresivamente hacia la derecha. Esquerra es un partido unidireccional. No tiene margen, porque no tendría estómago para llegar a acuerdos con el PP, y es por esta razón que no puede atacar a la izquierda española. No puede poner en crisis su alianza con el PSOE. De otro modo, toda su estrategia política se vendría abajo. El asunto del espionaje es importante, pero no tan importante como para que Esquerra tumbe a Pedro Sánchez. En realidad, el CatalanGate es un escándalo mayúsculo que habría tenido que llevar el independentismo a derrocar a este gobierno que solo se sostiene por la debilidad política de sus aliados. Y esto vale tanto para Esquerra como para Unidas Podemos, que atraviesan una crisis de identidad profundísima. Pasan los años y nada cambia, como si un partido político también estuviera condicionado por la herencia genética. La Esquerra de 2022 se ha encadenado al PSOE como la Esquerra de 1934. Conocemos sus consecuencias, por lo menos las provocadas por la crisis en tiempos de la Generalitat republicana que llevaron a la cárcel el Govern presidido por Lluís Companys después del 6 de Octubre.

El espionaje, escribió Torrent en su libro, “no solamente consiste en hacerse con el control de la información, también es esencial la sutil demostración de este control, hacer explícito el poder. Dar miedo”. ¡Exacto! El miedo es lo que llevan agarrado al cuerpo los dirigentes de Esquerra desde la aplicación del 155, el encarcelamiento y exilio de los dirigentes de 2017. Tengo vivo el recuerdo de los reproches que me hicieron secretarios y directores generales de Esquerra en el bar del Parlament el 30 de enero de 2018. Aquel día estaba previsto investir al president Carles Puigdemont, entonces, como ahora, en el exilio. La investidura no se llegó a producir. Ni siquiera se votó. Servidor en aquel tiempo era director general de la Escola d’Administració Pública a propuesta de Junts y estaba alineado con los partidarios de tirar para adelante. Los altos cargos republicanos me recriminaban el aventurismo, según ellos, de provocar una crisis como esa. “¿Es que queréis que nos encarcelen a todos?” —me decían. No fueron los únicos en manifestarse así, evidentemente. En Junts también había quien defendía lo mismo. El miedo paraliza, pero la carencia del más mínimo sentido de la oportunidad hace que la política catalana desaproveche ahora una de las crisis democráticas más profundas de los últimos veinte años. Y miren ustedes que en esta ocasión no ha sido necesario buscar el apoyo internacional. El camino ya estaba trillado. La denuncia sobre el espionaje, el Watergate español, surgía del extranjero.