El pasado martes estuve en Madrid para participar en el debate, organizado por la delegación de la Generalitat, Una negociación sin resultados: los escenarios del no acuerdo. A mi lado estaban los jóvenes politólogos Lluís Orriols y Berta Barbet y la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García, ejerció de moderadora. Cuando me senté en la sala de actos de la Blanquerna, me acordé de que el 26 de enero de 2017, nueve meses antes del referéndum del 1-O, participé en otro debate con José Antonio Zarzalejos en ese mismo escenario. El debate se anunció así: De la transición democrática a la transición nacional en Cataluña. La discusión fue algo más intensa que la de anteayer y, sin embargo, civilizada. Han transcurrido cinco años desde ese día y mi regreso a la delegación de la Generalitat en Madrid coincidió con la noticia del CatalanGate.

Aunque se haya descubierto ahora, en 2017 el Estado ya espiaba a los independentistas catalanes. Elies Campo, el informático catalán vinculado con anterioridad a WhatsApp y Telegram que está detrás de la denuncia formulada por el centro de investigación canadiense Citizen Lab, ya entonces les instruía sobre los peligros del espionaje gubernamental español. La guerra sucia es algo habitual en España desde 1983. Los GAL fueron su expresión asesina que, paradójicamente, tuvo el apoyo de políticos de izquierdas. “Quien a hierro mata, a hierro muere”, debían pensar el misterioso Señor X y una parte de la opinión publicada. Si entonces hubo quien justificó tamaña vulneración de los derechos humanos recurriendo a la inmoralidad terrorista, ¿quién va a escandalizarse ahora porque el Estado espíe a políticos golpistas? No se engañen, pues eso será lo que justificará echar tierra sobre el asunto del CatalanGate. Decía Joan Fuster que la honradez es un lujo carísimo, y en política lo es más todavía. En 1995 Narcís Serra tuvo que dimitir y dejar la vicepresidencia del Gobierno por las escuchas del Cesid descubiertas por El Mundo, pero sin solución de continuidad se le recompensó eligiéndole primer secretario del PSC en sustitución de Raimon Obiols. Los malos, por desgracia, saben sobrevivir.

Cuando un proceso político violento se cierra mal, la memoria se encarga de mantenerlo vivo durante años. Ha ocurrido con la Guerra Civil y ocurrirá lo mismo con la represión contra el 1-O

Según el president Aragonès, este episodio ha “roto la confianza” de la Generalitat con España y que, por su parte, ha decidido “congelar la mesa de diálogo”, como si su decisión fuera realmente transcendental. Esa mesa lleva congelada casi desde el principio que le sirvió a Pedro Sánchez para llegar a la Moncloa con los votos de Esquerra. No se puede abordar el futuro sin ponernos de acuerdo sobre el pasado. Cuando me medí con Zarzalejos ya me di cuenta de que lo que nos distanciaba era cómo ese alto representante de la derecha mediática española entendía el franquismo y, por consiguiente, la Transición. Su mirada amable sobre lo que fue la dictadura militar de Franco le llevó a repetir el manido tópico sobre la transición modélica, cuando en realidad eso es una idealización que no se sostiene históricamente. En La transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España (1975-1983), Mariano Sánchez Soler ya nos mostró el nivel de violencia política que condicionó los años transitivos. Justo ayer recibí un ejemplar del nuevo estudio de David Ballester Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición (1975-1982). Estos dos libros demuestran hasta qué punto la “normalidad” de entonces era una pura patraña política. Tanto como lo es la actual, que esconde bajo la alfombra la realidad conflictiva que se sigue viviendo en Catalunya. Algunos confunden haber conseguido controlar el orden público con la solución del conflicto.

Cuando un proceso político violento se cierra mal, la memoria se encarga de mantenerlo vivo durante años. Ha ocurrido con la Guerra Civil y ocurrirá lo mismo con la represión contra el 1-O. Las largas condenas de cárcel para los nueve presos políticos y la represión contra alcaldes, concejales y activistas independentistas, que suman la cifra nada despreciable de casi tres mil personas, no serán en balde. Aunque el gobierno del PSOE haya indultado a los presos, que está claro que fue a cambio de algo, nadie sabe qué, la existencia del exilio deja abierta la herida de un modo extraordinariamente descarnado. La condición de eurodiputados de Puigdemont, Comín y Ponsatí les proporciona un potente altavoz para seguir denunciando la deriva antidemocrática del estado español que, por lo que se acaba de desvelar, el gobierno de coalición PSOE-Podemos no piensa detener. El espionaje extrajudicial de los dirigentes políticos y cívicos del independentismo bajo el actual gobierno demuestra cuán corrompida está la democracia en España. No es ningún consuelo que la democracia esté en peores condiciones en otros lugares. Ningún independentista catalán que esté en su sano juicio puede confiar en un gobierno, que solo parece progresista porque la derecha en la España constitucional siempre fue franquista, presidido por un cómplice de la aplicación del 155.

La posibilidad de que en España se dé una coalición entre PP y Vox para desalojar del poder a la coalición PSOE-Podemos no se puede descartar en absoluto. Por lo pronto, por lo apuntado anteriormente: porque la derecha en España hunde sus raíces en el franquismo y esa coalición no asusta a buena parte de la sociedad española, que es profundamente nacionalista y rancia. No sé qué éxito tendría hoy en Catalunya otra campaña parecida a la del año 2008, cuando el PSC difundió el agraciado lema electoral “Si tú no vas, ellos vuelven”, que seguía con la coletilla “Más de derechas que nunca”. Visto el panorama actual, los récords del pasado siempre pueden ser superados. Esquerra tendrá la tentación de emular el lema socialista de antaño para sortear la crisis del CatalanGate. Al fin y al cabo, liga con su estrategia. En cambio, si Junts no reacciona ante esta situación, se habrá puesto la soga al cuello. Su credibilidad quedará definitivamente en entredicho. Los candidatos para sustituir a Jordi Sànchez deberían tomar nota sin recurrir a los aspavientos inútiles.

Para los independentistas, ha quedado demostrado que da igual un gobierno que otro. Espió Rajoy y espía Pedro Sánchez, en una reproducción contemporánea del “tanto monta” de los Reyes Católicos. Además, el contexto internacional está dando voz a la extrema derecha y nadie en la UE va a protestar por la formación de un gobierno derechista que seguramente se parecerá a los gobiernos polaco, húngaro, búlgaro o esloveno. La única alternativa del independentismo catalán es seguir siendo la punta de lanza de la lucha por la democracia en España. Su objetivo debe ser recuperar el voto de los jóvenes que, como apuntó un chico presente en el acto de Blanquerna, dejaron de votar en 2021. Él —nos contó— se abstuvo y dejó de votar por Junts harto de tanto pusilánime. No está de más recordar que todo este lío se produjo porque los independentistas pedían poder decidir su futuro nacional mediante un referendo. La respuesta española ante las urnas fue la represión y potenciar un nacionalismo españolista que, como la mona, aunque se vista de constitucional, nacionalista se queda. Que el españolismo haya decidido espiar a los independentistas es la prueba del nueve de que España es irrecuperable.