La desfachatez de extrema derecha es universal. Las ideologías de la intolerancia, pues, reaparecen en todo el planeta como si nada hubiera ocurrido tras el triunfo de los totalitarismos durante el periodo de entreguerras del siglo pasado. La nueva extrema derecha no es directamente fascista, pero como antes, carga contra la democracia en nombre de la salvación de los valores cristianos, contra los inmigrantes, la Unión Europea y el islam, y, también, contra las identidades, sean lingüísticas o sean de género. La uniformidad es el refugio de los conservadores, de quienes identifican a los árabes con la delincuencia y el soberanismo catalán con la rebelión anticonstitucional. Donald Trump es un extremista, pero no lo es más que otros mandatarios que tenemos bien cerca. Felipe VI, sin ir más lejos, que ayer pronunció un discurso sobre la bandera española más propio de otras épocas. Pura charlatanería patriótica en un acto cavernario, la Pascua Militar, aunque se le olvidó mencionar que su bandera fue elegida en 1795 en una especie de concurso por su pariente Carlos III y con un objetivo inicialmente limitado: disponer de una enseña que identificara internacionalmente a la armada española. La historia es una sucesión de mitos repetidos hasta la saciedad.

Pero este tipo de discursos despiertan la agresividad nacionalista de gente que, imbuida por la sacralización de un trozo de tela coloreado, pone contra las cuerdas, por ejemplo, a un humorista como Dani Mateo por un gag sobre la bandera de España. Ni el rey ni los españolistas amantes de la reconquista deben haber leído a Émile Durkheim. El eminente sociólogo decía que los estados tienen un sentido del honor altamente desarrollado; cualquier reto a su dominio, incluso cualquier ofensa contra sus símbolos (bandera, escudos, mitos, etc.), tiene que ser castigada mediante la obtención de excusas por parte del ofensor, o si estos no se avanzaran, yendo a la guerra. El nacionalismo agresivo alemán —o sea el nazismo— empezó así. El franquismo no quedó atrás. El símbolo es el tótem de los que consideran sagrada la unidad de la patria, la raza o cualquier otra construcción cultural. No admiten que todo sea un invento humano.

El símbolo es el tótem de los que consideran sagrada la unidad de la patria, la raza o cualquier otra construcción cultural. No admiten que todo sea un invento humano

La ultra Damares Alves, nueva ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos (¡qué ironía!) del Brasil, después de la toma de posesión celebró que a partir de ahora los niños brasileños volverán a vestir de azul y las niñas de rosa. Los colores, por lo tanto, se convierten así en el símbolo de una forma de entender la sociedad. La discrepancia no es tan solo cromática, es mucho más. Pretende justificar la iniquidad. Las niñas se tienen que educar en un ambiente rosado porque es el símbolo de la placidez, de la sumisión. No es ni rojo ni azul, simplemente es el color del algodón de azúcar de las feria. El azul, en cambio, es el color de los hombres fuertes. Todavía hoy la Falange justifica de una forma muy curiosa por qué eligieron el azul mahón para el uniforme del partido: “La camisa azul es azul porque es el color del obrero. El color del albañil, del que trabaja con las manos y se gana el pan con el sudor honrado de su frente. Es el color del que sabe que desempeñar un oficio dignifica a la persona y la eleva en el servicio a su patria a través del trabajo. El azul es el color del olvidado en el festín del capitalismo, del que trabaja de verdad y nos recuerda cada vez que nos la ponemos que estamos con los de abajo. Que los falangistas no nos vendemos al mejor postor como la izquierda antiespañola y antiobrera de España. Nos honra la camisa azul, y nos impide olvidar que nuestra sangre es la hermandad militante al servicio de la patria, encarnada en cada español que tiene hambre, que sufre dolor o injusticia. Que ningún español nos es ajeno. Que así como Dios se encarna como algo tangible en su hijo Jesús, España es el español que tienes al lado sufriendo el peso de un sistema criminal de guante blanco”. ¿Saben por qué los calzones de la selección española son de color azul cuando antes eran de color blanco? Pues porque es una reminiscencia franquista, según explica el profesor Antonio Romero. El azul viene por el color azul mahón del uniforme de la Falange. Tras la Guerra Civil, incluso la camiseta de España era azul. Después del franquismo se optó por dejar el pantalón azul ya que también es el color de los Borbones. Debió ser por eso mismo que el partido fundado por siete exministros de Franco decidió denominarse “popular” y eligió el azul como el color que unificase la tropa de excombatientes.