No es una condena. Es una esperanza. Hoy se cumplen seis meses y un día del referéndum del 1-O. La resistencia ciudadana contra las agresiones policiales convirtió aquella jornada en una defensa pacífica de la democracia. El 1-O será para los que lo vivimos —y nuestros descendentes— el mito que para nuestros padres y abuelos fue la defensa de la República y la Guerra Civil. Incluso será un mito más sano y limpio, a pesar de las falsedades, porque en este caso sólo ha habido víctimas de un bando, el de los demócratas independentistas, porque los contrarios al referéndum no sufrieron amenazas ni fueron perseguidos. Nada de nada. Todo el mundo conoce a algunos unionistas que al ver por TV la represión desproporcionada de la Guardia Civil y la Policía Nacional, se levantaron del sofá y se fueron a votar. A votar no, claro está; pero al fin y al cabo decidieron votar. La defensa de la democracia concita mayorías más amplias que no la mera reivindicación de la independencia. Eso hace años que lo sabemos. De aquí viene que me resulte sorprendente que el unionismo todavía no se haya dado cuenta de que abonando la represión consigue el efecto contrario al que pretende, que es reducir la protesta ciudadana. Cuanta más represión, más se amplía el campo de acción soberanista.

Catalunya en Comú, que sólo tiene dos preocupaciones políticas de verdad, que son conservar la alcaldía de Barcelona y recuperar el protagonismo en Madrid después del gran error de cálculo que cometieron dejando investir a Mariano Rajoy, jamás se alineará con los represores. Perderían el escaso fondo de armario que les queda. Xavier Domènech, quién en el Parlamento a menudo sobreactúa a la madrileña —como otros portavoces, para ser justos— porque debe creer que gritar es convencer, el sábado de la no investidura de Jordi Turull se alineó con los partidos de los presos y exiliados. No podía ser de otra manera. Ahora sólo falta que el PSC vuelva al redil de la democracia, que es lo que le recomiendan los buenos socialistas, para que Cs y el PP queden definitivamente aislados. Si Iceta y compañía no actuaran movidos por el cálculo partidista, seguramente ya se hubieran desmarcado del bloque del 155, por lo menos en este aspecto. De momento, Iceta insiste a atribuir todos los males de lo que pasó al soberanismo, como si las decisiones del gobierno español —y de sus aliados, PSOE y Cs— hubieran sido siempre acertadas. En política, la autocrítica no existe y a menudo los intereses particulares, lo que en griego llaman politikós, se imponen. Iceta, estimulado por uno de los periodistas catalanes unionistas más rabiosos, predice “que se llegará a un enfrentamiento civil si sigue la insurrección”. ¿De qué insurrección habla, este buen señor? ¿De la de los cuerpos policiales que maltratan la voluntad popular o de la de los manifestantes que durante años han protestado pacíficamente para reclamar el derecho a decidir? Afirma Iceta que no se quiere imaginar un escenario en el que el más fuerte imponga su fuerza. De momento, ya estamos en él. Para los soberanistas, seguro, pues ya están sufriendo la burda persecución de un juez que ni siquiera tiene la vergüenza de esconder qué está haciendo y por qué lo hace. Sentado en el escaño del Parque de la Ciutadella se vive muy bien. En la prisión y en el exilio, los políticos soberanistas son rehenes del nacionalismo español.

Es obvio que los líderes (por denominarlos de alguna forma) políticos actuales han cometido un montón de errores. Los primeros, los soberanistas. Días atrás, en el bar del Parlamento, un grupo de altos cargos de ERC querían convencerme de que el presidente Carles Puigdemont se había equivocado el 26 de octubre al no optar por convocar elecciones. Abrí los ojos como dos huevos fritos. Me fascina que alguien pueda acusar a otro de los pecados que él ha provocado. La moderación actual de los republicanos va acompañada de mentiras como esa, porque de lo que se trata es de enfatizar la locura de Carles Puigdemont y de una parte de JuntsXCat. Cualquiera puede recuperar las hemerotecas y el timeline de los diputados republicanos y del PDeCAT que se abalanzaron sobre el presidente durante aquellas horas para desmentir los relatos moderados de ahora. Lo que propugna ERC desde los Uno se da cuenta realmente de ello leyendo la carta desde el exilio de Marta Rovira, una de las dirigentes republicanas más exaltadas aquel final de octubre. La represión tiene siempre ese efecto: o te hace más fuerte o te desactiva. Hay que conservar la cabeza muy fría para no caer en los propios engaños emocionales. Las circunstancias personales no pueden condicionar el destino de todo un colectivo. El individualismo ególatra de muchos políticos de hoy en día, que es otra demostración de que actúan sin ninguna estrategia, demuestra hasta qué punto son capaces de utilizar la voluntad popular en beneficio propio. En plena crisis política, hay partidos que aprovechan el proceso para resolver sus problemas internos. Por ejemplo, el PDeCAT y las diversas facciones que luchan para hacerse con el control de unas cuantas sillas en el devastado futuro gobierno autonómico. Así sólo destruyen la esperanza, que es lo que fue, como he indicado al principio, el 1-O. Un proceso político que nunca han conducido las élites partidistas, no puede acabar en manos de quienes lo quieren cambiar todo porque no cambie nada.

Al cabo de seis meses del referéndum, está claro que el independentismo social no cede. Que la revolución pacífica independentista continúa viva, aunque la dirección política no sepa a dónde va

El chico que perdió un ojo por el impacto de una bala de goma o el mecánico o el payaso que son  perseguidos, o.... no pueden ser utilizados por los políticos como si fueran juguetes. Los políticos valen algo cuando hay quién los vota, que es la gente. En caso contrario se convertirían en autócratas. Al cabo de seis meses del referéndum, está claro que el independentismo social no cede. Que la revolución pacífica independentista continúa viva, aunque la dirección política no sepa a dónde va. Los tres grupos independentistas han cometido errores impresionantes,  de eso no hay duda. El último, el de la CUP, que no entendió que investir a Jordi Turull era un acto revolucionario y dejó pasar la oportunidad. Fue un error tan grave como el cometido por el anterior Gobierno de Junts pel Sí al subestimar la fuerza del estado. La cuestión es que la táctica ha predominado por encima de la estrategia, si se quiere plantear así, porque las opiniones no cuentan para nada si no van acompañadas de actuaciones a largo, medio y corto plazo. Que el juez Llarena hubiera ordenado prisión para un Jordi Turull investido presidente era tan importante como reivindicar la legitimidad del presidente depuesto por el 155, Carles Puigdemont, quien es, y quizás conviene que alguien lo recuerde, tan del PDeCAT como Turull. No hay  por qué engañarse. A veces pienso que la política catalana está dominada por personajes como Vladímir Antónov-Ovséienko, el cónsul en Barcelona de la URSS que se dedicó en cuerpo y alma a eliminar anarquistas y trotskistas, pero a quien finalmente Stalin purgó y lo mandó fusilar en 1938 “por espionaje y por pertenecer a una organización trotskista” (!) Los bolcheviques no perdonaron a Antónov que hubiera sido un menchevique.

Han transcurrido seis meses y un día y todavía hay quién quiere practicar la eutanasia al soberanismo. Son los valientes de entonces y los que siempre temen algo. Pasarán los años y todo se irá aclarando. Lo más evidente, de momento, es que el 1-O se puso en marcha un movimiento democrático de gran alcance. Lo peor de todo, en cambio, fue lo que pasó el 10-O y el 27-O. Si se tenía conciencia de que no se podía sostener la proclamación de la República, evidentemente que no se tendría que haber dado el paso que fue seguido de la imposición del 155 y de nada más. Por suerte, la gente es más lista que los dirigentes que un viernes de rebajas —en las tiendas colgaban carteles haciendo referencia al famoso Black Friday— provocaron en un gran desconcierto. El 21-D, la buena gente, la que ha sabido estar en su lugar, volvió a dar la victoria  en las urnas al independentismo. Lo hizo con contundencia, a pesar de que Cs se convirtiera en el primer partido del Parlamento. Pero con eso no le basta para contener al independentismo. Tiene razón Inés Arrimadas cuando en una entrevista reciente apunta de que “no  habrá solución al conflicto si se margina a Cs y a sus votantes”. Lo subscribo sin dudarlo. Al fin y al cabo lo que ella pide es una simple traducción del principio de autodeterminación, que no es otra cosa que “la acción de una colectividad humana, dentro de un marco territorial, de decidir libremente su destino político, especialmente de constituirse en entidad estatal autónoma o independiente”. El conflicto con España se tiene que resolver entre catalanes y mediante las urnas. ¡Claro que sí! El 1-O tenía que ser eso. El estado y la policía lo impidieron por la fuerza y ella, Arrimadas, llamó a boicotearlo.  Ahora podemos volver a votar, si quieren. Si bien previamente habrá que revertir la represión, la gran tara españolista desde hace más de 150 años, con la liberación de los presos y el regreso de los exiliados.