Tal día como hoy del año 1668, hace 353 años, en Aquisgrán (ciudad libre del Sacro Imperio Romano Germánic), los representados diplomáticos de las monarquías hispánica y francesa firmaban la Paz de Aquisgrán, que ponía fin a la llamada Guerra de la Devolución (1667-1668). Según las fuentes documentales, aquella guerra había sido "un paseo triunfal" de las tropas que comandaba Henri de la Tour d'Auvergne, vizconde de Turena. En aquella ocasión, Madrid cedería a París nueve ciudades de los Países Bajos hispánicos (Charleroi, Maubeuge, Cambrai, Lille, Tournai, Ath, Saint-Omer, Fort de la Knocque y Fumes), dotadas de una importante industria textil que representaba una dura competencia para las fábricas francesas.

La llamada Guerra de la Devolución y la Paz de Aquisgrán eran la segunda parte del conflicto hispano-francés que, nueve años antes (1659), se había cerrado en falso con Paz de los Pirineos. Tanto el movimiento de las tropas de Turena, como las exigencias de los negociadores de Colbert, ponían de relieve que la ambición de Luis XIV no había quedado satisfecha. Y que los planes de Versalles (anexión a Francia de los Países Bajos católicos y de Catalunya) continuaban bien vivos. Durante la llamada Guerra de la Devolución, el principal teatro de guerra se situó sobre la frontera entre el reino de Francia y los Países Bajos hispánicos, pero también se produjeron enfrentamientos en la frontera sur: los franceses penetraron por el valle del Segre, hasta las puertas de la Seu d'Urgell.

Con los acuerdos de Aquisgrán, la monarquía francesa avanzaba un paso más en su propósito y afianzaba el liderazgo europeo que había ganado con la Paz de los Pirineos (1659). El tercer paso lo daría dos décadas más tarde, con la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), que culminaría con la invasión efímera de Catalunya y el brutal asedio sobre Barcelona (1697) que causó cuatro mil víctimas mortales (el 10% de la población de la ciudad). Y el cuarto y definitivo se produciría en 1700, cuando Luis XIV —con la colaboración de las oligarquías castellanas— conseguiría situar a su nieto Felipe de Borbón en el trono de Madrid. Desde entonces, las Españas no tan sólo dejarían de ser un competidor de Francia, sino que se convertirían en un títere político y económico de Versalles.