La economía rusa afronta este año un escenario cada vez más complejo, marcado por una inflación persistente, un déficit presupuestario creciente y unos ingresos energéticos en retroceso. Buena parte de estas tensiones derivan del enorme gasto militar asociado a la guerra en Ucrania. Sin embargo, los analistas coinciden en que estas dificultades no son suficientes, al menos a corto y medio plazo, para forzar al presidente Vladímir Putin a negociar el fin del conflicto

Tras un primer impulso provocado por el aumento de la producción militar, el crecimiento económico se ha enfriado de manera notable. A pesar de ello, la situación está lejos de ser catastrófica. Según diversos expertos, la economía rusa es “gestionable” y podría sostener el esfuerzo bélico durante tres o cinco años más sin cambios drásticos en la política del Kremlin. Incluso algunos economistas rusos en el exilio consideran que la capacidad de Moscú para continuar la guerra está prácticamente “sin limitaciones económicas” inmediatas.

Las sanciones no frenan la economía (ni a Putin)

Las sanciones occidentales, diseñadas para golpear el corazón energético del país, no han generado suficiente dolor para alterar el cálculo político de Putin. Mientras Rusia continúe exportando petróleo a precios razonables, todavía dispone de suficientes ingresos para “ir tirando”. Históricamente, Rusia solo ha aceptado acuerdos de paz desfavorables en contextos de crisis económica profunda, como al final de la Primera Guerra Mundial o después del Afganistán soviético. Hoy, según los analistas, el país está lejos de esta situación.

El coste de la guerra, sin embargo, se ha trasladado progresivamente a la sociedad. El gobierno ha incrementado impuestos a empresas y ciudadanos, ha elevado el IVA y ha aceptado una inflación elevada, especialmente en bienes importados. A diferencia de otros países, este aumento de precios no genera una contestación social significativa, en parte por la normalización histórica de la inflación y por un entorno de propaganda y represión política.

El gasto militar ya absorbe cerca del 40% del presupuesto estatal. Este esfuerzo ha creado ganadores claros: fabricantes de armas, empresas de defensa y trabajadores industriales, algunos de los cuales han visto cómo sus salarios se multiplicaban en pocos años. En algunas regiones rurales y empobrecidas, la guerra incluso ha comportado una mejora temporal del nivel de vida gracias a los altos sueldos de los soldados y a las compensaciones a las familias de bajas.

Esta estrategia ha ayudado al Kremlin a contener el descontento social, a pesar de unas pérdidas humanas muy elevadas. No obstante, el futuro presenta riesgos. Rusia ha consumido una parte importante de su fondo soberano, reduciendo el colchón financiero que protegía a la población de los efectos de la guerra. Además, la evasión de sanciones es cada vez más costosa, sobre todo después de nuevas medidas contra grandes petroleras rusas. Si estas presiones aumentan y se refuerza el control sobre los compradores de petróleo ruso, la ecuación podría cambiar. De momento, sin embargo, la economía no es el elemento decisivo que fuerce a Putin a detener la guerra