Pedro Sánchez se equivoca. Le falta cultura política. Estaría bien que hubiera leído a Marx, puesto que es secretario general de un partido que arranca de esta tradición. O por lo menos a Weber y de esta forma se ahorraría tanta rotundidad. ¡Todas las sociedades están divididas, señor Sánchez! Por razones de clase, de género, de generación, “por casta”, como pusieron de moda los populistas españoles, etc. Las personas se movilizan por interés, no en un sentido material, sino como expresión del ideal que dicta los valores que cada cual sostiene para mejorar la nación. Supongo —o así quiero pensarlo— que Pedro Sánchez no tiene nada en común con los 300 franquistas que vitorearon a Franco en el Valle de los Caídos. Y aún siendo así, esa pandilla de rancios, nostálgicos de la dictadura, son tan españoles como los militantes de los PSOE o toda la trama corrupta del PP (supuestamente, quiero decir) y los antiguos “indignados” seguidores de Pablo Iglesias.

Hace más de dos años escribí un artículo, “Parlem clar”, donde afirmaba, hablando de los unionistas y de los independentistas, que “todos somos catalanes, evidentemente, pero la idea que repetimos de manera mecánica que ‘somos un solo pueblo’ es absolutamente falsa”. Puedo entender el valor que tenía afirmar algo así cuando Josep Benet puso en circulación esta idea. La necesidad de avanzar en la “reconstrucción nacional”, con una inmigración que se tuvo que asimilar sin ninguna estructura institucional que permitiera transmitir la lengua y la cultura catalanas, reclamaba vías sustitutorias para preservar la continuidad del país, de una nación sin Estado bajo la bota de la dictadura. Fue la excepcionalidad, la derrota republicana, la desaparición de las instituciones, lo que obligó a echar mano de la imaginación. Si hubiéramos dispuesto de un Estado no hubiera habido la necesidad de recurrir a una idea que apelaba a un voluntarismo inspirado por Baden-Powell más que por Renan. Y, a pesar de todo, a pesar de los déficits, el experimento ha funcionado. Su éxito fue tan evidente que precisamente por eso surgió Ciudadanos, un partido aupado por escritores catalanes en castellano que sentían amenazado “su” mercado.

Si damos por buena la tesis de Pedro Sánchez sobre la existencia de una Catalunya dividida y enfrentada que debe ponerse de acuerdo internamente antes de poder dialogar con “su” Estado, el resultado es extraordinario. En el subconsciente de Sánchez Catalunya es ya un país al margen de España. Si Sánchez considerara que todos los catalanes —los que forman este “solo pueblo” idealizado por los autonomistas y por los unionistas— son españoles, inmediatamente tendría que reconocer que España tampoco es un solo pueblo y que la crisis catalana es la demostración más diáfana de que la sociedad española está dividida. Demasiado complicado y sofisticado para un hombre a quien, parece ser, un “negro” le escribió la tesis y que no se da cuenta de que no puede trasladarse a un hospital para visitar a un policía herido y pasar de los “catalanes/españoles” heridos en las manifestaciones. Si lo hace, y, además, un guardaespaldas exhibe un subfusil como si estuviera en las calles de Beirut, es que considera que la mitad de los catalanes son “extranjeros”. Con sus actos demuestra que la voluntad de “separación” de los catalanes que no se “comportan”, que no son como él quiere que sean, está muy instalada en su cerebro.

Un artículo poco conocido de Josep Fontana es el que publicó años atrás con el título “Contra la unanimidad”. Allí dejaba claro que ni las personas ni los pueblos, ni tampoco los científicos sociales ni los observadores, son siempre del mismo parecer. Les divide la proyección de la imagen de lo que querrían ser. Es un argumento muy simple, pero muy importante, porque es el cimiento de la democracia. Es lo opuesto al totalitarismo. Si Sánchez supiera distinguir entre “pueblo” y “Estado”, que vulgarmente se traduce como “país” (Errejón sí sabe), entonces quizás nos pondríamos de acuerdo. Desde el siglo XVI que se emplea el concepto “interés nacional” para designar el conjunto de proyectos de acción política que los dirigentes de un Estado se proponen en el ámbito económico, social, legislativo, etc. Cuando una sociedad es democrática, pluralista y la libertad es el motor de la acción, ni los pueblos son unánimes, ni los grupos políticos tampoco. La esencia progresista del liberalismo es esta: hacer de la libertad la razón de vivir. Cuando la nación no es libre, advirtió Camus a la juventud francesa en 1958, el socialismo no libera a nadie y sojuzga a todo el mundo. Sesenta y tantos años después, seguimos igual.

La juventud de hoy en día es posible que no haya leído a Cervantes pero sabe que quizás tendrá que pasar por la cárcel si quiere ser libre. La libertad es el único bien por el que vale la pena luchar

Los unionistas, los autoproclamados constitucionalistas, han roto el consenso de la época de Josep Benet. Comenzaron a hacerlo muy pronto, después del golpe de estado de 1981, que si bien no triunfó de la forma como había planificado Alfonso Armada, el rey Juan Carlos, el PSOE y la UCD sí que lo consiguieron en la práctica. La juventud, que ha crecido en un ambiente de negación permanente, ya no mitifica el “consenso” como hacen los viejos. La Catalunya de 2019 no tiene nada que ver con la de 1976. Para empezar, la juventud catalana que defiende en la calle la libertad —y la independencia— es charnega y catalanísima a la vez. El padrón municipal de los más de novecientos municipios de Cataluña son una demostración de que este país, Catalunya, es mestizo, resultado de una mezcolanza. Además, también es plural porque es una sociedad profundamente democrática. Las transformaciones sociales y las frustraciones políticas de los últimos años han provocado que se haya ido ampliando el número de catalanes que ha llegar a la conclusión de que para asegurar el interés nacional hay que disponer de un Estado propio, puesto que al que pertenecen les va en contra. Las declaraciones de Sánchez y sus visitas a Catalunya son la prueba de ello. Lo que reclaman estos catalanes, y el gobierno les niega, es decidir democráticamente su futuro. Y es que si una multitud no consigue articularse políticamente queda condenada a ser solo el público de un gran espectáculo, que cualquier chispa convierte en fuego.

Las declaraciones de Pedro Sánchez dan por hecho que por lo menos la mitad de los catalanes no son españoles, y no porque los independentistas mayoritariamente no se consideren ellos mismos así, si no porque es él quienes los excluye. Cuando oigo este tipo de razonamientos me acuerdo de lo que un día me escupió a la cara, como quien dice, la jefa del PP en Girona, Concepció Veray: “Si los independentistas no queréis seguir en España, marchaos de Catalunya”. Los judíos tampoco eran alemanes, ni polacos, según los nazis. “Por la libertad, así como por la honra —le dice Don Quijote a Sancho— se puede y debe aventurar la vida”. La juventud de hoy en día es posible que no haya leído a Cervantes pero sabe que quizás tendrá que pasar por la cárcel si quiere ser libre. La libertad es el único bien por el que vale la pena luchar. Buscar la libertad ya nos hace libres.