Los burgueses convirtieron la vida privada en el imperio de la hipocresía. En la década de los años ochenta del siglo pasado, Philippe Ariès y Georges Duby publicaron una excelente historia de la vida privada. Era la época, por resumirlo con las palabras de otro excelente historiador, Robert Darnton, en la que la historiografía intentaba investigar la cosmología de la gente corriente para mostrar cómo organizaba mentalmente su realidad y cómo finalmente la expresaba en la conducta cotidiana. El mundo de los burgueses era un mundo privado, al estilo de la familia Lloberola que sirvió para que Josep Maria de Sagarra retratara los cambios sociales producidos cuando Catalunya era la fábrica de España. Si la novela de Sagarra provocó escándalo fue porque “desprivatizó” la hipocresía, los engaños, los convencionalismos.

Lluís Flaquer, catedrático emérito de la UAB, está convencido de que el individualismo ha superado la privatización burguesa. Es probable que tenga razón, porque él es un gran sociólogo, aunque se prodigue poco en los medios de comunicación. Pero las reminiscencias derivadas de la vida privada, entendida como el espacio donde se puede lavar la ropa sucia familiar, por ejemplo, perduran. Y en la política todavía más. Lo acabamos de ver con el caso de la ministra de Justicia Dolores Delgado y, sobre todo, de Baltasar Garzón, este juez vividor, que va y viene de un extremo a otro para flotar en la vida pública española. Garzón es de ese tipo de individuos que puede emprender a la vez dos acciones contradictorias: proteger a policías torturadores y tragarse los GAL y perseguir a Pinochet y a antiguos franquistas. ¡Una joya, vaya!

Pedro Sánchez se lució eligiendo ministros. De momento, dos ya han tenido que dimitir, uno por defraudador fiscal y la otra por mentirosa

A mí me escandalizó más que Garzón estuviera presente en la confabulación de 2009 con el comisario Villarejo que el hecho de que la ministra de Justicia pudiera llegar a ser una de aquellas mujeres —falsas como los hombres— que estaban dispuestas a darse un revolcón en la antesala de un palco del Liceu mientras al día siguiente se ataviaban para asistir a misa y pasar el rosario. Los políticos no pueden ser proxenetas de lujo. Lo mejor de todo es que Delgado confiese en privado que “una serie de jueces y fiscales españoles acabaron con menores de edad” en un viaje de trabajo en Colombia en 2009 y que entonces no lo denunciara. ¿Cómo se le llama a eso? ¿Ir de putas? ¿Pederastia? Y malversación de fondos públicos, posiblemente. Cuando la política es burguesa y de derechas, aunque se travista de izquierdas, apela a la privacidad para explicar, por ejemplo, que la ministra pueda adjetivar como “maricón” a su compañero de gabinete, Fernando Grande-Marlaska, como si eso fuera una tara. La homofobia es un reflejo automático de los reaccionarios, como todas las fobias, sociales o políticas.

Pedro Sánchez se lució eligiendo ministros. De momento, dos ya han tenido que dimitir, uno por defraudador fiscal y la otra por mentirosa. Esta otra ministra dimitirá, si es que dimite, porque las conversaciones reveladas por la prensa demuestran hasta qué punto el mundo judicial español es un putiferio al estilo Berlanga. Y mientras tanto, el titular del Juzgado de Instrucción número 11 de Madrid ha procesado al actor Willy Toledo por insultar a dios y la a virgen María en unos comentarios suyos escritos en Facebook, en los que criticaba la apertura de juicio oral contra tres mujeres por la procesión de una gran vagina en Sevilla. La religión sí que es un asunto privado que este juez convierte en una cuestión pública cuando quiere recortar la libertad de expresión de quien, seguramente, no cree ni en dios ni en el demonio. ¡Me cago en el copón! Si este juez supiera qué significa esta expresión metafórica, quizás me procesaría.