Mar Rosàs es una investigadora y filósofa catalana que no sólo es una excelente docente sino una conversadora excepcional. Incluso cuando no se puede hacer presente en un acto donde estaba convocada, es lo bastante creativa para enviar un audio para que la audiencia lo escuche, que te deja entre helado y maravillado. Pocas personas tienen la capacidad y elocuencia de esta coordinadora de la Cátedra Ethos de la Universitat Ramon Llull, que ha sido profesora en la Universidad de Chicago y que ahora lo es en Blanquerna. Sabe pensar, sabe hablar, sabe escuchar, sabe transmitir. Es por eso que cuando pude configurar cuál sería el equipo de la Cátedra de Libertad Religiosa y de Conciencia, Mar fue uno de los primeros nombres a fichar. Ha sido ella con su reflexión sobre la afonía la que ha propiciado este artículo.

En una conversación en la librería Usher, los también filósofos Anna Pagès y Miquel Seguró debatieron esta semana sobre la voz, la vulnerabilidad, el hacerse oír, la voz interior, la voz propia. La filósofa Rosàs estaba invitada como ponente y no pudo estar, pero sí su audio, un guiño a una tarde en la que se hablaba precisamente de la voz. Esta joven profesora advirtió que muchas veces, sin ser conscientes, nos dedicamos a "afonizar" a los demás. En una reunión monopolizamos la conversación y dejamos a personas sin intervenir. Los jefes en una reunión (muchas veces hombres) no callan nunca y algunas mujeres no toman a palabra, y si lo hacen es para "si puedo complementar", "añadiría un punto", "si me permitís, querría decir" y un largo etcétera exasperante que nos remite a la idea del hombre adámico y de Eva complementando siempre alguna carencia.

La advertencia de Rosàs es una hoja de ruta: dejemos decir, no seamos agentes creadores de afonías en los demàs, porque las relaciones personales, profesionales, de todo tipo, se basan en la confianza de poder decir, de poder ser dicho

No es una casualidad que Rosàs haya estudiado a Derrida, Agamben, Zizek o autores contemporáneos y al mismo tiempo sea experta en pensamiento judío. En el judaísmo, la locución "Escucha, Israel", Shemà Israel, una de las principales plegarias del judaísmo, ubica al creyente en relación al creador: escucha a su dios. Las religiones se han pervertido cuando en vez de escuchar a su dios han escuchado el clamor de la venganza y han caído en fundamentalismos. Y las religiones han destacado y curado cuando han sabido escuchar preceptos que alivian y consuelan. Afonizar a la disidencia es un intento de los poderosos sobre los desvalidos, pero la propia voz no te la puede matar nadie. La voz (y el silencio) está presente en las tradiciones filosóficas, religiosas y espirituales.

El logos, la palabra, se ha impuesto sobre la voz, a veces frágil, a menudo en construcción. Lo no dicho forma parte de nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. No decir para no herir, no decir porque da pereza, no decir porque no sabemos decir. La advertencia de Rosàs es una hoja de ruta: dejemos decir, no seamos agentes creadores de afonías en los demás, porque las relaciones personales, profesionales, de todo tipo, se basan en la confianza de poder decir, de poder ser dicho. Hay muchas maneras, algunas más explícitas y otras más sutiles. Aquí radica la destreza de quien sabe decir bien, y aquí se concentra la desgracia de personas que, más que hablar, atropellan o hacen daño. Una maldición es eso: mal decir. La Biblia, en sus escritos sapienciales, está llena de expresiones y deseos del buen decir.

Hagamos lo imposible para sabernos expresar bien y a tiempo. No escatimemos esfuerzos para evitar afonizar. La voz nos caracteriza. Incluso Siri, Alexa, las voces que nos parecen impostadas o fruto de la inteligencia artificial, incluso estas provienen de una voz humana, de una voz propia. La oralidad durante siglos era el código de los acuerdos. En la primera comunión resonaba el canto de "Decidlo sólo de Palabra, y será salva mi alma". Salvemos la voz, dejemos espacio a las voces. Y que no haya secuestros de los conceptos. Cuando yo era pequeña, Vox ('voz') era un diccionario. Hoy, la realidad es mucho menos enciclopédica. Dignificar la voz es también protegerla.