Han muerto la madre y el hijo protagonistas de las portadas del jueves pasado. ¿Te acuerdas? Una mujer embarazada y malherida, llevada en camilla por el patio arrasado de la maternidad de Mariúpol, en el sureste de Ucrania, que Vladímir Putin hizo bombardear el miércoles. La mujer se protegía el abdomen ensangrentado. No sabemos su nombre. Tenía la cara blanca, aun sorprendida por lo ocurrido. Quizás sospechaba lo que ocurriría. Los médicos de otro hospital trataron de salvarla. No había nada que hacer, ha dicho Timur Marin, uno de los que la atendió. Al darse cuenta de que perdía al hijo, gritaba: "¡Matadme ahora mismo!". La pelvis de la mujer estaba chafada y la cadera izquierda fuera de lugar. El bebé nació tras unacesárea, pero "no mostraba signos de vida", según Marin. La madre murió 30 minutos después. La noticia la ha confirmado Associated Press, la agencia estadounidense para la que trabaja Evgeni Maloletka, el fotógrafo que estaba en el hospital atacado por la aviación de Putin y obtuvo las imágenes del horror. Aquí se dijo entonces que hay que publicar estas fotos, muchas y bien grandes, porque son un grito que ensordece las conciencias y también el dedo que señala y acusa a los asesinos. Dos embarazadas más del mismo hospital localizadas por AP han sobrevivido. Sus hijas, recién nacidas, también. De momento.

Los diarios de este martes se dividen en dos grupos. Uno es el de los que abren la portada con la advertencia de los Estados Unidos a China para que no facilite armas ni ningún otro suministro al ejército de Putin. Entre la ayuda que Rusia ha pedido figuran kits de alimentos envasados, listos para comer, según dos fuentes familiarizadas con la cosa que lo explicaron esta noche a la cadena estadounidense CNN. Esta demanda habla por sí sola sobre la incompetencia logística y la mala preparación del ejército ruso, seguramente —como dicen muchos expertos— porque creían que sería una guerra breve, de tres o cuatro días, que Ucrania caería de un soplo como un castillo de naipes.

Esta historia se ha sabido fuera del teatro de guerra, lejos del frente, como muchas otras que explican cuál es el estado real de la guerra. Los corresponsales de guerra y los periodistas en el frente no pueden, naturalmente, averiguar estos detalles. Son, sin embargo, testigos de cargo de los comportamientos extremos de este fracaso total que es la guerra. Atrocidades y heroicidades como las que relata Evgeni Maloletka, el fotógrafo de Mariúpol.

Otro grupo de diarios destaca que las tropas de Putin estrechan el asedio sobre las ciudades (Kíiv, Kharkov, Mariúpol, Mikolaivsk...) mientras la diplomacia negocia y negocia un alto el fuego, un parón de las hostilitats, alguna cosa. Aquí el testimonio de los periodistas que trabajan en primera línea vale para lo que vale, porque las conversaciones para detener la guerra no se tienen en el frente y, menos aun, a la vista de los periodistas. Otra vez, sin embargo, las crónicas de esos enviados especiales nos hacen tocar de pies en el suelo. Los tratos y negocios que se hagan —los de paz o los de guerra— son cosa decisiva y fría. Los muertos y la devastación que viven y explican los periodistas en primera línea es lo que nos llega con más fuerza.

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