Ahora que todo el mundo coincide en que las prisas son malas consejeras, quizás estaría bien que aclarásemos hacia dónde vamos. A menudo es mejor pensar las cosas y actuar con decisión y persistencia que dejarse llevar por el pensamiento mágico y creer que la gran solución es dar un paso adelante. Antes del 27 de octubre,  hubo quién se apuntó a dar puntapiés a la pelota soberanista sin la más mínima templanza. No pienso que haga falta que insista sobre esta cuestión, porque a los hechos me remito. Después de las famosas críticas contra el presidente Carles Puigdemont, ahora muchos de aquellos valientes son los que hoy reclaman moderación. Es ese tipo de gente que siempre cree tener razón, en especial cuando se equivoca. Cuando todo indica que se vuelve a equivocar, aun así insiste en aparentar que tiene razón y entorpece la tarea de quienes desconfían de las prisas y los impulsos sincopados. Llevamos tres meses de parálisis por culpa de eso. Y por más cosas, claro está. No se trata de desarrollar la República. Se trata de rehacer el republicanismo independentista para volver a la carga en la defensa de la independencia y del derecho a elegirla. Debemos salvar la democracia, antes que nada.

¿Qué vamos a hacer cuando superemos el escollo de la investidura del presidente 130bis, si es que realmente se puede llevar a cabo? Reconstruir la autonomía, lo que ya sabemos que no es sinónimo de autogobierno. La Generalitat de Cataluña es hoy en día una carcasa burocrática, con un poder político limitado y con una capacidad de gestión cada vez más dependiente de Madrid debido a la intervención de las finanzas  públicas, que es anterior a la aplicación del 155. Con el 155 en vigor, la arbitrariedad del Gobierno de España ha paralizado la administración, ha aumentado la burocracia (porque se obliga a justificar en Madrid con mucho papeleo las decisiones que se toman) y se ha perdido la dignidad institucional. Cataluña es más colonia que nunca. No exagero en absoluto. Ya que lo explicó uno de los protagonistas en Twitter, utilizaré el ejemplo de lo que pasó en la reunión de la Conferencia Sectorial de Vivienda, en la que participan todos/as los/las consejeros/ras del ramo. Dado que en Cataluña la consejera en cuestión, la Honorable Meritxell Borràs, ha sido destituida y enchironada por la coalición del 155 (que celebra el encarcelamiento del adversario) y los jueces que están a su servicio, desde el ministerio se permitió que asistieran a la reunión la Secretaria General del Departamento, Meritxell Masó, y el Secretario de Vivienda y Mejora Urbana, Carles Sala.

La reunión estuvo presidida por el ministro Íñigo de Serna, que según dicen pertenece al sector “civilizado” del PP. Los representantes catalanes manifestaron su disconformidad con los coeficientes fijados  por el Plan Vivienda, puesto que a Cataluña se le asignaban el 14,5% de los recursos, siguiendo criterios de 1992, a pesar de tener más del 16% de viviendas principales, más del 16% de la población, más del 25% de las viviendas en alquiler, etcétera, etcétera.  Por lo tanto, ni Masó ni Sala veían bien el 14,5% propuesto y querían votar en contra. Llegada la hora de la votación, el ministro dijo que en tanto que él era también el titular del Departamento de Gobernación, Administraciones Públicas y Vivienda de la Generalitat, había decidido que Cataluña votaba a favor del 14,5% que los dos secretarios catalanes rechazaban. Votó con arrogancia, además. Incluso cuando protestó la representante del País Valenciano, que sustituía a la consejera por baja maternal, De Serna le espetó, irónico: “¿quiere que también vote por ustedes?”.  Esto es España. Un Estado dominado por gente con mentalidad caciquil y con un trasfondo democrático muy pobre, cosa que les permite encarcelar dirigentes políticos, cantantes o miembros de la sociedad civil por sus ideas, y al mismo tiempo saltarse el principio de autonomía más básico.

¿Qué es hoy el famoso Estado de las Autonomías? Un espejismo. El proceso independentista catalán arranca, precisamente, de la constatación de que seguir insistiendo en los ideales del viejo catalanismo, entre ellos la regeneración de España, no llevaba a ningún lado. Con más o menos acierto y con más o menos conocimiento, durante estos años se ha ido adquiriendo conciencia de los límites del modelo establecido por el régimen del 78. La regresión política ha sido brutal y más que lo será si Cs consigue ser un partido necesario para conformar mayorías. La derecha populista y nacionalista española quiere acabar con las autonomías para volver al Estado centralizado y castellanizado que ha caracterizado el poder español desde por lo menos 400 años. Ni siquiera está dispuesta a compartir las migajas con las minorías nacionales, simplemente porque no las reconocen. Pero a pesar de que esto sea verdad, es mejor controlar la Generalitat que no controlarla. No obstante, conviene no hacerse demasiadas ilusiones. Los gobiernos españoles han utilizado el Tribunal Constitucional contra la autonomía catalana de una manera implacable. Han derogado todo tipo de leyes —sociales, fiscales y organizativas— con la misma impunidad que se cargaron el Estatuto del 2006, lo que fue la gota que derramó el vaso y provocó que muchos catalanistas abrazaran el independentismo. El TC ha sido utilizado por el poder español del mismo modo que ahora utiliza los tribunales ordinarios y la Audiencia Nacional en contra de la libertad de expresión, los derechos de los diputados y de cualquier expresión política independentista. Que el PSC, Cs y el PP lo celebren, con los comunes silbando como si eso no fuera con ellos, no quiere decir que esa persecución no sea cierta.  Mañana, viernes, podemos asistir a otra injerencia judicial contra la democracia parlamentaria con la citación del juez Pablo Llarena de Carme Forcadell, Jordi Turull, Raül Romeva, Josep Rull, Dolors Balsa y Marta Rovira, todos ellos hoy diputados y diputadas electos, para anunciarles su  procesamiento o incluso su ingreso en prisión.

Debemos implementar la República con inteligencia pero sin rendirnos. En el conocido libro sobre el arte de la guerra, Sun Tzu indica, traducido al lenguaje moderno, que un soberano (un líder) no debe movilizar un ejército (la gente) por ira y un general (un político) no debe provocar la guerra por cólera. Debe actuar cuando sea beneficioso; en caso contrario, debe desistir. La ira puede convertirse en alegría, y la cólera puede convertirse en placer, pero un pueblo destruido no puede hacérsele renacer y los muertos (los presos y los exiliados) no pueden resucitar. Es por eso que el soberano (el líder) inteligente es prudente y el buen general (el político) es cauteloso. Ésta es la manera de  mantener a la nación (la gente)  en  paz y de conservar intacto el ejército (el soberanismo). Pero este es un país en el que los partidos políticos no tienen estrategia. Esto es lo que provoca que todavía haya quien no ha entendido que en el camino por recuperar el Govern de la Generalitat no deben cometerse los mismos errores empujaron el ejército contra las rocas. No vamos a construir la República desde la autonomía, pero ayudaría mucho poder  elegir el presidente 130bis y formar un Govern que se quite de encima el 155 y el control político madrileño. Pensemos un poco. Al fin y al cabo tenía razón Jean Piaget cuando aseguraba que lo que vemos cambia lo que sabemos y que lo que conocemos cambia lo que vemos.