Hoy arranca la moción de censura de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Si nada cambia, mañana al atardecer Rajoy mantendrá su resistencia en la Moncloa. La moción de Sánchez habrá sido una bengala disparada en alta mar por un político náufrago. Con un Congreso de los Diputados tan fragmentado como el actual y en el que, además, algunos partidos son como el agua y el aceite, es muy difícil que ningún grupo pueda ganar una moción de censura si no se sienta a negociar de verdad con los partidos que le tendrían que apoyar. Habrán sido unos días de runrún para marcar territorio, como hacen los perros. Para el soberanismo, ya lo expuse en el artículo anterior, el PSOE no es alternativa para resolver el conflicto de Catalunya con España. Los socialistas, que antes eran partidarios de la tercera vía, finalmente se decantaron por el unionismo puro y duro con escenificaciones de todo tipo, incluyendo desfilar por las calles de Barcelona cogidos de la mano de la extrema derecha, la nueva y la vieja, que es la que realmente es fascista. Pero es que los socialistas han renunciado a un posible papel de puente. Son una muralla más del unionismo.

Si los partidos soberanistas presentes en el Congreso —representados por políticos que tienen más pasado que futuro— apoyan a la moción de censura del PSOE sólo porque se vive mejor yendo en contra del PP, cometerán el enésimo error de los viejos partidos autonomistas. Peor. Porque ni siquiera habrán observado la regla de oro del “pájaro en mano” pujolista, que era obtener grandes beneficios del pacto con el partido gobernante, independientemente de su color ideológico. Para superar el actual bloqueo, para avanzar de verdad hacia la República, primero hará falta que los partidos soberanistas hagan autocrítica y jubilen a los políticos, aunque sean muy jóvenes, que no son capaces de ofrecer una alternativa soberanista al electorado y que generan todo tipo de dudas. Mientras haya presos y exiliados es difícil tener una relación “normal” con los socialistas. Mientras se mantenga la intervención económica de la Generalitat por la deriva autoritaria de Rajoy y por la complicidad de Pedro Sánchez, ¿qué sentido tiene cambiar una cara por la otra en el Gobierno de España? Sería absurdo reclamar a los socialistas que acepten ahora el derecho a la autodeterminación que defendían en 1977 y abandonaron en 2017, pero por lo menos se les debe exigir que sean demócratas.

La falta de un liderazgo político maduro se ha constatado incluso a la hora de formar Govern

Volver al autonomismo no es la solución. Seria, sencillamente, un engaño al electorado. Ya sé que ERC y una parte del PDeCAT pasan por un momento de duda hamletiano, aquel ser o no ser existencial que si resuelven mal será su certificado de defunción. El tiempo de espera que ahora estamos viviendo, muy comprensible después de una batalla tan dura, tiene que ser de musculación y no para volver atrás y retomar la vieja lucha de gallos entre ERC y los posconvergentes. Esta es una “pantalla pasada”, como se dice ahora, y sólo refleja la carencia de propuestas, el vacío de sus programas. Pelearse para conseguir ser el primero en la próxima contienda electoral autonómica es suicida. Nadie perdonaría esta frivolidad, ni el electorado independentista, el núcleo duro, ni el soberanista, que es mucho más amplio. Si al día siguiente del 27 de octubre hubiera habido muertos —y por suerte no los hubo—, los partidos soberanistas habrían pagado cara la indigencia política que demostraron entonces. Seguir abonando el “pensamiento mágico” que llevó a tomar decisiones desacertadas no tiene sentido, pues eso nos abocaría a la misma situación previa al 27-O y la resolución sería la misma. Lo que sabe mal es que la misma gente que se equivocó el pasado otoño se equivoque otra vez ahora. La falta de un liderazgo político maduro —y reconocido por todo el mundo en el interior— se ha constatado incluso a la hora de formar Govern. Es un Govern integrado por tecnócratas más que por políticos. Era una opción, defendida por ERC y por el sector del PDeCAT con ganas de poder, el que siempre chupa del bote. No creo que sea la opción más acertada cuando se debe afrontar la peor crisis política de las últimas cuatro décadas. La improvisación, la carencia de reformismo, las cuotas habituales entre los partidos y sus familias —lo que provocó que inicialmente se sacrificara la paridad de género— ha frenado la posibilidad de constituir un Govern que esté en condiciones de hacer República en vez de gestionar, como se fuese lo único que preocupa, el levantamiento del 155 y denunciar los efectos perversos, que es obvio que hay que hacerlo. La única idea política que aportaba la primera propuesta de Govern presidido por Torra era la de restitución. En las actuales circunstancias era un gesto simbólico y nada más. Está claro que un proyecto político no se sostiene con actos meramente simbólicos. Hace falta algo más. Hace falta proyecto y programa si se quiere evitar un juicio tan sumarísimo como, por ejemplo, el de la ANC, que al conocerse la formación del segundo Govern Torra publicó un tuit implacable, rotundo: “Agachando la cabeza, estando tutelados y aceptando la injusticia del Estado español no se consigue un Govern efectivo”. Quizás sea un tuit injusto, excesivamente severo, pero es consecuencia de la mala gestión política y mediática por parte del bloque soberanista de las diversas opciones que ha ido proponiendo desde el 30 de enero, cuando el presidente del Parlament impidió votar la investidura de Carles Puigdemont. Estamos atrapados entre los que derrapan con sus continuos volantazos y los que avanzan quemando las pastillas del freno.

El día anterior a las elecciones del 21-D, Jordi Sànchez, encarcelado en Soto del Real y aun así segundo de la candidatura de Junts per Catalunya, tuiteó: “Toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros”, que es una recomendación de Joan Fuster del año 1964, en pleno efecto narcótico de la dictadura franquista. Entonces había que hacer política para sacarse de encima el régimen. En estos momentos, como también decía Sánchez en su tuit, porque hacer política da energía a los que quieren transformar realmente Catalunya. Una acción política basada únicamente en las emociones y los simbolismos, en la reivindicación de los presos y el regreso de los exiliados tiene un recorrido muy corto. La izquierda abertzale fue perdiendo grosor precisamente porque optó por una acción política parecida. Hay que construir una alternativa republicana de verdad, políticamente coherente, sostenida por un movimiento político que anime a la gente. Un movimiento amplio por la República que traduzca políticamente lo que la ANC y Òmnium consiguieron movilizar desde la sociedad civil y que supere el sectarismo partidista. Apostar de verdad por las primarias abiertas de cara a las municipales del 2019 puede favorecer el proceso constituyente del movimiento republicano.

El peor defecto del catalanismo es que nació como un proyecto para Catalunya dentro de una España modernizada, pero no fue capaz de plantear una teoría del Estado que le permitiera asaltar el poder de verdad

Estamos donde estamos porque nadie quiso ver muertos en las calles y en las plazas de los pueblos y ciudades de Catalunya el 27 de octubre. Y cuando digo nadie, quiero decir nadie, porque ni los supuestamente más valientes y coherentes —los de la CUP, vamos—, el día 28 no se sublevaron para defender la República que el día anterior habían recibido con el puño en alto en el Parlament. Pero ahora no es el momento de reprocharle nada a nadie. Es la hora de afrontar el desconcierto para evitar que la gente caiga en el desaliento y para desenmascarar el nuevo intento del establishment de volver para atrás, hasta 2006, como si fuera posible recomenzar lo que el TC destruyó y que en la España de hoy no defiende ningún partido, que es un Estatuto de Autonomía soberanista, con rango de “Constitución catalana”. El maragallismo está tan muerto como lo está el pujolismo. Descansen en paz los dos. Pensar que después de una década persiguiendo la autodeterminación, el derecho a decidir, o como quieran llamarle, ahora el president Carles Puigdemont y el jefe del Govern, Quim Torra, aceptarán cuatro migajas a cambio de lo que seguramente ganarán ante los tribunales europeos es ser muy tonto. El peor defecto del catalanismo es que, interpretado por Prat de la Riba, nació como un proyecto para Catalunya dentro de una España modernizada, pero no fue capaz de plantear una teoría del Estado que le permitiera asaltar el poder de verdad. El proyecto republicano del siglo XXI persigue el Estado y no salvar España de su podredumbre. 

Salvar España es, en cambio, el sentido de la propuesta del Cercle d’Economia. Y seguramente el MH Quim Torra se lo dirá en la inauguración de las jornadas económicas de Sitges mientras una parte de la sala se escandalizará y hará aspavientos, incluso con mala educación. Pero es que la propuesta del Cercle d’Economia está pensada para otra época y por eso es un brindis al solo tan evidente que no la debería “comprar” nadie. Pero la tentación está ahí, no seamos ingenuos, porque los grupos de presión habituales revolotean como buitres cuando husmean que pueden influir en los entornos más débiles ideológicamente de los partidos tradicionales. Juntos desean que Puigdemont y Junts per Catalunya no tiren más de la cuerda, sin admitir previamente que los partidos tradicionales nos han llevado al desastre, unos por irresponsables y otros porque no sabían dónde iban y, encima, acogían a corruptos que creaban anticuerpos entre el electorado. Cuando la convicción es sustituida por el interés, entonces se puede ver de qué pasta está hecho cada cual.

No se puede caer en la trampa de creer que la moción de censura de Pedro Sánchez “responde a la permanencia o no de Rajoy después de la sentencia del caso Gürtel”. Para los soberanistas esta disyuntiva es falsa. La elección no es entre un sí o un no a Rajoy. La elección del soberanismo es entre defender la democracia o aceptar la represión que pactaron Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Albert Rivera. Ellos son el “trío del 155”, que ha resultado tan nefasto para Catalunya como en su día lo fue para el mundo el “trío de las Azores”. Y es que, como reconoce el expresidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y yo mismo escuché en Sevilla de boca de Alfonso Guerra, a los socialistas el independentismo les preocupa más que lo que haya robado el PP. Actuemos políticamente, pues, sin volver al pacto “secreto” que no lleva a ninguna parte y se vende como si fuera la estrategia diseñada por los mejores policy-makers del planeta. El país necesita políticos de raza —es una forma de hablar y no una manifestación racista, ¿eh?— y no títeres que es evidente que necesitan crecer. Los políticos que en el pasado destrozaron la vajilla harían un gran favor a todos si se fueran para su casa a escribir sus memorias. Hay que liderar la solución del conflicto con España con ideas nuevas e instrumentos nuevos y no recuperando el viejo “parlamentarismo” de whisky y botijo.