1. “Defenderemos el referéndum porque sabemos que es la propuesta más inclusiva para resolver conflictos como el que vivimos”. Esta es la propuesta del presidente Aragonès para la reunión de la próxima semana. El modelo es Escocia, ha dicho. Aunque el contexto sea el Once de Septiembre, las novedades refritas cuestan de tragar. El 23 de diciembre de 2016 se constituyó en el Parlamento de Catalunya el Pacto Nacional por el Referéndum en sustitución del Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, creado en 2013. El pacto de 2016 se deshizo en 2017, justo después del referéndum del 1-O. Entre los grupos que estaban presentes en la Ciutadella, ahora los hay que ponen en cuestión todo aquello. El Estado consiguió sentar en el banquillo de los acusados a los artífices del referéndum, en un claro intento por desarticular el movimiento soberanista, y lo ha conseguido. El entramado de los comunes, que desde que ha llegado a la mesa del Consejo de Ministros se ha desdicho completamente de todo lo que defendía anteriormente, lo considera una tontería. A la ministra autoproclamada comunista le ha costado menos pasearse ahora por la Ricarda que plantarse en Lledoners para defender la libertad de los presos en 2020, cuando recibió el encargo de la cartera de Trabajo y Economía Social. Por lo menos habría podido imitar a Pablo Iglesias, que fue más valiente en la defensa de los presos. La libertad de las personas es más importante que la vida de los gorriones. Que el presidente Aragonès haya vuelto a llamar a una alianza entre instituciones, partidos, sociedad civil y ciudadanía para hacer inevitable el referéndum, es un completo déjà vu. Ya hemos vivido algo parecido en otros tiempos y al final resulta que todas concesiones a los comunes no amplían la base, sino que la reducen. Cuando una vía se ha intentado tantas veces y ha fracasado, hay que buscar otra. Es cierto que la unilateralidad mal dirigida es un engaño, pero lo es tanto como una mesa de diálogo que no aporta ninguna solución real.

2. El referéndum es la solución ideal, pero nadie ha encontrado la fórmula para celebrarlo sin que el Estado acuse a los convocantes de golpistas y a los ciudadanos de terroristas. Sin que el Estado pueda impedirlo y anular el resultado. El problema no es qué, sino cómo. En este sentido, el modelo no es Escocia. Si debiéramos tener un modelo, que no lo creo, seria Kosovo. Por muy cafres que sean los políticos conservadores de Londres, lo son menos que los progresistas de Madrid o los ultranacionalistas de Belgrado de los años noventa. Aun así, hay que tener siempre presente lo que dijo en su día Timothy Garton Ash: las revoluciones triunfan según el marco exterior. Ningún político español, sea de derechas o sea de izquierdas, acordará con un gobierno independentista la posibilidad que en Catalunya se ejerza el derecho a la autodeterminación. Se lo tendrán que arrancar, en todo caso, debilitando su posición internacionalmente, además de desestabilizarle parlamentariamente. La mesa de negociación, que ahora mismo nadie sabe cuándo va a reunirse ni qué orden del día tiene, no servirá para acordar esta salida. Insinuar que esto podría ocurrir es, sencillamente, engañar. La mesa de diálogo no es una alternativa a la unilateralidad. Es una forma de ganar tiempo de quien no sabe qué hacer. Se hace política con palabras, pero la retórica no transforma la realidad. Los hechos son los hechos. Y es que para negociar con un gobierno español y hacer política hay que saber, primero, historia de España. España solo se doblega por la fuerza. El primer ministro neerlandés, Mark Rutte, es historiador y por eso es tan inflexible con las veleidades españolas en la UE. Aunque hayan pasado muchos siglos, la Guerra de los Treinta Años o el Tratado de Utrecht son el hilo que une a neerlandeses y catalanes. Los primeros lograron la independencia y los segundos perdieron, primero, territorio y después la libertad. Y hoy en día los Países Bajos tienen Estado y Cataluña es una región de España.

3. Volvamos al cómo. A cómo conseguirá Esquerra pactar con el gobierno de España un referéndum. Los republicanos y los diarios del establishment son los únicos que confían en esta vía. El resto de los partidos son solo condescendientes con ellos. Cuando Pere Aragonès afirma que la mesa de diálogo es resultado de la voluntad del 52 % (cifra redondeada) que apoyó a las candidaturas independentistas el 14-F, yerra, por no decir otra cosa. La mesa de diálogo fue resultado de un pacto entre partidos, de un peix al cove de Esquerra (que solo representa el 21.3 % de los votantes), para garantizar la investidura de Pedro Sánchez. Y esta es su principal debilidad. Si los independentistas de Junts hubieran decidido situarse al margen del nuevo gobierno, que es lo que tendrían que haber hecho, ahora se vería más clara la provisionalidad coyuntural de la propuesta y se entendería mejor el desprecio de Pedro Sánchez hacia la mesa. El PSOE sabe perfectamente que los republicanos no son una amenaza para él. Los de Aragonès están atrapados por la telaraña que han tejido las izquierdas españolas en el Congreso ante la amenaza de la triple derecha. Tiene sentido que los partidos que no quieren separarse de España se alíen con el PSOE. Que lo haga de una forma permanente un partido secesionista es directamente suicida. Queda atado de pies y manos y además sin dientes. Si el modelo fuera Escocia, que no lo creo, habrían aprendido que el SNP no es tan dócil.

Para negociar con un gobierno español y hacer política hay que saber, primero, historia de España. España solo se doblega por la fuerza

4. Es necesario encontrar nuevos caminos. Los atajos tampoco nos sirven. La unilateralidad no es posible porque el partido que la defiende no tiene la fuerza para imponerla ni un plan real. Reclamar la independencia como quien pide un milagro resulta absolutamente contraproducente para la causa. Con el 20.07 % de los votos no se puede pretender desbordar el Estado. Y todavía menos si tienes en contra a los republicanos y a los anticapitalistas, unos porque solo están obsesionados por sustituirte en las instituciones autonómicas y los otros para mandarte a la “papelera de la historia” con un exiguo 6.68 % de votos. Lo escondan mejor o peor, todos los partidos tienen que hacer equilibrios para defender su posición minoritaria. Una propuesta que quiera ser mayoritaria de verdad tiene que ser forzosamente compartida. Acordar una estrategia así no quiere decir aceptar a disgusto la del otro, que es lo que ocurre hoy. No tiene ningún sentido. Una estrategia compartida significa sentarse y acordar una hoja de ruta que ponga por delante los intereses de la gente que este sábado volvió a llenar las calles a tope. Republicanos e independentistas comparten el gobierno, con muchas dificultades, como se ha visto a raíz del asunto del aeropuerto, pero no la estrategia a seguir ante el Estado. Al contrario, se enfrentan a él divididos, compitiendo. Por eso aumenta la abstención electoral.

5. La realidad es más compleja que una simple estadística. Ayer, por ejemplo, un diario de Barcelona volvía a la carga para demostrar que el independentismo tiene cada vez menos apoyos sociales. Lo hacía con la típica trampa de relacionar el tanto por ciento de los votos válidos obtenidos en las elecciones del 14-F por todas las candidaturas independentistas (51.32 %, exactamente) con el censo total del electorado. El resultado es, según el rotativo de la derecha monárquica, que el apoyo a la independencia es una fantasía. Eso mismo aseguraba Mariano Rajoy en 2014 y ya sabemos cómo acabó todo aquello. Los apoyos parlamentarios jamás se obtienen así, porque de lo contrario hoy no tendríamos un gobierno como el que tenemos. El unionismo, siguiendo la lógica del comentarista que mezcla churras con merinas, representa un escaso 23.76 % del censo, muy lejos, por lo tanto, del 41.6 % del 2017. ¿Es que el unionismo también está en crisis? Si el analista fuera honrado de verdad, en vez de escribir una pieza para demostrar que el independentismo está cayendo en picado, habría escrito otra para contar el fracaso de unos políticos que han provocado el aumento de la abstención desde un reducido 25.0 % en 2015 y un 20.9 % en 2017 al 48.71 % de 2021. Este dato es lo que debería preocupar a todo el mundo. Queda demostrado que en los momentos más álgidos del Procés la democracia en Cataluña funcionó a todo gas. Esta es la vía, como antes también lo era, que el independentismo gane siempre en las urnas. Y para lograrlo es necesario compartir ilusión, unidad y movilización. Hay que volver a la democracia y esto es lo que se niega a reconocer el Estado y que en 2017 combatió a porrazos y con encarcelamientos. Los partidos catalanes deberían acordar cómo desbordar otra vez al Estado sin tanta ingenuidad y división. Por eso es tan importante conciliar la acción en el interior en todos los frentes con el Consell per la República, punta de lanza de la acción exterior.