A los poderosos les resulta cada vez más costoso embaucar a la gente. Puede costar más o menos, pero nadie es engañado durante mucho tiempo sin su consentimiento. El historiador Ferran Soldevila mantuvo casi toda la vida una relación extramatrimonial con la poeta Rosa Leveroni. ¿Es que alguien puede creerse que su mujer, Yvonne Lepage, no lo sabía? Jordi Pujol mintió sobre la deixa de su padre y consintió que sus hijos se convirtieran en un clan mafioso, y al final todo el mundo conoció aquella trama porque el gobierno español quería que pringase todo el independentismo. Con el rey emérito ocurrió algo parecido. Con Rodrigo Rato, también. Con Luis Bárcenas, es evidente. Y con el multimillonario Jeffrey Epstein y su red de prostitución y abusadores. La verdad siempre está ahí, por mucho que la entierren, y a veces se desvela porque la lucha de intereses provoca que un bando intente destrozar a otro poniendo en marcha el ventilador. Ya lo advertía Joan Fuster en su Diccionario para ociosos: si no eres una de aquellas personas que sabe mentir bien, más vale desistir de hacerlo. Es mejor “procurar ser verídicos siempre y por principio”. La mentira desacredita a quien la propala y, en la esfera del espacio público, provoca que políticos y dirigentes sociales pierdan credibilidad.

Puesto que no sé mentir, soy demasiado crédulo. Me engañan con mucha facilidad. También es cierto que, cuando me doy cuenta de ello, cuando tengo pruebas suficientes para determinar que me han quitado la cartera de la amistad, entonces soy implacable. Quizás perdono, pero no olvido el falseamiento. Tengo dificultades para digerirlo; tanto, que me aboca a la ruptura espiritual con quien me ha mentido. Le retiro la confianza, a menudo, de por vida. Descubrir que alguien te ha mentido en algún aspecto esencial de la relación que mantenías es una gran decepción. No es que yo sea un rigorista y piense, por ejemplo, que engañar a tu pareja sea un acto derivado de la maldad humana. Es por algo más. Es por lo que tiene de triunfo de la “precariedad de los vínculos” de igualdad en el seno de una pareja, de la mercantilización del amor romántico, como diría Tamara Tenenbaum, la jovencísima autora argentina del ensayo El fin del amor. Amar y coger. En estos casos se miente —eso lo digo yo y no ella— por la incapacidad humana de encarar con valentía las cosas del espíritu y de la unión profunda y amorosa entre dos personas. Por miedo, en definitiva, de que cuando se acabe el deseo sexual se acabe, también, la necesidad de estar junto al otro. No piensen que he sido un santo a lo largo de mi vida. De ningún modo. Las he hecho buenas. Pero a medida que he acumulado años, he dejado de “creer” que una buena mentira vale por una verdad. Una verdad dolorosa es mejor que una mentira útil, aseguraba Thomas Mann. Y llevaba razón. Cuando oigo que un político dice, para reforzar el discurso que está dando, que él no miente jamás, replicadle que en aquel momento lo está haciendo.

Repetir en campaña que querías que Leo se quedara en el Barça y después no tomar ni una de las medidas que tú mismo exponías en campaña para conseguirlo, abre la puerta para que se sospeche de que no se estaba diciendo toda la verdad

Lo cierto es que, como ya dije, la sociedad actual no se deja engañar fácilmente. Pero también es verdad que a las personas de hoy en día no les gusta sufrir. Son alérgicas al dolor. Enfoquémoslo mejor. A la gente le encanta pensar que un individuo es mejor de lo que en realidad es. Se lo cuento con un ejemplo. A raíz de la marcha repentina del Barça del gran futbolista que es Leo Messi, el historiador Josep M. Solé Sabaté lanzó un tuit que me conmovió al leerlo. Era de un idealismo propio de otro tiempo, de una galaxia que se ha fundido en el universo. El antiguo presentador de una de las tertulias radiofónicas más entretenidas y profundas, sin caer en la pedantería, que se han emitido nunca, Postres de músic, pedía a Messi que hiciera un sacrificio por amor a los colores. Que renovara a coste cero. Le cantaba aquello de “Blaugrana al vent / un crit valent…” para que el futbolista pasara de la “temporalidad a la eternidad”. El fútbol se convirtió en un deporte profesional precisamente por todo lo contrario a lo que exige Solé. Los obreros profesionalizaron un deporte dominado y regulado por aristócratas. En la serie The English Game (Netflix) está muy bien explicado. Un obrero escocés, Fergus Suter, es uno de los protagonistas de la serie y sale en los libros de historia como el primer jugador profesional de fútbol, como si él hubiera conseguido la jornada laboral de ocho horas.

Hoy en día los futbolistas cobran para comprarse un Ferrari o un Bentley Continental GT Mulliner Coupé, que es una pasada de coche. Y entrenan lo justo. No conciben el amateurismo porque, en vez de jugar a fútbol porque son ricos, es el fútbol lo que les ha enriquecidoTambién es verdad que ellos consiguen que los clubes se enriquezcan con la atracción de patrocinadores. Nike pagará una morterada al Barça hasta 2027, pero ya se verá lo que ocurrirá en el futuro sin el icono, porque Messi está patrocinado por la alemana Adidas y el vínculo con la multinacional estadounidense era mediante el club. En el asunto Messi hay cartas que no ligan. La sombra de la mentira sobrevuela todas las explicaciones. Joan Laporta empezó mal apenas elegido presidente, cuando se constató que no tenía el dinero para avalar su candidatura. A tres semanas de las elecciones solo cinco personas, de las catorce que formaban su candidatura, ponían el dinero o el patrimonio necesario. Ello provocó que una vez elegida, Laporta tuviera que buscar avales fuera de la candidatura y pedir favores. Así es como entraron en escena José Elías (Audax), que “colocó” a su socio, Eduard Romeu, como vicepresidente económico y Jaume Roures (Mediapro), quien finge desinterés cuando es el principal interesado. La operación también comportó la salida del responsable económico de la candidatura, Jaume Giró. La explicación que se dio podría calificarse de mentira piadosa para maquillar un movimiento extraño, que se vendió que era a causa de la tarea profesional de Giró. Sin embargo, tomen nota de aquel episodio para entender qué ha pasado.

En una entrevista de febrero de 2021, el actual conseller de Economia del Govern de la Generalitat advertía que, si no se reducía la masa salarial, sería imposible revertir la práctica quiebra del club. Y eso debía comportar, simple y llanamente, preservar la gran fuente de ingresos, que era Messi (acordando también una rebaja de la ficha) y sacarse del encima, aunque fuera regalándolos, a Umtiti, Coutinho, Griezmann y Dembélé, además de rebajar las nóminas —un 25 %— de Piqué, Busquets y Alba. Medio año después, ni Giró ni Messi están en el Barça. ¡Ostras! Si al final se acaba sabiendo, porque, como he dicho, en la era de Twitter todo se sabe, que Laporta mintió, que dios se apiade de él, porque la afición lo linchará. Nadie le perdonará la mentira. Repetir en campaña que querías que Leo se quedara en el Barça y después no tomar ni una de las medidas que tú mismo exponías en campaña para conseguirlo, abre la puerta para que se sospeche de que no se estaba diciendo toda la verdad. Laporta habría sido más honesto si hubiera confesado que él no podía garantizar, dada la situación económica del club, la continuidad del jugador más valioso y excepcional del club. Pero si hubiera actuado así, habría puesto en peligro su victoria. El rumor público le acusa ahora de algo turbio, incluso de haber sucumbido a las presiones de Florentino Pérez con la complicidad del CEO del Club, Ferran Reverter. Fue el mismo Leo Messi quien abrió la vía de la sospecha, que es como anunciar una mentira: “He hecho todo lo posible para quedarme. El club, no lo sé”. Mientras tanto, Laporta aplaudía las palabras del jugador, como si la cosa no fuera con él.