En el álbum Electròccid àccid alquimístic xoc, publicado en 1975, Pau Riba cantaba una canción que después popularizó Maria de Mar Bonet: "Es fa llarg, es fa llarg esperar". La letra era, también, del gran poeta de la música psicodélica e iconoclasta de los años sesenta y setenta. Los dos primeros versos son demoledores: “Oh que llarga es fa sempre l'espera / quan s'espera que vindrà el pitjor...”.  El poema se cierra con cuatro versos todavía más aterradores: “... I ho veus tot, tot el món molt confós / perquè et trobes amb les portes closes / i tancat com un gos rabiós, / es fa fosc, es fa fosc esperar!”. Tanta desesperación puede aplicarse a la vida privada, pero también se podría aplicar a los asuntos públicos. Las comedias políticas a menudo se convierten en dramas o sainetes. Todo dependerá de la calidad de los actores. Hasta ayer, Pablo Casado dominaba el PP y ahora arrastra los pies hacia la puerta de salida. Entretanto, sus enemigos debían pensar que era triste tener que esperar impasibles a su caída. Me refiero al PP, pero también podría aplicarse el mismo criterio si estuviera refiriéndome a los partidos independentistas o, más en general, al movimiento independentista. Cualquier asunto siempre puede empeorar todavía más.

Los procesos políticos pueden ser largos o cortos de acuerdo con las circunstancias que los rodean. La decadencia del régimen del 78, por ejemplo, es lenta y, de momento, no parece que haya entrado en un estado de agonía definitiva. Quizás sea así más adelante, si es que finalmente los tribunales europeos dan la razón a los exiliados catalanes, como todo apunta que sucederá. Si desde Europa tumban el montaje político-judicial contra el independentismo, quizás sí que se abrirán las puertas ahora cerradas a cal y canto. No conseguiremos independizarnos de golpe, eso no. Pero la larga espera será sustituida por una recuperación del ánimo, ahora adormecido por la estulticia de unos dirigentes políticos que cada vez se parecen más a los independentistas irlandeses que se mataron en una sangrienta guerra civil después de la constitución del Estado Libre Asociado. Ellos se destripaban porque el precio a pagar por la independencia fue la partición de la isla. Nuestros dirigentes se sacan los ojos porque en otoño de 2017 perdieron la oportunidad de declarar y mantener la independencia de Catalunya porque la represión fue efectiva, pero, también, por la desunión entre ellos. El estado mayor del procés condenó el movimiento a una larga espera. Nosotros estamos en ese punto y la mayoría de ellos tan panchos.

¿Y en este mientras tanto, qué se puede hacer? Pues reactivar la oposición al poder de Madrid, zurcir los rasgones provocados por las desavenencias entre independentistas, denunciar los agravios derivados del atroz centralismo y volver a dar protagonismo al pueblo. Un plan tan sencillo como ese topará con los partidos porque el jacobinismo estrangula a la sociedad civil. Esquerra Republicana es un partido jacobino desde su fundación. Rovira i Virgili, por citar un nombre del catalanismo histórico, propugnaba una centralización del poder político en toda regla. Cuando alguien recibe en herencia una concepción política como esa, a menudo la gente le estorba. El conseller Josep González-Cambray ha demostrado hasta qué punto Esquerra es jacobina cuando ha decretado una modificación del calendario lectivo sin consultar a nadie. Ni al Consejo Escolar ni a los sindicatos, a los cuales, además, desprecia y son motivo de los ataques feroces de la prensa amiga y subvencionada. Junts tampoco se escapa de este modo de entender la política. Las formas dirigistas del pujolismo educaron a una generación que ahora tiene poco más de cincuenta años y está sedienta de poder. El modelo de la CUP es, al fin y al cabo, norcoreano y, por lo tanto, es aún más salvaje que el jacobinismo.

Quien resiste y sabe lo que quiere, normalmente gana. Regalar la victoria al otro antes incluso de hacerle frente es la opción de los perdedores

Este dirigismo extremo ha desguazado el movimiento independentista. Después de los hechos de 2017, la sociedad civil se ha deshilachado. La ANC ha entrado en una crisis que ya se verá cómo acaba. Òmnium se ha congelado imitando a Walt Disney, de quien la leyenda asegura que fue congelado antes de morir para poder resucitarlo en el futuro, cuando la ciencia médica fuera capaz de curarlo. Es un falso mito, pero que sirve para describir la entidad que presidía Jordi Cuixart. Y el Consell per la República está en una fase constituyente que está durando demasiado. Sin embargo, la iniciativa del Consell de crear algo parecido a un ministerio de asuntos exteriores para completar la tarea del departamento autonómico del ramo, va en la línea de lo que se había propuesto que quería hacer con todos los departamentos de la Generalitat. Actuar desde donde la mano de la represión española no puede llegar. Costará que todos los consellers se avengan a seguir el ejemplo de la consellera Alsina. El compás de espera también será largo en este sentido porque las desavenencias entre Puigdemont y Aragonès son tantas, que no sé si será posible llegar jamás a un acuerdo.

Torres más altas han caído. Quien resiste y sabe lo que quiere, normalmente gana. Regalar la victoria al otro antes incluso de hacerle frente es la opción de los perdedores. De quienes esparcen el desaliento. Vi un tuit de Eduard Voltas, uno de los influenciadores de Esquerra, que propugnaba regalar Ucrania a los rusos para evitar una guerra entre potencias nucleares. No sé si su propuesta era en broma o una simple ironía. Pero me temo que la reacción de este hombre, antes tan aguerrido, como Rufián, es la misma que tuvo después de que el Estado no perdonara la osadía independentista catalana de levantarse para lograr una Catalunya mejor. El miedo en política es un hándicap. El seny y la rauxa que el gran Ferrater Mora atribuía a los catalanes es una construcción filosófica que Jaume Vicens Vives convirtió en teoría historiográfica. Es una teoría muy equivocada. Los catalanes nos comportamos como los otros pueblos. En todo el mundo se ha avanzado a través de la lucha entre varias visiones sobre un mismo conflicto.

Lo que realmente es largo es esperar que los dirigentes actuales entiendan un fenómeno tan sencillo como este. Los simplistas lo atribuyen a su miedo a perder el estatus y el sueldo. Quizás sí, pero a veces las circunstancias se aceleran y, como decía Marx, todo lo que parecía sólido se disuelve en el aire y se pierde la nómina. En 2018, Casado le ganó la partida a Soraya Sáenz de Santamaría, la mujer que nos martirizó tanto durante el 155 y que era omnipresente y parecía que iba a comerse Catalunya a dentelladas. Ahora él está empaquetando sus pertenencias después de acumular un montón de fracasos y ella no sé dónde está. En este caso, la espera para que todo cambiara no ha durado mucho, pero posiblemente, cuando menos en el PP, llegará lo peor. Esperemos que la salud del independentismo mejore.