La historia de España de los últimos dos siglos es resultado, en gran medida, de una reiterada intervención del ejército en la vida pública. No es que lo diga yo, es que lo demostró Carlos Seco Serrano hace muchos y muchos años en un libro que todavía se puede encontrar en las librerías, cuando menos en las de viejo: Militarismo y civilismo en la España contemporánea (1984). La pretensión de Seco, que es un historiador conservador que fue catedrático en la Universitat de Barcelona —y ahora, a sus 96 años, todavía es miembro de la Real Academia de la Historia—, era exaltar la propuesta de Cánovas del Castillo de acabar con los pronunciamientos de la época fernandina e isabelina con la imposición de un régimen bipartidista, copiado de la monarquía británica, que consiguiera retomar el civilismo anterior a 1808. El problema fue que el experimento ya empezó mal, con el golpe del general Pavía de 1874 y el posterior pronunciamiento, en diciembre de 1876, de otro general, Arsenio Martínez Campos. Acabó peor. En 1923 Miguel Primo de Rivera impuso una dictadura pura y dura. Entremedias, sin embargo, la intervención de los militares en la vida pública española se repitió una y otra vez, sobre todo desde el desastre colonial de 1898. Algunos ejemplos de ello fueron el asalto militar a la revista satírica Cu-cut de 1905, la Semana Trágica de 1909, la crisis huelguista de 1917 o la derrota colonial de Anual de 1921. Como resumía con sorna mi padrino Agustí: “entre semanas cómicas, semanas trágicas, dictaduras y dictablandas”, España fue siempre un campo de batalla dirigido desde la sala de banderas.

Seco fue uno de los muchos historiadores que defendieron que Adolfo Suárez era una especie de Cánovas reencarnado y que el rey Juan Carlos I era el nuevo Alfonso XII, aunque mejorado. Si Cánovas había sabido convertir al hijo de Isabel II en un rey-soldado para evitar la tentación de recurrir nuevamente a los caudillajes castrenses, la Transición inauguró una nueva “empresa de paz” dirigida por Suárez y presidida por el rey. Esta era la tesis del artículo “Civilismo y militarismo” que el propio Seco Serrano publicó el 3 de junio de 1982 para contrarrestar los argumentos historicistas que había usado el abogado defensor de Tejero en el juicio contra el teniente coronel golpista. El “comentario de urgencia” que escribió Seco no es muy coherente y, además, la réplica está cogida por los pelos. A decir verdad, todo el artículo ratifica la tesis de Ángel López Montero, el abogado predilecto de la extrema derecha española, que en la defensa de Tejero soltó que la historia contemporánea de España se articula en una sucesión de golpes y pronunciamientos militares, a veces obedeciendo a un impulso soberano —el de Fernando VII, en 1814 y 1822; el de Alfonso XIII, en 1923—, que han ayudado a que España avance. López Montero podría haber mencionar el impulso soberano del 23-F, pero no lo hizo y Seco Serrano escribe en su artículo lo que es una aberración: “La intentona de 1981 fue pura y exactamente una negación de la soberanía devuelta a los españoles por el Rey”. Ningún régimen democrático puede derivar del “retorno real” de absolutamente nada. La España constitucional sufre, precisamente, del defecto que el nuevo rey-soldado, Juan Carlos I, y su hijo, Felipe VI, fueron formados en el militarismo, que por lo que se ve se contagia, y los militares hicieron su trabajo para condicionar el pacto de 1978.

El coronavirus mata personas y matará a muchas más mientras no se tomen las medidas adecuadas. Entretanto el PSOE y Podemos aprovechan la ocasión para sedar la democracia con el apoyo entusiasta de la derecha y la extrema derecha

La crisis sanitaria del coronavirus ha propiciado la reaparición del ejército “custodiando” a las autoridades civiles. Algunos de mis amigos me piden que les explique cómo ha ocurrido algo así en una España que dispone de un “gobierno progresista”. Lo hubieran encontrado normal si se tratase del PP, porque la derecha española es militarista por naturaleza. Les he aguado la fiesta cuando les he invitado a entrar en el timeline de Twitter de los influencers podemitas y los comunes. La defensa enconada que hacen de “su” gobierno y el ataque de patriotismo militarista que les ha entrado es propio del bonapartismo que contaminó la izquierda española en otros tiempos. Esa izquierda que es hija de Marx pero que en vez de entender la crítica del ilustre barbudo al régimen personalista, cesarista y autoritario del 18 Brumario, hace todo lo contrario y copia a las “democracias autoritarias”, que es el eufemismo que usan los comunistas y poscomunistas para referirse en China, y convierte al ejército en protagonista de una crisis sanitaria. ¡Ningún otro estado europeo ha hecho algo parecido! Que los generales del ejército celebren ruedas de prensa para dar explicaciones de lo que es competencia de las autoridades civiles es propio de las dictaduras constitucionales, como aquella que Franco convirtió en un reino sin rey a la espera que, a su muerte, reinaría Juan Carlos I según su modelo.

La imagen de los ministros españoles escoltados por los militares da grima, sobre todo si, además, no sirve para atajar la pandemia. El estado de alarma se ha convertido en un estado de excepción encubierto. La diferencia entre el nacionalismo banal y el nacionalismo cesarista es esa. En el militarismo no existe la sutilidad y el poder civil se mezcla con el militar, como hacían Hugo Chávez o Franco. Debe de ser por eso que la exhibición de uniformes militares de estos días promovida por el “gobierno progresista” no incomoda en absoluto a los cabecillas de Podemos y los comunes, como tampoco se quejan del atraco, a mano armada, del material sanitario que debería servir para atender a los ciudadanos de Catalunya. La discriminación presupuestaria de los equipos médicos catalanes de investigación es escandalosa. Incluso la dictadura china se muestra más solidaria —y todo el mundo sabe por qué— que España. El coronavirus mata personas y matará a muchas más mientras no se tomen las medidas adecuadas. Entretanto el PSOE y Podemos aprovechan la ocasión para sedar la democracia con el apoyo entusiasta de la derecha y la extrema derecha. Es el resurgir de la España eterna, dijo ayer Pablo Casado mientras reclamaba desplegar el ejército por todas partes, sin darse cuenta de que, como observa una buena amiga mía, lo único que es realmente eterno es la muerte.