Sanae Takaichi, la primera mujer que llega a la cabeza del gobierno japonés, afronta su debut internacional en medio de una intensa expectación. Su primer gran reto llega esta semana, cuando recibirá en Tokio al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en el marco de una gira asiática que incluye visitas al emperador Naruhito y varios encuentros diplomáticos.
La escena es casi simbólica: meses antes de asumir el cargo, Takaichi había recibido una invitación para reunirse con Trump, pero declinó el ofrecimiento, argumentando que el entonces primer ministro, Shigeru Ishiba, debía ser el primer representante nipón en saludar al nuevo líder norteamericano. “Trabajaré para ganarme un lugar que me permita encontrarme con él con dignidad”, había escrito entonces. Ahora, aquella promesa se ha cumplido.
Un encuentro cargado de significado
El contexto no podría ser más delicado. Aunque la relación entre Washington y Tokio sigue siendo una de las alianzas más sólidas del planeta, la falta de experiencia internacional de Takaichi y el carácter imprevisible de Trump convierten esta reunión en una auténtica prueba de equilibrio diplomático. Se espera que las conversaciones giren en torno a tres ejes: defensa, comercio y seguridad regional. Japón, bajo el anterior ejecutivo de Fumio Kishida, se comprometió a elevar el gasto militar hasta el 2% del PIB en 2027; Takaichi quiere acelerarlo un año y medio antes, pero la financiación es aún una incógnita. Con el yen en caída y una agenda de rebajas fiscales sobre la mesa, su margen es estrecho.
En cuanto al comercio, la nueva líder deberá afrontar el resurgimiento de la guerra arancelaria impulsada por Trump, que ha puesto en tensión incluso a los aliados históricos. Tokio ha aceptado invertir 550.000 millones de dólares en industrias estadounidenses, a cambio de una reducción parcial de los aranceles, pero los detalles del acuerdo siguen poco claros.
Entre Washington, Pekín y Seúl
La energía y la política regional también estarán en el centro de la agenda. Japón sigue dependiendo del gas natural ruso, un hecho que preocupa a Estados Unidos, que quiere reducir esta vulnerabilidad. Takaichi ha prometido diversificar las fuentes energéticas, aunque advirtiendo que un corte repentino podría comprometer la seguridad energética del país.
En el ámbito diplomático, la nueva primera ministra intentará mantener un frágil equilibrio entre la cooperación con Corea del Sur y la rivalidad con China. A pesar de su trayectoria nacionalista y sus visitas al polémico santuario de Yasukuni, Takaichi ha adoptado un tono más conciliador desde su llegada al poder. Incluso ha elogiado la cultura popular surcoreana, un gesto interpretado como un intento de descongelar las relaciones con Seúl, clave para la seguridad regional. El verdadero desafío, sin embargo, es la gestión del vínculo con China, principal socio comercial de Japón. Los dos países mantienen disputas territoriales en las islas Senkaku (Diaoyu, para Pekín), y la creciente presencia militar china en la zona sigue encendiendo alarmas.
Una primera ministra bajo el foco
Con una popularidad del 71%, Takaichi llega a su viaje asiático con un capital político notable, pero también con la sombra de varios escándalos de corrupción dentro de su partido. Su éxito o fracaso en esta gira marcará tanto su imagen en casa como el papel internacional de Japón en los próximos años. En su primera comparecencia como primera ministra, aseguró que la relación con Estados Unidos es “la piedra angular de la política exterior japonesa” y cerró con una frase que resume el momento que vive: “No hay tiempo para detenerse”. Ahora, ante Trump, deberá demostrar si puede navegar entre las grandes potencias sin perder el rumbo ni la dignidad que, hace unos años, dijo que quería preservar.