El establishment tiene miedo. El poder constituido había diseñado una salida al conflicto catalán que pasaba por la renuncia de los partidos soberanistas catalanes a la independencia. El aggiornamento independentista tenía dos frentes, a derecha e izquierda. Este fin de semana ha quedado completamente desarticulado el artefacto heredero del pujolismo que, liderado por Marta Pascal y los diputados en Madrid Carles Campuzano y Jordi Xuclà, había prometido al PSOE que haría aterrizar el independentismo moderado en las mansas aguas de un autonomismo 4.0. La promesa de Pedro Sánchez de que el conflicto se resolvería votando omitía la segunda parte de la cuestión. ¿Y cuál era esta segunda parte? Pues que el PSOE pretendía que votáramos un nuevo Estatuto de Autonomía, que recuperara las partes suprimidas por el cepillado de Alfonso Guerra y el Tribunal Constitucional. Volver a las migajas después de que los ciudadanos independentistas (y también muchos que no lo son) se hayan dejado romper literalmente la cara por defender el derecho a la autodeterminación. La maniobra de Pascal y sus acólitos fue tan burda que se detectó enseguida y supuso una auténtica lucha a muerte. Los tuits de lamentación de los unionistas y de los oráculos de la derecha catalanista han sido muy significativos.

Si las tesis “posibilistas” hubieran triunfado en la asamblea del PDeCAT, el president Puigdemont y los otros exiliados y presos habrían sido abandonados a su suerte y el procés habría embarrancado

Si las tesis “posibilistas” hubieran triunfado en la asamblea del PDeCAT de este fin de semana, el president Carles Puigdemont y los otros exiliados y presos habrían sido abandonados a su suerte y el procés habría embarrancado. Aunque solo fuera por eso, ninguno de ellos podía aceptar el giro interpretativo y narrativo que proponía Pascal. Todos los políticos catalanes, individualmente, se cree infalibles y más listos que nadie. Pero en los últimos años han ido muriendo uno a uno porque sus audacias han sido contestadas por las bases. En la conferencia nacional de ERC, celebrada a principios de este mes, se discutieron 1.400 enmiendas a la ponencia política preparada por la dirección, siete veces más que en 2013, y al final las bases republicanas forzaron a hacer explícito el apoyo a la unilateralidad a la que ya habían renunciado Junqueras, Aragonès, Torrent, Sabrià y compañía. “La militancia ha sido mucho más activa que otras veces”, reconocían fuentes de la dirección de ERC días antes de que tuviera lugar el cónclave. Incluso las bases de la CUP protagonizaron un sacramental en diciembre de 2015 en la asamblea nacional extraordinaria que debía decidir entre el “no” y el “sí” a Mas y que acabó con un empate increíble de 1.515 votos para cada opción. Los militantes a menudo son más listos que los dirigentes que pactan cosas a puerta cerrada. Por eso la “nueva” dirección del PDeCAT, la que deberá gestionar la liquidación total del partido, recibió un voto de castigo importantísimo. La candidatura de consenso, apadrinada por los jefes de cada una de las familias (que no quiere decir de los militantes) y encabezada por David Bonvehí y Míriam Nogueras, consiguió el 65,27% de los votos a favor, mientras que la candidatura de militantes, integrados o no en alguna de las familias, encabezada por David Torrents, que se ha presentado en el último momento para protestar contra las listas cerradas y bloqueadas, ha recogido el 28,9%. Quien se aferre a los métodos de la vieja política, estoy seguro de que morirá. No está el horno para bollos. No se puede reclamar la ayuda de la gente para que llene plazas y calles y después no hacerle caso políticamente.

La Crida no es ni será un PDeCAT reloaded. No puede serlo de ninguna forma

Es muy significativo que la comisión delegada que se encargará de la transición del PDeCAT hacia la Crida Nacional per la República de Carles Puigdemont obtuviera un apoyo mucho más contundente que la dirección. El 93,9% de los compromisarios votó a favor, el 4,12% en contra y el 1,9% se abstuvo. Esta comisión está integrada por los tres consellers  del PDeCAT encarcelados (Rull, Turull y Forn) y el conseller en el exilio Lluís Puig, así como por el nuevo presidente (Bonvehí) y la vicepresidenta (Nogueras). Que los militantes de base del PDeCAT apoyan la Crida de Puigdemont, Sánchez y Torra era evidente incluso antes de producirse esta votación. Entre los más de 40.000 adheridos a la iniciativa hay, a la fuerza, mucha gente del PDeCAT. Pero convendría que esta comisión delegada, que será la verdadera dirección, no se equivoque de nuevo. La Crida no es ni será un PDeCAT reloaded. No puede serlo de ninguna forma. Para empezar, porque las adhesiones son individuales y no colectivas. Y después porque la Crida se tiene que construir de abajo hacia arriba y tiene que integrar a personas de ideologías diversas, cosa que ya es así en la nómina de sus promotores. Está muy bien que Bonvehí diga que “si eres del PDeCAT, tienes que ser de la Crida”, pero estaría bien que el nuevo presidente no cometa el error que ya cometió Pascal y se crea que la Crida “es” del PDeCAT. A Marta Pascal se la llevó la riada de los que no ya comulgan con comedias.

De momento, la revuelta de los descontentos está desbordando a las direcciones de los partidos soberanistas, que no saben como dirigir el movimiento. La sensación de que ERC y Junts per Catalunya comparten Govern pero son incapaces de compartir proyecto refuerza la idea de que solo pactan para repartirse sillas. Ya pueden explicar lo que les dé la gana que la sensación es esa. En enredo del otro día en el Parlament sobre la suspensión temporal de Puigdemont todavía lo refuerza más. La manipulación en la era de la sociedad de la información es prácticamente imposible. Ni Llarena ni todos los medios que el Estado represivo español le ha proporcionado para orquestar un falso relato de rebelión han conseguido imponerlo. Quizás podrán condenar a los presos y exiliados, pero el coste será muy alto. Eso mismo puede ocurrir con los dirigentes independentistas que intenten engañar al pueblo. Lo pagarán caro. Los descontentos se pueden convertir en indignados.