Parece que el nombre de Maria del Carme (o el de Carme) es uno de los más frecuentes en Catalunya, pero no parece mantener la misma frecuencia entre las generaciones más jóvenes. Y me sabría mal que con el tiempo se acabara perdiendo, porque he tenido la suerte de conocer a algunas de las mujeres que se llamaban o se llaman así, y nunca me han dejado indiferente. Las Cármenes con quien he compartido instantes de vida han tenido y tienen comportamientos diferentes por tiempos diferentes, pero siempre he podido encontrarlas —a veces sin que ni ellas mismas se dieran cuenta— en las primeras filas de la gran marcha de las mujeres que, desde la cotidianidad, se hacen valer y abren espacios y desafían coerciones y pautas mal impuestas.

En un compromiso muy personal que da armonía a convivencias intergeneracionales y que, sin ninguna Carme, podrían ser más difíciles, quiero a Carme F., que sabe bordar los papeles de género que por edad le han correspondido mientras hacía una vida más amable a quien estaba a su alrededor, sin desdecirse como profesional de hacer un trabajo excelente en el mundo de la salud. Carme F., todavía hoy, no se ha jubilado de las tareas de cuidado. Y todavía hoy sigue acercándose a las personas de su entorno con una empatía y ternura naturales. Ninguna madre habría encontrado a una mejor hija, y ningún hijo a una mejor madre. Carme F. sabe todavía ser hoy la mejor abuela, y una gran compañera de vida.

Sin estas Cármenes, y tantas que me he dejado, no seríamos hoy la Catalunya que somos

Hay también otra Carmen, Carmen S., una doctoraza que tiene un parentesco no demasiado remoto con la primera mujer que consiguió dos Premios Nobel. Carmen S. (Maica para las amigas) no desmiente en nada a las otras Carmes de las que escribo hoy, ni como madre, ni como profesional de la salud, ni como compañera. Coincidí con ella en la magia de construir amistad a partir de una chispa de ideas compartidas, y encontramos en la fuerza de Antígona un lazo que hacía muy estrecho el vínculo entre lo que consideramos un derecho universal, natural, de la persona (y de los pueblos) y la insumisión a unas leyes que quieren desarraigar de los sentimientos el ejercicio de actos conducidos por el amor... pero perseguidos por los tiranos.

Y reivindico también a Carme Forcadell, la presidenta de la XI Legislatura, con quien compartí desde el escaño número cinco un feminismo que hace una libertad consciente, también desde la política, entregarse a cuidar de los demás y procurar una vida mejor y sin violencias para las mujeres y las personas más débiles. Carme Forcadell, desde el compromiso que se mantiene entre lo que somos y lo que queremos llegar a ser, fue un desafío al sectarismo que nos llama a la malicia desde el lado más oscuro. Por suerte y porque así lo siente, puso gafas y tinta lila a unas sesiones demasiado envenenadas por un machismo patriarcal al cual nadie bajo su presidencia osó parar. Y, por mucho que algunos se lamenten de que esta amistad no puede ser, y que incluso es imposible, sigo al lado de la Carme amiga que se puede doblegar por momentos, pero que, acto seguido, se vuelve a poner en pie en una verticalidad imprescindible para seguir avanzando.

Y finalmente, mi último recuerdo, y el más íntimo y agradecido, es para Carme Castells Busquets, mi madre, pero también la niña republicana que a los 14 años pedía firmas para el voto de las mujeres, la adolescente que perdió la juventud a los 18 años por un alzamiento fascista, y la mujer que se unió en los 30, en una posguerra oscura, de coacciones y mantillas obligadas, a un anarquista escuálido, que justo salía del campo de Argelers. Pero fue ella quien me compró los primeros libros, me regaló los primeros pantalones cuando no estaba nada bien visto que las mujeres pudieran volver a llevarlos, y entendió que quisiera trabajar y estudiar. Carme Castells Busquets me acompañó y en muchos momentos vivió mi vida como si fuera la suya, estropeada por el franquismo.

Sin estas Cármenes, y tantas que me he dejado, no seríamos hoy la Catalunya que somos. Por todas ellas, y sobre todo por mi madre que lucía con orgullo el nombre de Carme, seguiré en pie mientras pueda.