1. Todos los veranos, al llegar el mes de julio, se celebra la Universitat Progressista d’Estiu de Catalunya (UPEC). Cuando se fundó esta universidad, el 2004, desprendía el aroma del tripartito. Todavía lo conserva a tenor de quién integra la junta directiva y el consejo rector, que encabeza mi amigo Jordi Serrano, donde ahora también está representada la CUP, por lo menos el sector más pusilánime. Todo ha cambiado, para empezar, la opulencia del encuentro, que ahora es muy discreto y tiene una repercusión mediática limitada. La UPEC se creó “como respuesta a la necesidad de llenar un vacío por lo que respecta a los escenarios de debate plurales de los sectores progresistas en Catalunya”. La Universitat Catalana d’Estiu (UCE), dominada desde sus orígenes en 1969 por el independentismo de izquierdas, entonces minoritario, aprovechaba el verano para reunir en un espacio de libertad, la Catalunya Nord, jóvenes estudiantes, profesores y profesionales de los territorios de habla catalana. Muchos dirigentes de Esquerra que fueron puntales de la UCE en sus inicios se apuntaron a la UPEC para obtener el aval izquierdista que siempre le habían negado los socialistas y, muy especialmente, el entorno, en mutación constante, de los poscomunistas que jamás ponían los pies en la UCE. En 2016, Ada Colau dio un paso más y retiró la subvención de 10.000 a la UCE y, en cambio, otorgó 150.000 euros a la UPEC.

2. Si fuéramos un país normal y serio, los policy-makers —es decir aquel personal que proporciona ideas para crear políticas públicas— se formarían en la Escola d’Administració Pública de Catalunya (EAPC) y no en espacios marcadamente partidistas. Ahora sería algo largo explicar por qué la EAPC es un activo gubernamental tan desaprovechado —a la que han arrebatado competencias asociaciones municipalistas, sindicatos e incluso centros universitarios públicos y privados de formación de altos directivos—. La realidad es que la EAPC solo nominalmente responde al propósito que el sector intelectual-profesional de la Mancomunitat quería darle en 1912, cuando se inauguró en las dependencias del Institut d’Estudis Catalans. La administración catalana está poco profesionalizada —que es lo que reclaman las principal asociaciones de servidores públicos— y, en cambio, está contaminada por las fidelidades partidistas, lo que tampoco responde al modelo diseñado por Prat de la Riba, que debilitan a la administración.

El problema de Catalunya no es Ayuso, sino un estado dominado por un establishment esencialmente de raíz franquista que el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos no cuestiona

3. Algunas de las interesantes charlas o mesas redondas celebradas en el marco de la UPEC de este año, que tenía como lema: “L’essencial és invisible als ulls. Realitat social i món virtual”, han transcurrido sin pena ni gloria. Lo único que he visto destacado es la mesa redonda, celebrada el pasado viernes, que reunió a las diputadas en el Parlament de Catalunya Sílvia Paneque, del PSC; Marta Vilalta, de ERC; Jéssica Albiach, de En Comú Podem, y Dolors Sabater, de la CUP-Guanyem. Durante dos horas tenían que poner luz a la idea de por qué “lo esencial está en la izquierda”. Este era el título del debate, lo que ya presuponía la actitud presuntuosa y altiva que gastan algunos partidos autoproclamados de izquierdas, a pesar de que finalmente adoptó el tinte de la teología negativa que, al hablar de Dios, no dice lo que él es, sino lo que no es. Cuanto más minoritarios son los partidos de izquierdas, más se obsesionan con asemejarse a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, la organización integrista fundada en 1970 por el desaparecido arzobispo cismático Marcel Lefebvre. En este sentido, la mesa redonda entre las parlamentarias catalanas no decepcionó.

4. Entre las cosas esenciales que son patrimonio de la izquierda, en ningún momento supe ver cómo se puede hacer efectivo el ejercicio del derecho de autodeterminación o alguna preocupación política relacionada con la última década soberanista, incluyendo la represión. Salvo que consideráramos que por el hecho de dedicar la conferencia inaugural al “gobierno de las togas” ya se cumplía con el expediente, las sesiones invitaban a “cambiar de tema”. Puesto que una de las tres mesas redondas dedicadas a la política se titulaba “¿Cuándo se perdió Madrid?”, que no sé muy bien en qué sentido lo planteaban —si hablaron sobre el fracaso de la izquierda madrileña o bien de cómo Madrid se ha convertido es un paraíso fiscal—, encontré el programa bastante extemporáneo. El problema de Catalunya no es Ayuso, sino un estado dominado por un establishment esencialmente de raíz franquista que el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos no cuestiona. La retórica sobre la república es pura estética, porque después toda la izquierda que se reúne en la UPEC saluda, cena, almuerza o lo que haga falta con Felipe VI, el monarca del 3-O. Todo el mundo recuerda la fotografía de la cena inaugural del MWC.

5. La UPEC habría podido debatir, ahora que la CUP también está representada en ella, el caso de Marcel Vivet, el joven militante de Poble Lliure condenado a cinco años de cárcel a raíz de la denuncia de la Generalitat por unos actos de carácter esencialmente políticos. Este caso conecta con lo que he explicado sobre la EAPC y la Administración Pública. Que la Generalitat preste asesoramiento jurídico a los mossos de esquadra que lo necesiten, y a cualquier otro servidor público que lo requiera, no implica que la Generalitat tuviera que tomar partido a favor de los Mossos d'Esquadra en un caso como el de Vivet, y en otros casos derivados de la ocupación del aeropuerto y la plaza de Urquinaona, claramente politizados, para acusar a independentistas. La acusación se inició con Miquel Buch, pero si lo esencial para la izquierda fuera defender la democracia y no que ERC prometa a la CUP que “vigilará” que los consellers de Junts remen hacia la izquierda, el nuevo conseller, el socialista Joan Ignasi Elena, tendría que retirarse de la acusación. Si la conclusión del debate no fue esta, realmente es que la agenda de Esquerra se ha desviado mucho. Mientras escribía he recordado un artículo que publiqué el 8 de septiembre de 1999, Les eleccions catalanes i la mort d’IC, en el que hablaba de la previsible centralidad de ERC si conseguía “articular un discurso político autónomo, nacionalmente sólido y progresista sin obstinarse en el antipujolismo” de los socialistas y los comunistas. Josep-Lluís Carod-Rovira, entonces el máximo dirigente de los republicanos, harto como estaba del control visible y permanente de la izquierda caviar perdonavidas, me llamó para felicitarme.