La tensión entre Lewis Hamilton y Ferrari ha alcanzado un nuevo pico tras el Gran Premio de Canadá. El piloto británico, visiblemente frustrado con el rendimiento del SF-25, ha lanzado un mensaje directo al equipo: si no se introducen cambios profundos e inmediatos, su continuidad dentro del proyecto podría ponerse en duda. La falta de competitividad del monoplaza, combinada con una evolución técnica deficiente, ha colmado la paciencia del siete veces campeón del mundo.
Hamilton, que llegó a Maranello con la expectativa de pelear por su octavo título, se encuentra atrapado en un contexto que no responde ni a su ambición ni a su talento. Su descontento ha dejado de ser implícito. Las últimas declaraciones, tanto en la pista como fuera de ella, evidencian que el británico no está dispuesto a prolongar una situación que considera insostenible si no se toman decisiones inmediatas para revertir la tendencia negativa.
En este sentido, el piloto ha señalado directamente la gestión técnica del monoplaza como principal foco del problema. Cada actualización parece alejar más al coche de la competitividad que requiere el Mundial, y Hamilton ya no esconde su desconcierto ante un desarrollo que, según él, no solo no mejora el rendimiento, sino que lo empeora. La frustración ha dado paso a un ultimátum que deja poco margen a la interpretación.
Un futuro en entredicho
El mensaje enviado por Hamilton no es una amenaza formal, pero sí una advertencia que eleva la presión sobre el equipo técnico y la dirección deportiva de Ferrari. El británico ha reiterado su compromiso con el proyecto y su respeto por la estructura del equipo, pero también ha dejado claro que ese compromiso no es ilimitado. Si no hay una reacción inmediata en forma de avances técnicos y mayor claridad estratégica, la relación puede empezar a deteriorarse antes de lo previsto.
Lo llamativo en este caso es el cambio de tono del piloto, que ha pasado de mostrarse paciente y colaborativo a adoptar una postura mucho más crítica. El resultado en Canadá, lejos de ser una excepción, refleja una tendencia preocupante que Ferrari no ha conseguido frenar. El monoplaza no responde a las expectativas y la falta de soluciones concretas está generando un clima de desconfianza dentro del garaje.
El equipo italiano, que tampoco ha encontrado regularidad en el rendimiento de Charles Leclerc, atraviesa una fase crítica del campeonato. Si no logra reaccionar de inmediato, no solo corre el riesgo de quedar descolgado en la lucha por el título, sino también de perder la confianza de un piloto que llegó para liderar un cambio de ciclo. El ultimátum (mutuo) está sobre la mesa y el tiempo corre en contra de Maranello.