La amnistía no es el objetivo. No es que yo no desee la libertad de los presos políticos. Está claro que la quiero y la reclamo, tanto como la cincuentena de personalidades internacionales que han firmado el manifiesto publicado en The Washington Post y The Guardian promovido por Òmnium. Pero la amnistía solo será posible cuando haya empezado de verdad una negociación política, que es lo que también se indica en el manifiesto, que conduzca a la celebración de un referéndum de autodeterminación. El 1-O es un referente de la lucha por la libertad, pero no es la vía adecuada para resolver la cuestión. Los titulares de los diarios ponen énfasis en que la cincuentena de personas abajo firmantes del manifiesto pide la amnistía para todos los prisioneros políticos y represaliados del proceso independentista en Cataluña, si bien lo que en verdad reclaman a las autoridades españolas y catalanas es, literalmente, “que entren en un diálogo incondicional para encontrar una solución política que permita a la ciudadanía de Cataluña decidir su futuro político. Para que el diálogo sea un éxito la represión debe terminar y es necesaria una amnistía para todos los procesados”. El subrayado es mío, porque el orden de los factores en este caso es importantísimo. Hay que acabar de una vez por todas con la represión y es necesario que el diálogo aboque a la amnistía. Ningún gobierno español —ni el actual, que dice ser tan progresista— decretará una amnistía global previamente. La amnistía se conseguirá, pues, al final del proceso negociador.

No estamos en este estadio. Para empezar, porque el gobierno de coalición del PSOE-UP solo piensa en un indulto, que aun así no afectaría ni a los exiliados ni a los casi 3.000 encausados, y porque no reconoce la existencia del conflicto e insiste en reducirlo a una disputa entre catalanes. La tesis que defendía en una entrevista reciente el exconseller Raül Romeva desde la prisión de Lledoners da alas a esa interpretación. Cuando el conseller recalca que el independentismo “es circunstancial e instrumental” y que lo importante es el republicanismo, desenfoca la lucha de la década soberanista para sumarse a la idea de que el problema son los bloques internos en Cataluña. La independencia no es un hecho secundario que acompaña un acontecimiento principal, el republicanismo. Sin independencia no habrá República. Está claro que en Cataluña existen dos bloques, como en Escocia o como en Quebec, porque allá y aquí una parte de la población quiere la independencia y otra no. Desear ser un estado fragmenta una sociedad tanto como defender el socialismo o el concierto para las escuelas del Opus Dei. El conseller Romeva cae en el mismo error que los que reclaman la amnistía como prioridad para la próxima legislatura. No es con los partidos unionistas (que incluye a los comunes) con quienes se acordará nada, sino que será la fuerza de la ciudadanía lo que permitirá lo que doblegará su resistencia por reconocer, en primer lugar, que el Estado español tiene graves déficits democráticos. Por eso la prioridad del independentismo debería ser combinar la movilización ciudadana y la buena gestión gubernamental. En estos momentos perjudica más al independentismo el mal gobierno dirigido por Pere Aragonès, lo que nos demuestra hasta qué punto un gobierno presidido por él sería el colmo del desgobierno, que los efectos de la pandemia o la supuesta división política entre partidos. En Escocia la buena gestión de Nicola Sturgeon, que contrasta con las tonterías de Boris Johnson, ha logrado que aumentase el apoyo a los soberanistas.

Cuando el conseller [Romeva] recalca que el independentismo “es circunstancial e instrumental” y que lo importante es el republicanismo, desenfoca la lucha de la década soberanista para sumarse a la idea de que el problema son los bloques internos en Cataluña

El lema de la Assamblea de Catalunya era muy claro: “Llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia”. El orden era importante. Sin libertad, o sea sin una democracia real, era imposible acabar con la dictadura. El problema fue cuando la amnistía se convirtió en una trampa, puesto que se equipararon los represores a los represaliados, los franquistas a los demócratas, con la falsa idea de que se debía acabar con las dos Españas enfrentadas durante la Guerra Civil. Los dos bloques de entonces. Poner en el mismo saco los sublevados del 1936 y los defensores de la República no solo fue una inmoralidad, sencillamente se convirtió en uno de los mayores errores políticos de la Transición. El miedo al golpe de estado, que finalmente se acabó produciendo el 23-F, llevó a lo que ahora hemos constatado crudamente: que la monarquía española es una madriguera de fascistas reciclados en todos los niveles: altos funcionarios, jueces, policías y militares. Rodolfo Martín Villa, que en 1977 era un facha de tomo y lomo pero que era un hombre listo, lo dejó muy claro cuando ante las expectativas de cambio promovidas por Adolfo Suárez declaró en el Diario 16 del 17 enero de 1982: “Con la muerte del Caudillo, mi única preocupación era el tránsito de un sistema a otro, y la importante era el punto de llegada, no el de partida. Mi única preocupación era la consolidación del Estado. El tránsito de un sistema a otro no ha supuesto para mí ningún trauma.” No cabe añadir mucho más. Es la reivindicación de la tesis lampedusiana en estado puro. Le mejor de todo es que les salió bien.

Debemos tomar nota de la confesión de Martín Villa: lo importante no es el punto de partida, sino el de llegada. La vieja política se expresa en un sentido contrario y pretende circunscribir la solución del conflicto a parámetros antiguos —acuerdos entre partidos—, si bien lo importante es conseguir que los votantes de partidos unionistas vean en los partidos independentistas la guía y el instrumento —este sí, circunstancial, como es evidente en el caso de Romeva, que de ICV saltó a ERC— para lograr la solución democrática deseada: que el voto de todo el mundo resuelva una disputa nacional entre Cataluña y España que viene de antiguo. Y la única vía para hacerlo es la autodeterminación acordada. Repetir con las todas garantías democráticas el referéndum del 1-O que fue alterado por los porrazos y el boicot activo de los unionistas. La amnistía será entonces la consecuencia del diálogo que haya logrado hacerlo posible. Pero, de momento, estamos muy lejos de eso. Pedro Sánchez ya ha engañado a ERC unas cuántas veces y la famosa mesa de diálogo acordada con los republicanos para encumbrarle como  jefe de gobierno está aplazada sine die.  Reivindicar la amnistía ahora es una cortina de humo que desvía la atención sobre lo que cuando yo era joven los marxistas denominaban la contradicción principal. Sobre el conflicto, formulado de forma llana.