Tal día como hoy del año 1634, hace 386 años, al inicio de la crisis política, social y económica que conduciría a la Revolución (1640) y Guerra de los Segadores (1640-1652), Enrique de Aragón-Cardona, virrey hispánico en Catalunya nombrado por Felipe IV, hacía ejecutar al capitán bandolero Joan Sala Ferrer, más conocido como Serrallonga. Según el hijo del bandolero, el sacerdote Antoni Sala, había sido capturado el 31 de octubre de 1633: “A la vigília de Tots Sants de l’any 1633, en Santa Coloma de Farners, fonch pres a trahisió per Pere Pau Maymir, y per an Jufré, y en Manyà y lo hereu Agustí”.

Serrallonga fue ahorcado públicamente en la plaza del Rei de Barcelona, después de dos meses largos de reclusión y torturas en las mazmorras del palacio del virrey. Aquella ejecución se llevó a cabo en domingo, con el objetivo de concentrar la máxima afluencia posible; y fue presentada como un acto de severa advertencia y público escarmiento dirigido a todos los que desafiaban el régimen hispánico. Sin embargo, aquel acto no debió tener el relieve que pretendían los que lo habían organizado; porque el Dietario de la Generalitat no hace ninguna mención a la ejecución de Serrallonga.

Aquella ejecución se produjo en un escenario de gran tensión política que enfrentaba el aparato hispánico en Catalunya con las instituciones del país. El rey Felipe IV y su ministro plenipotenciario Olivares no habían conseguido imponer la Unión de Armas en Catalunya; y el virrey hispánico, lejos de buscar escenarios de diálogo y acuerdo, se había librado a una guerra contra el bandolerismo (la parte armada de las dos facciones políticas ―nyerros y cadells― que se disputaban el poder en el país); y que tenía el objetivo de generar un escenario de violencia extrema, que tenía que justificar la ocupación militar hispánica (1635).