Los símbolos importan. Churchill, 1945, con el puro en los labios y la V de victoria en los dedos: "Nos quedamos solos. ¿Alguien quería ceder? [La multitud: ¡No!] ¿Estábamos desanimados? [¡No!]". Kennedy, 1963, en el muro de Berlín: "Soy un berlinés"!. Reagan, 1987, también en el muro de Berlín: "Señor Gorbachev: ¡Derribe este muro!". Zelenski, hace un año, de verde militar, largando a los que le proponían huir de Ucrania: "¡Necesito armas, no un paseo!". Joe Biden, este lunes, plantado ante el palacio Mariyinski de Kíiv, las Ray-Ban de aviador alumbrando toa la avenida: "Putin pensó que Ucrania era débil y que Occidente estaba dividido. Pensaba que podía resistir más que nosotros. ¡Estaba muy equivocado!".

Es un error cualquier portada que este martes no lleve bien destacada la imagen del encuentro Biden-Zelenski, que no es una acrobacia sino una acción de Estado histórica, épica, estratégica. "Es un puñetazo [a Putin]", dice Eliot Cohen en The Atlantic. Su razonamiento parece una tontería y no lo es. La Casa Blanca informó al Kremlin del viaje, presumiblemente con la amenaza, declarada o insinuada, de que si Rusia intentaba interferir recibiría una respuesta violenta y abrumadora. Para un líder obsesionado con la fuerza como Putin —razona Cohen— esto es humillante. Los rusos —todas las teles del país se han hecho eco del viaje de Biden- se preguntarán abiertamente o en silencio: 'Por qué no lo hemos evitado'?. La respuesta no puede ser más que una: 'Porque teníamos miedo'". The New York Times piensa parecido. La visita de Biden a Kíiv es un adelanto del enfrentamiento cada vez más directo entre Biden y Putin. Solo La Razón lo plantea así en portada.

Otro tema que figura en casi todas las portadas es la dimisión, inducida o no, de la secretaria de Estado de Transportes, Isabel Pardo de Vera, y del presidente de Renfe, Isasías Táboas, por el fiasco de los trenes que no cabían en los túneles de Asturias y de Cantabria. La Vanguardia y La Razón hacen de este tema el título principal de portada. El resto lo tiene en una columna o no lo publica en primera página.

Todo es un poco desesperante. Por una parte porque son insólitas y extrañas las dimisiones de cargos públicos de esta categoría por trabajo mal hecho. Merecen más espacio. Ha costado una semana y la liada de hacer dimitir a dos funcionarios que igualmente debían jubilarse pronto. Paradójicamente, ahora quedará para el registro de la historia en que algunos diarios informaron de las destituciones de estos dos pobres chivos expiatorios en títulos mayores que las dimisiones de la número dos del ministerio y el presidente de Renfe. Los historiadores del futuro quedarán patitiesos y asombrados. Suerte del Quioscos & Pantallas.

También es desesperante porque la confusión de Rodalies en Catalunya no ha acabado con la carrera de nadie, ni siquiera a raíz del choque de dos trenes cargados de pasajeros en la estación de Montcada, ni de las 475 incidencias de más de 90 minutos entre enero y octubre de 2022. Para más inri, la ministra de la cosa, Raquel Sánchez, hija de Gavà, hablando de Rodalies, abroncó a los catalanes el sábado pasado en una entrevista a Ara: "Basta ya de victimismo, y más ahora cuando se está invirtiendo y lo que queremos es que Catalunya sea un motor de España". Ay bueno.

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