En menos de cuatro años, España ha pasado de tener unas elecciones marcadas por el fin del bipartidismo a tener unos comicios del todo polarizados. Gobierne quien gobierne, después de las elecciones generales del 23-J, las alianzas ya están predeterminadas. Si el PP no obtiene la mayoría absoluta, tendrá que mirar a su derecha, Vox. El PSOE, por su parte, también está obligado a mirar a su izquierda y gobernar en coalición con Sumar, así como recibir los apoyos del independentismo vasco y/o catalán de cara a una nueva investidura para mantenerse en el cargo de presidente del Gobierno.

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Antes de la entrada de Podemos y Ciudadanos al el Congreso de los Diputados, nunca había ninguna duda de que el PSOE y el PP eran los únicos dos partidos capaces de llegar a presidir el Gobierno, y todas las otras formaciones que había en el hemiciclo, especialmente Convergència y el PNV, tenían capacidad de hacer de muleta, en favor de populares o socialistas, si estos no llegaban a la mayoría absoluta. Con la llegada de Pablo Iglesias y Albert Rivera a la madrileña carrera de San Jerónimo, incluso se empezó a hablar de sorpassos. Algunas encuestas llegaron a pronosticar en 2016 que Podemos acabaría sacando más votos que el PSOE, y en el 2019 algunos sondeos también advertían a Génova de que podían llegar a ser adelantados por Ciudadanos. Ninguna de las dos cosas acabó pasando.

Cuatro años más tarde, el escenario es muy diferente. Ciudadanos ha certificado su defunción y no se presenta a las elecciones generales del 23-J. Su electorado ha sido absorbido por el PP, que ahora tiene un claro aliado en la configuración de pactos, Vox, y uno posible, escondido en la sombra: el PNV, que ha abierto la puerta a investir a Alberto Núñez Feijóo, siempre que la reelección de Pedro Sánchez no sea posible y la extrema derecha no forme parte de la ecuación.

Y, paralelamente, el espacio de Podemos ha quedado para siempre vinculado a ser un aliado imprescindible del PSOE para mantener La Moncloa en manos de la izquierda española. Es más, Podemos está ya en la Unidad de Curas Intensivas de los partidos políticos, y ha sido engullido por Sumar, el partido de Yolanda Díaz. El mismo Pedro Sánchez ha reconocido que gobernar con la plataforma de la vicepresidenta segunda del Gobierno será mucho más fácil que con Podemos, ya que Yolanda Díaz se pliega con más facilidad a las exigencias del PSOE que Pablo Iglesias, Ione Belarra o Irene Montero.

La desaparición de Ciudadanos, clave para el escenario de bloques

¿Qué ha pasado en estos cuatro años? En primer lugar, ha desaparecido Ciudadanos. La defunción del partido naranja es clave en esta polarización: aunque los españoles no tardaron mucho en descubrir aquello que ya se había demostrado en Catalunya, que se trata de una formación de derechas y no de centro, era un partido que podía servir de muleta tanto al PP como al PSOE. Ciudadanos decidió aliarse demasiado con el PP, y así lo ha reconocido la actual dirección naranja, pero Pedro Sánchez y Albert Rivera llegaron a firmar en 2016 un acuerdo para investir al socialista como presidente del Gobierno. Podemos no quiso participar en aquel apretón de manos y aquello llevó a una repetición electoral que acabó alargando la etapa de Mariano Rajoy en La Moncloa.

Es decir, quedó demostrado que las alianzas de Ciudadanos con el PSOE eran más complicadas de hacerse realidad, ya que en 2019 los dos rodearon al otro con cordones sanitarios, pero se debía más a un convencimiento electoral que a la imposibilidad de llegar a acuerdos. Es decir, los pactos entre estos dos partidos hubieran sido posibles. Con la desaparición de Ciudadanos, PSOE y PP están obligados a buscar alianzas a su izquierda y a su derecha, respectivamente.

Pedro Sánchez Albert Rivera pacto
Pedro Sánchez y Albert Rivera firman en 2016 un pacto para investir presidente español al socialista / Foto: Europa Press

La estrategia de pactos perjudica a Pedro Sánchez

Ante la pregunta de cuál de los dos favoritos a presidir el Gobierno —Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo— puede salir más perjudicado de este escenario, la respuesta es Pedro Sánchez. Así lo ve, Ignacio Varela, politólogo que en los años 80 y 90 fue subdirector del gabinete de la presidencia española de Felipe González. En declaraciones en ElNacional.cat, argumenta que a Sánchez le perjudica que el electorado español ya conoce sus pactos: "En 2019 sus pactos eran una hipótesis, mientras que ahora ya son una realidad", argumenta.

Considera, de la misma manera, que a Feijóo le beneficia que el electorado español todavía no conoce en qué se puede traducir una suma del PP con Vox, y, por lo tanto, no teme tanto sus potenciales efectos. Es más, señala que la estrategia de pactos de Pedro Sánchez es una anomalía europea. Explica que en este continente, los socialdemócratas acostumbran a encajar manos con formaciones situadas a su derecha, buscando posiciones más centristas. Es decir, formaciones como Ciudadanos. Varela recuerda, por ejemplo, que François Miterrand tuvo una experiencia desastrosa en una coalición con el Partido Comunista Francés, y después se vio obligado a tejer alianzas con el centro.

De hecho, se pronuncia de una forma similar el politólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Jaime Ferri, que asegura que la gran piedra en el zapato que lleva Pedro Sánchez no es su pactismo con el espacio situado a su izquierda, sino los pactos con el independentismo catalán y vasco. Para este profesor, el electorado no tendrá que escoger el 23-J entre 'PP y Vox' o 'PSOE y Sumar', sino entre 'PP y Vox' o 'PSOE, ERC y Bildu'. Afirma que cualquier demócrata sabría qué es mejor para el estado español, pero "en este país no todos somos demócratas". Varela sentencia los argumentos de Ferri añadiendo que, por culpa de los pactos de Sánchez durante la última legislatura, el presidente del Gobierno "sufre una crisis de credibilidad".