La mayoría de portadas abre con las consecuencias de la masacre de Bucha, al norte de Kyiv —más de 400 civiles asesinados a sangre fría—, de la que numerosos testigos ucranianos y corresponsales extranjeros hacen responsable al ejército ruso. Moscú dice que es un montaje. En Bucha, El País tiene a Luis de Vega. Su crónica (de pago) es el tema de portada. Es terrorífica, como las fotografías e imágenes de la ciudad que seguramente ya has visto. Si no, puedes ponerte al día en la revista 5W, que publica en abierto un reportaje durísimo del fotoperiodista Santi Palacios, uno de los primeros en entrar en Bucha tras la retirada rusa. (Palacios sigue allí trabajando en lugar de lloriquear en las redes y programas amiguitos como otros que ya se han marchado, disgustados porque no son protagonistas). Echa un vistazo también al twitter de Jeremy Bowen, el veterano corresponsal de guerra de la BBC que ha encontrado a Iryna Kostenko, una vecina de Írpin de 45 años —y parecen 70— a quien soldados rusos mataron a sangre fría, porque sí, a su único hijo, Oleksii, de 27 años. Lo enterró como pudo: envuelto en una alfombra en el jardín de su casa "para que no se lo comieran los perros". Iryna es la imagen de este Quioscos y Pantallas. Sostiene una foto de su hijo.

Es lógico que las portadas abran con la inhumanidad de estas y otras salvajadas consecuencia de la agresión militar del presidente de Rusia, Vladímir Putin, a Ucrania. La crueldad de esos hechos es directa, próxima, tangible. Esta guerra está aquí al lado, por distancia física y por proximidad emocional. Es natural que sea el tema principal de las primeras páginas. Cuando menos, la foto principal. Toda la visceralidad de la guerra, sin embargo, esconde o excluye el grave ultimátum de la ONU sobre el cambio climático. Sólo Ara lo lleva como tema principal. Mirándolo bien, el cambio climático es otra inhumanidad: la mano del hombre causará tantos o más perjuicios que la guerra de Putin —perdona:  la comparación puede parecer que confunde el culo con las témporas, pero se entiende su sentido. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC, por su sigla en inglés) ha avisado que las emisiones de gases de efecto invernadero tienen que llegar al máximo antes de 2025. Si no, los impactos del cambio climático serán irreversibles. "Ahora o nunca", ha dicho el presidente del IPCC. El mundo tiene recursos para prevenir una catástrofe, sigue el informe, pero estorban la adicción a los combustibles fósiles y su influencia en la política. Casi 200 países, incluidos los EE.UU., acordaron un umbral máximo de calentamiento medio global de 1,5°C en el Acuerdo de París de 2016. Para llegar ahí, estados y empresas tienen que invertir en energías renovables y tecnología de eliminación de CO2 de tres a seis veces la cantidad que emplean en combustibles fósiles.

Esta es la segunda noticia en El País y en El Periódico. Es alguna cosa. La Vanguardia lo lleva en portada tan pequeño, tan pequeño que casi ni se ve, quizás porque había que poner bien grande, bien grande la foto de Felipe VI paseándose, más solo que la una, por las obras del Port de Barcelona —hace 30 años que debían estar terminadas, lo recuerda el mismo diario— con un título piadoso y halagador: "El Rey intensifica su agenda en Barcelona". Intensifica. Agenda. Parece un chiste. En otros diarios es peor: del cambio climático no se dice ni mu. En fin. Se puede perdonar que ningún diario advirtiera, previera o imaginara la guerra de Putin. Pero el cambio climático hace años y años que está muy avisado, muy documentado, muy informado. Los diarios no pueden decir que les toma por sorpresa, porque hablan de la cosa sin cesar. El palique es la parte fácil. La difícil es controlar a los poderosos que se comprometen a combatir el calentamiento global y después se pasan los compromisos por el arco de Douglas. Se supone que la misión principal de la prensa es, exactamente esta: controlar a los poderosos. También a los responsables del cambio climático. Porque si las cosas van como dice el IPCC de la ONU —que hasta ahora no falla pronósticos—, esos responsables quizás tendrán que sentarse en el mismo banquillo que Vladímir Putin y por la misma causa.

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