La marcha repentina de Iván Espinosa de los Monteros del Congreso de los Diputados —en una comparecencia sin preguntas— y de su sucesor en la lista, Juan Luis Steegmann, representa una muestra más de la guerra subterránea que entregan las diferentes almas que habitan en Vox. De hecho, evidencia que el sector ultracatólico, encabezado por el catalán Jorge Buxadé, está poniendo el pie en el cuello del ala ultraliberal y está ganando la partida en el control de la cúpula liderada por Santiago Abascal. Macarena Olona y Javier Ortega Smith fueron los primeros defenestrados y marcaron el camino a Espinosa de los Monteros, que da un paso al lado después de los malos resultados de las elecciones estatales del 23 de julio. En un ocaso electoral constatado el 23-J, a Vox la acosa la amenaza de convertirse en una nueva versión de Ciudadanos. ¿Corre el riesgo de desaparecer? El paralelismo existe.

Aunque el portavoz parlamentario alegó que dejaba el acta de diputado por "motivos familiares y personales", a nadie se le escapa que hay un movimiento de placas tectónicas en la formación de ultraderecha. "Mis padres no son tan jóvenes y mis hijos todavía no son tan mayores, pero he pasado suficientes noches en el hospital en los últimos meses con ellos para meditar el momento vital en el cual me encuentro", aseguró el martes ante los medios de comunicación. En el trasfondo se tiene que observar que el sector liberal, que defiende la bajada de impuestos y la práctica desaparición del Estado en los asuntos económicos, está perdiendo hasta la camisa en la influencia hacia el nuevo poder de Vox, entregado al alma ultraconservadora y de raíz franquista. Entre los liberales, que no tuvieron candidatos a las elecciones del 23-J, Espinosa de los Monteros no es el primer caído. Macarena Olona fue víctima. Los ya exdiputados Rubén Manso y Víctor Sánchez del Real también.

En contraposición a la pérdida de peso específico en los círculos de decisión, el eurodiputado Jorge Buxadé y el secretario general, Ignacio Garriga, se están haciendo amos de las parcelas de poder que rodean a Santiago Abascal. Partidarios de un Estado fuerte y proteccionista en el ámbito económico, el ala dura representa el ultracatolicismo. De hecho, antes de dar el paso hacia Vox —donde es vicepresidente—, Buxadé, nacido en Barcelona y abogado del Estado, fue militante y candidato de la Falange Española de las JONS y del Partido Popular más adelante. Este poso falangista e integrista se ha extendido como una mancha de aceite, con la complicidad de la pujanza del joven Ignacio Garriga, también catalán, proveniente del Partido Popular, y que sustituyó a Javier Ortega Smith en la secretaría general del partido.

"Vox no tiene futuro"

El alma liberal ha quedado reducida a la mínima expresión. La reorganización de la cúpula es uno de los asuntos que tendrá que afrontar Santiago Abascal, a quien se le empieza a poner cara de Albert Rivera. Se está estableciendo un paralelismo entre el devenir de Ciudadanos y el de Vox. Los naranjas empezaron a deshacerse tan pronto como ataron su futuro al Partido Popular, con quien pactaron en decenas de ayuntamientos y comunidades autónomas. Ir del brazo del PP fue la consecuencia inmediata de conseguir buenos resultados en las urnas. Hay que recordar a los 57 diputados infructuosos de Albert Rivera en las generales de abril de 2019. Su obstinación para hacer el sorpasso al PP y obviar los pactos en la izquierda fue como cavarse la propia tumba. En cuatro años, Ciudadanos pasó de poder ostentar una vicepresidencia a ni concurrir a las elecciones estatales de este julio, casi desapareciendo del mapa municipal y autonómico.

En los últimos tiempos Vox ha decidido abrazarse al Partido Popular, con quien ha hecho gobiernos de coalición en el País Valencià, Extremadura y Aragón, y ha pactado la legislatura en las Islas Baleares, al margen de la lista de acuerdos municipales. Hasta ahora influía desde el exterior y ahora toca poder. Son imprescindibles para la gobernabilidad. Antes de las elecciones del 23-J, Abascal se veía de vicepresidente. Después del 23-J, Abascal se inscribe en la irrelevancia política. A pesar de mantenerse como tercera fuerza, Vox ha perdido 19 escaños y no tiene nada que apelar, a pesar del ofrecimiento de investir a Alberto Núñez Feijóo sin poner impedimentos. Bajo el llamamiento al voto útil, una repetición de elecciones podría ser la vez definitiva hacia Vox, que comparte con Ciudadanos un hiperliderazgo y una escasa implantación territorial. Ahora Vox fortalece todavía más la organización piramidal y vertical, dirigida con mano de hierro.

La corriente crítica de Vox ha aprovechado la marcha de Espinosa de los Monteros para lanzar mensajes catastrofistas sobre el futuro del partido ultra. El exdiputado Rubén Manso escribió un artículo al diario Voz Pópuli, titulado "Vox no tiene futuro", y en el cual vaticina que "muchos votantes de Vox votarán a partir de ahora el PP por aquello del voto útil o malo menor". Manso viene a decir que Vox se ha convertido en lo que quería la izquierda, "una caricatura hiperbólica e injusta". "Vox será el primer partido de la derecha no convencional que fracasará en Europa por haber optado por ser el que sus enemigos le decían que era (...) porque Vox tenía una responsabilidad de la que ha dimitido". Con todo, el secretario general, Ignacio Garriga, negó la mayor y replicó que su partido, "a pesar de los intentos de enterrarnos", "Vox disfruta de una salud como nunca antes". "Estamos muy fuertes porque estamos haciendo lo que queríamos hacer cuando nacimos", aseguró Garriga.