Escribo este pasado domingo por la tarde, antes de conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, cuando el boletín de noticias de Catalunya Informació va repitiendo una y otra vez que la participación es, a las 17 horas, del 69,42% y, por lo tanto, ligeramente inferior a la registrada el 2012.

Estas elecciones han generado mucha expectativa, en especial porque la mayoría de analistas temen el ascenso de Marine Le Pen, la líder de la extrema derecha del Frente Nacional. Catalunya Informació lo destaca diciendo que sólo cuatro de los once candidatos son los que tienen posibilidades de pasar a la segunda vuelta, “incluida —dicen— Marine Le Pen”. Me resulta divertido oír por la radio este inciso, porque además el locutor no lo hace extensivo, por ejemplo, al extremista del otro bando, el populista Jean-Luc Mélenchon.

No cabe duda de que estas elecciones son excepcionales, para empezar porque se ha votado en pleno estado de emergencia, decretado después del último atentado terrorista, pero, también, porque por primera vez el candidato de la derecha conservadora, François Fillon, y el socialista, Benoîte Hamon, llegan al final de esta primera vuelta muy tocados. Especialmente el candidato socialista.

Los partidos de la izquierda moderada se están hundiendo mientras que los conservadores, a pesar de estar enfangados hasta el cuello por múltiples casos de corrupción, aguantan mejor el tirón

En muchas partes del mundo, los partidos de la izquierda moderada se están hundiendo mientras que los conservadores, a pesar de estar enfangados hasta el cuello por múltiples casos de corrupción, aguantan mejor el tirón. Sólo hay que ver cómo gana el PP en la España castellana, donde no tiene rival, y cómo flojea el PSOE ante la aparición de Podemos, los homólogos españoles de Mélenchon, quien, por otro lado, es un xenófobo desacomplejado contra las minorías lingüísticas en Francia, además de defender, como Le Pen, renegociar radicalmente la relación de Francia con Europa. Como ya hicieron los conservadores británicos, Mélenchon ha amenazado con celebrar un referéndum sobre una salida francesa del bloque europeo. Le Pen, por su parte, reclama abandonar el euro para recuperar el franco.

El balanceo hacia el extremismo es una tendencia que se da por todas partes. La victoria del extremista de derechas Donald Trump, que está imponiendo el proteccionismo económico y la política xenófoba contra la inmigración, fue precedida, deberíamos recordarlo, por los ataques furibundos contra Hillary Clinton, la representante del liberalismo de izquierdas, de quien en los EE.UU. es, ciertamente, un extremista de izquierdas, Bernie Sanders, dado que para la mayoría de los norteamericanos oponerse a las dos guerras de Iraq, a la Patriot Act posterior al 11-S  y votar en contra del acuerdo comercial NAFTA representa actuar en política desde un extremo.

Todavía estoy sorprendido por lo que cuentan la mayoría de reportajes que he leído sobre lo que está pasado en Francia. Recuerdo especialmente uno, de Josep Ramoneda, que me pareció escrito en los años setenta, puesto que para indagar qué está pasando en el hexágono nos remitía a viejos militantes de la izquierda comunista francesa, entre ellos el filósofo marxista Étienne Balibar, coautor con Louis Althusser —el de la “miseria de la teoría” como diría otro marxista, el historiador británico E.P. Thompson—, de un libro colectivo clásico: Lire le Capital (1965). Y me sorprendió porque Ramoneda cayó en el defecto donde embarrancan muchos analistas de hoy en día, que es confundir la opinión con la indagación. En vez de intentar presentarnos a los intelectuales, que los hay, que apoyan a Le Pen, recurrió a los intelectuales contrarios al FN para dignificar al candidato que le gusta, que no es otro que Mélenchon. No sé qué nombre tiene esta manera de escribir, pero quizás podríamos denominarla engagé, porque responde a la visión del observador-participante comprometido.

Sea como fuere, parece ser que en Francia los extremos están en alza

En 1994, Eric J. Hobsbawm publicó un libro muy influyente en todo el mundo, menos en Francia, curiosamente, que respondía a la perspectiva del observador-participante: Age of Extremes. The Short Twentieth Century 1914-1991. Este libro es una síntesis sobre la historia del siglo XX con la que no comulgo demasiado, entre otras razones porque la igualación del liberalismo al comunismo, en términos de extremismo, me parece exagerada y errónea. Aún así, Hobsbawm confesó, de entrada, que haber sido protagonista de algunos de los combates que él explicaba en este libro le había condicionado. “La dificultad estriba en comprender”, escribió el mismo Hobsbawm. Y es que no es fácil explicar por qué crece el extremismo en un momento dado.

Sea como fuere, parece ser que en Francia los extremos están en alza. Los socialistas no van a poder pasar a la segunda vuelta de estas elecciones, como ya les pasó en 2002, cuando se vieron superados por el Frente Nacional, entonces dirigido por Jean-Marie Le Pen, padre de la actual líder del FN y más extremista que ella. En la segunda vuelta, el voto contra la extrema derecha, el llamado “cordón sanitario”, propició que el conservador Jacques Chirac ganara por un 82%, muy por encima del 16% que retuvo Le Pen padre.

Según los primeros sondeos a pie de urna, ahora mismo pasan a la segunda vuelta que se disputará el próximo 7 de mayo Le Pen y Emmanuel Macron, el candidato centrista independiente y antiguo ministro de Economía con el socialista Manuel Valls. Si en la segunda vuelta se hubieran tenido que enfrentar los dos candidatos extremistas, me parece que Francia habría tenido un grave problema, ya que no descarto que finalmente hubiera podido ganar Marine Le Pen. Si el resultado final confirma los sondeos, no tengo ninguna duda de que el nuevo presidente de Francia será Macron, un joven liberal de izquierdas que se inspira en Barack Obama. Si yo fuera francés le votaría, y no precisamente como un mal menor, porque ya lo habría votado en la primera vuelta con la convicción de que él es el único candidato que puede contener a los extremos, a pesar de tener otras pegas, y enderezar el rumbo de Francia.