1. Sí, pero no. Este podría ser el resumen del pacto entre PSOE y ERC para evitar que los republicanos presentaran una enmienda a la totalidad de los presupuestos españoles. No es una lectura perversa por mi parte. Incluso los rotativos propicios a defender la posición de los republicanos no lo pueden esconder. El titular triunfal del diario Ara, “ERC desencalla las cuentas a cambio del catalán en el audiovisual”, queda desmentido por el subtítulo, mucho más preciso y real: “La cuota de lenguas cooficiales que habrá en las plataformas todavía se tiene que concretar”. O sea, seamos claros, los republicanos han decidido estabilizar el PSOE a cambio de aceptar una promesa inconcreta sobre el catalán y sobre la creación de una comisión de seguimiento encargada de valorar si el Estado nos engaña o no con sus incumplimientos. ¿Por qué quieren maquillar las cosas? En la era de la comunicación es imposible esconder nada. El documento del acuerdo es revelador. Es suficiente conocido lo que afirmaba Tarradellas sobre que en Madrid disponen de un cepillo reservado a los catalanes. Da igual que fuese un cepillo o un florilegio de elogios para los partidos regionales, de provincias. Para todos los que están dispuestos a escuchar las ofertas llegadas desde Madrid, por muy ruinosas que sean. En cuatro años, los republicanos han pasado de reclamar la DUI y las 155 monedas de plata a negociar, como quien dice arrastrándose, la cuota del catalán en el proyecto de ley estatal del audiovisual. Si España fuera un estado plurinacional, no haría falta que un partido —un partido que además se proclama socialista— se aprovechara de la discriminación lingüística del catalán para obtener el voto favorable de los republicanos a sus presupuestos. Los de Junts estuvieron negociando con el PSOE tanto o más que Esquerra, pero finalmente se decidieron por presentar una enmienda a la totalidad porque las ofertas de los ministros socialistas eran solo promesas. Bolaño y Montero no quisieron concretar ni dinero ni calendario para cumplirlas. Pero es que tampoco quisieron pactar mantener los fondos covid para las comunidades autónomas, la gestión territorializada de los fondos europeos de recuperación, el traspaso de Rodalies y la cuota lingüística. Los independentistas, quizás porque una parte de Junts proviene del antiguo pujolismo, decidió no dar crédito a tanta vaguedad.

2. Estar dispuesto a hacerse perdonar el pecado de la DUI ha debilitado el papel de los republicanos en Madrid. Practican la fe del converso. Parece como si siguieran la teoría estrafalaria que Ricard Vilaregut, antiguo director del Ciemen y ex-coordinador del gobierno municipal de Dolors Sabaté cuando era alcaldesa de Badalona, ha expuesto en un artículo en Público. El ahora profesor Vilaregut escribe que, para salir del Estado, para independizarse, el independentismo primero tendrá que cambiar las estructuras de poder fáctico español ayudando la izquierda unionista a hacerlo. Una paradoja que podría ser admitida como un simple ejercicio académico, pero como estrategia política no tiene ni pies ni cabeza. ¿Qué movimiento de liberación nacional del mundo se ha planteado algo así? Quizás el único caso sería el de las colonias portuguesas que ayudaron al movimiento de los capitanes que organizó el golpe de estado que acabó con la dictadura salazarista el 25 de abril de 1974. El precio que pagaron los militares portugueses fue, precisamente, la independencia de Angola, Mozambique o Guinea-Bisáu. Repetir el espíritu del Pacto de San Sebastián, que es lo que propone Vilaregut —siguiendo lo que ya había expuesto en otro artículo quien fuera la primera dirigente de Podemos en Catalunya, la profesora Gemma Ubasart—, no llevaría a la independencia. Para empezar, porque el pacto de 1930 no preveía en ningún momento —los ejemplos históricos tienen que ser ciertos— la autodeterminación. Ya se vio el 14 de abril, cuando el nuevo gobierno republicano de Madrid presionó a Macià para que renunciara a la proclamación de la República Catalana. De esa renuncia salió la Generalitat autonómica y un Estatut recortado por las Cortes republicanas. Si se quiere volver al catalanismo regeneracionista, hay que decirlo sin complejos. Si los independentistas ayudan a “rehacer” el estado español y lo dejan tan lustroso como para que parezca nuevo, ¿qué sentido tendría volver a empezar para construir un estado propio?

Los independentistas no pueden ceder al pragmatismo la defensa de las convicciones. Si avanzaran como los cangrejos, que andan de perfil, perderían a sus votantes

3. La oposición puede ser dura o blanda. En la cuestión de los presupuestos, los republicanos practican una oposición blanda en España porque, en caso contrario, se cargarían la estrategia que han adoptado. Si rechazan los presupuestos, tumban el gobierno del PSOE, la mesa de diálogo y todo lo demás. Los independentistas, en cambio, ejercen una oposición dura al PSOE porque no renuncian a ninguna estrategia, como han dejado bien claro sus portavoces en Madrid, Míriam Nogueras y Josep Lluís Cleries. La patronal catalana, presidida por una persona que fue diputado de CiU durante años, les reclama que se dejen de historias y que vuelvan al oasis catalán de cuando las convicciones morían enseguida. Lo veo difícil. Lo que no acabo de entender es por qué los republicanos no se deciden a aprobar los presupuestos en Catalunya con el PSC. Sería un justo precio. La CUP, que ejerce una oposición dura al gobierno que ellos mismos ayudaron a constituir, teme ahora que ERC quiera pactar los presupuestos catalanes con los socialistas. Si el Govern ha desestimado el pacto con los socialistas es porque el conseller Giró, siguiendo la estrategia de oposición dura al unionismo, está convencidísimo de que debe pactarlos con la CUP para no malograr el 52 % de la mayoría independentista en el Parlament. Los anticapitalistas tendrían que ser conscientes de ello. Lo suyo sería que no perdiesen la ocasión de dejar su huella en la política presupuestaria gubernamental llegando a acuerdos con los independentistas. La amenaza republicana-socialista es real.

4. En otros tiempos, cuando los actuales dirigentes del partido capitaneaban las JERC, los republicanos pusieron de moda la expresión “La autonomía que vale es la de Portugal”. Han crecido y después del 1-O, de la proclamación fallida de la República Catalana y de la represión, están haciendo bueno el tópico sobre que el conservadurismo de la madurez sustituye al idealismo juvenil. O quizás es que el miedo a revivir el fracaso, a arriesgarse para intentar esquivar los contratiempos, los aboca a la rectificación, como ya reclamaban a Maragall los conservadores de verdad. Podría dar algunos ejemplos, pero no pondré nombres, porque ustedes ya los conocen, de articulistas y políticos que antes defendían una cosa y ahora defienden la contraria. Siempre dando lecciones, antes y ahora. Durante la campaña en favor de aprobar el Estatut de 2006, que viví en primera persona, esta misma gente no supo ver que aquella era la última oportunidad que tenía el unionismo de retener a los votantes de CiU dentro del proyecto español. Lo he expuesto en un largo artículo incluido en la obra colectiva coordinada por la profesora Liah Greenfeld, pero lo resumo aquí. El independentismo creció porque la base pujolista se desplazó, incluso antes que sus dirigentes, hacia el independentismo. Esta gente es hoy, junto con otros sectores identificados con el centroizquierda, la base de Junts per Catalunya. Es por eso por lo que los independentistas no pueden ceder al pragmatismo la defensa de las convicciones. Si avanzaran como los cangrejos, que andan de perfil, perderían a sus votantes. Las dificultades deben afrontarse de cara, sin bajar la guardia. Es lo mínimo que piden los defensores de las urnas del 1-O.