2017 empieza como terminó el año anterior y el otro y el otro, hasta remontar a 2012. Deberíamos admitir que el actual ciclo político comenzó hace más de una década, en 2005, cuando el 19 de diciembre de ese año se creó la Plataforma pel Dret a Decidir (PDD), antecedente de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), con el objetivo de convocar una gran manifestación bajo el lema “Somos una nación y tenemos derecho a decidir” para defender el Estatut d'Autonomia aprobado por el Parlament de Catalunya el 30 de septiembre de 2005. La PDD agrupó a unas 700 entidades y también se adhirieron a ella más de 4.000 personas individualmente y 58 ayuntamientos. Desde entonces, el movimiento soberanista ha crecido mucho y eso se debe, en parte, a la PDD. Lo explicó bastante bien Ricard Vilaregut, hoy Coordinador de Gobierno del Ayuntamiento de Badalona pero años atrás investigador del IGOP-UAB, el instituto universitario en manos de Joan Subirats, Quim Brugué y Ricard Gomà, en la tesis doctoral Memòria i emergència de l’independentisme català. El cas de la Plataforma pel Dret de Decidir, defendida en 2011.

Vilaregut explica en ese trabajo que en la PDD se vivió la misma tensión que hoy enfrenta a soberanistas e independentistas. En la PDD, a pesar del eufemismo para referirse a la autodeterminación que incluso se incorporó al nombre, la mayoría de los que se adhirieron a ella eran, sin embargo, independentistas, si bien en algún caso —especialmente entre los nacionalistas— sólo lo fueran emocionalmente. A pesar de ello, el que durante un tiempo fue el sector mayoritario en la PDD creyó que para ampliar la base social era necesario abrir el espectro para integrar en el proceso de autodeterminación a los soberanistas, digamos, unionistas. Aquella batalla terminó mal, en especial porque el sector más radical, cercano a la CUP, se fue distanciando de la PDD al rechazar la participación de CiU en un movimiento que ellos querían estrictamente de izquierdas e independentista. Ni hablar de compartir la lucha con la derechona nacionalista. En la CUP no sentó bien que CiU participara en la manifestación del 1 de diciembre de 2007 y, en cambio, ni se inmutó por la participación en esa misma manifestación de ICV-EUiA, la izquierda federalista descendiente del PSUC. Como son las cosas, ¿verdad?

Doce años atrás, CiU, ICV-EUiA y el PSC (partido que jamás se adhirió a la PDD ni a las manifestaciones de 2006 y 2007) eran soberanistas y unionistas a la vez, porque reclamaban el reconocimiento de Catalunya como nación al tiempo que defendían mantener a Catalunya unida a España. Un clásico del catalanismo histórico, que desde sus orígenes en 1885 tomó formas diversas según si uno era nacionalista o federalista. Ahora el PSOE quiere obligar al PSC a renunciar incluso a eso. Soberanismo no es igual a independentismo, como bien señalan los dirigentes de los comunes, pero cuando ahora se proclaman soberanistas por contraposición a los independentistas, adoptan la ambigüedad que caracterizó al nacionalista Pujol. Por lo tanto, nada nuevo bajo el sol, vuelve el “pujolismo-leninismo”, esa confusa mezcla con la que Ernest Lluch designaba a personajes como Manuel Vázquez Montalbán, Enric Argullol o Jesús M. Rodés y al montón de dirigentes del PSUC que pasaron a ocupar cargos en la Generalitat de la mano de Ramon Espasa y Josep Laporte, consellers de Sanitat entre 1977 y 1988.

El golpe de Estado de 1981 (porque, desengáñense, lo fue y triunfó) hundió al autonomismo de 1978

La crisis política y económica de los últimos años ha tenido como efecto que se tambalease el estado del bienestar y, por consiguiente, el modelo propio de los países del centro y del sur de Europa que costó tanto construir. También ha resquebrajado la confianza de mucha gente en la política. La Catalunya contemporánea nunca dispuso de un Estado propio, pero lo peor es que el que le tocó en suerte, el español, a menudo le ha ido en contra. Catalunya ha sido la fábrica de España, por decirlo a la manera del gran historiador Jordi Nadal, pero la oligarquía político-administrativa española no supo corresponder al esfuerzo realizado por los catalanes con el reconocimiento de su especificidad nacional, que es lo que siempre reclamó el catalanismo político. El golpe de Estado de 1981 (porque, desengáñense, lo fue y triunfó) hundió al autonomismo de 1978 aunque tardase en llegar. Hasta el intento de reformar el Estatut catalán, adentrados ya en el siglo XXI, cada negociación política entre los gobiernos de Catalunya y España ha terminado en sacramental y con grandes dosis de xenofobia anticatalana. Hay quien asegura que la xenofobia creciente en España, que incluye la intolerancia lingüística, es un puro invento del victimismo catalán. No lo es en absoluto. Los que no toman en cuenta esa xenofobia es la misma gente que cree que la violencia machista es un “accidente” y que se autoproclama patriota español cuando lo que debería admitir es que es nacionalista.

El próximo domingo 15 de enero, la ANC pondrá en marcha la campaña por el 'sí' en el referéndum que el Govern prevé convocar no más tarde de septiembre de este 2017. El secretariat nacional lo decidió en su reunión del pasado sábado en Reus, donde también aprobó comenzar esta campaña con un acto sobre infraestructuras en Sant Feliu de Llobregat. Con “País informat” —éste es el nombre de la campaña—, la ANC pretende focalizar sus acciones en los “votantes potenciales” a favor de la autodeterminación de Catalunya. Es por eso que la ANC centrará su actividad en los 47 municipios que sus predictores consideran “zonas prioritarias”, la mayoría de la cuales están ubicadas en el área metropolitana de Barcelona, así como en aquellos municipios que tengan repartido un 10% de los votos entre el PSC y los comunes. Otra condición de dicha campaña es que el número de votantes socialistas sea superior a 2.000, mientras que el de los comunes debería ser superior a 1.000. ¿Por qué esta distinción? Según la ANC, todos los votantes de los comunes son “potenciales” votantes a favor de la independencia mientras que los de los socialistas no. No sé qué es lo que avala una afirmación como esa, pues la mayoría de los círculos de Podem son decididamente unionistas. Lo es incluso Xavier Domènech, el hombre de Ada Colau en Madrid, precisamente porque proviene de Procés Constituent, y defiende la confederación.

La ANC debería centrarse en los votantes de los comunes más que en sus dirigentes, ya que estos actúan movidos por los cálculos electorales, como todos los políticos

En todo caso, la ANC debería centrarse en los votantes de los comunes más que en sus dirigentes, ya que estos actúan movidos por los cálculos electorales, como todos los políticos, porque en este sentido son como los de siempre. A los comunes puede que les pase lo que le pasó al PSC al no detectar el crecimiento del independentismo y la fuerza de las nacionalidades. Del mismo modo que en la URSS las nacionalidades propiciaron la caída del imperio soviético, como explicó hace un montón de años la historiadora Hélène Carrère d'Encausse, en Catalunya desprenderse de España y de los que son incapaces de cambiarla provoca una gran emoción entre la joven generación de catalanes y catalanas independentistas. La misma emoción que provocó la caída del Muro. Tenía razón Alfredo Pérez Rubalcaba, el fracasado ex secretario general del PSOE hoy al lado del PP, como Felipe González, por miedo al cambio, cuando en 2014 afirmó que “en Catalunya entierran con la señera y bautizan con la estelada”. Este es el futuro que se avecina. En Madrid creen que el crecimiento del movimiento soberanista fue culpa de Maragall, un hombre visionario que quiso mantener a Catalunya dentro de España con un Estatut d'Autonomia soberanista y no lo consiguió, y de la pérfida acción gubernamental de Artur Mas y de los “burgueses” que lo secundan. El comienzo de algo absurdo es engañarse con historietas. Y esto vale para todos. Para la virreina Soraya Sáenz de Santamaría y para la alcaldesa Ada Colau. Ambas están rodeadas de unionistas que las atrapan en la niebla.