La generación Z está marcando un antes y un después en la escena política y social global. Nacidos aproximadamente entre 1997 y 2012, estos jóvenes han crecido en un contexto de crisis continua: recesiones económicas, desigualdades sociales, cambio climático y una globalización que ha acentuado las diferencias. Este bagaje ha alimentado un descontento profundo, que ha estallado en protestas y movilizaciones en diversos continentes.
En 2025, las reivindicaciones de la generación Z se han hecho visibles en países tan diversos como Nepal, Madagascar, Perú, Marruecos, Indonesia o Filipinas, con episodios más antiguos en Sri Lanka, Kenia y Serbia. Así lo recoge la Nota Internacional “El mundo en 2026”, elaborada por el equipo investigador del CIDOB. Aunque los detonantes varían según cada país, hay un denominador común: la sensación de que viven en sociedades marcadas por la corrupción, la injusticia y la falta de perspectivas reales para las generaciones futuras. Este malestar se manifiesta en tres ámbitos principales: la violencia social, vinculada a la corrupción y el crimen organizado; la violencia ambiental, derivada de la degradación de recursos y los efectos del cambio climático; y la violencia institucional, reflejada en las desigualdades y vulneraciones de derechos.
Las crisis que podrían hacer cambiar el mundo
En México y Perú, por ejemplo, los jóvenes han salido a la calle para denunciar la impunidad del narcotráfico y la fragilidad de las instituciones. En el caso de Marruecos, donde uno de cada tres jóvenes está en paro, las protestas han puesto de relieve un modelo de desarrollo que prioriza grandes inversiones en infraestructuras frente al bienestar social, reclamando reformas educativas y sanitarias que también influirán en las elecciones legislativas del verano de 2026.
En algunos países, la presión juvenil ha provocado cambios inmediatos. En Nepal, la indignación ante la precariedad y el lujo ostentoso de las élites políticas precipitó la dimisión del primer ministro y la instauración de un gobierno interino con elecciones previstas para marzo de 2026. En Madagascar, las protestas acabaron con la caída del gobierno y la toma del poder por parte de los militares, en un país donde la mitad de la población es joven y gran parte no puede vivir dignamente de su trabajo.
La generación Z también busca hacer escuchar su voz en las urnas. En Bangladesh y Serbia, algunos movimientos juveniles han comenzado a articular alternativas políticas, aunque no siempre con intención electoral directa. En Nepal, el apoyo a candidatos outsiders como Balendra Shah en Katmandú refleja la voluntad de buscar nuevas figuras que rompan con los partidos tradicionales. También en Estados Unidos, jóvenes como Zohran Mamdani en Nueva York ejemplifican una contraofensiva política inesperada dentro del sistema establecido.
Viktor Orbán, bajo la lupa
En Europa, 2026 puede ser un año clave. En Hungría, las elecciones parlamentarias representan un posible cambio después de quince años de dominio de Orbán, con un nuevo partido opositor que lidera las encuestas. Mientras tanto, en Turquía, Estambul continúa siendo un centro de resistencia contra el autoritarismo de Recep Tayyip Erdogan, con el apoyo de la juventud que ha protagonizado protestas antigubernamentales en los últimos años.
En definitiva, la generación Z actúa como una advertencia global: una generación digitalizada, hiperconectada y consciente de las desigualdades, dispuesta a salir a la calle, movilizarse y, cada vez más, influir en la política. El 2026 determinará si este impulso se traduce en cambios políticos duraderos o si el descontento continúa manifestándose principalmente a través de protestas y presión social.