Tal día como hoy del año 1712, hace 307 años, en el contexto de la Guerra de Sucesión hispánica (1705-1715), John Campbell –duque de Argyll– tomaba posesión de la isla de Menorca en nombre de la corona británica. Cuando se produjo aquella ceremonia protocolaria, los británicos ya hacía más de cuatro años (septiembre de 1708) que tenían el control de la isla, pero lo ejercían en nombre de Carles d'Habsburg (que en 1705 había sido nombrado conde de Barcelona, y en 1706 había sido proclamado rey de Mallorca). Desde que se había iniciado el conflicto sucesorio, los británicos habían ostentado el control de la isla en dos ocasiones: la primera (octubre a diciembre de 1706), después de una revuelta popular austriacista; y la segunda, a partir de septiembre de 1708.

Pero aquella ceremonia protocolaria significaba la transferencia definitiva de la isla de Menorca a los dominios de la corona británica. Pocos meses antes, en el transcurso de las negociaciones del Tratado de Utrecht (1712), que pretendía poner fin al conflicto, Luis XIV de Francia (en nombre de su nieto Felipe V de España) había cedido secretamente la soberanía definitiva de Gibraltar y de Menorca a la reina Ana Estuardo a cambio que los británicos se retiraran de aquella guerra. El propósito final de Luis XIV era fragmentar la alianza internacional antiborbónica, incluso contra los dominios de su nieto (Gibraltar) o de Carlos de Habsburg (Menorca, que provocaba una inmensa grieta en el bloque austriacista).

Los artículos 10 y 11 de aquel tratado anglofrancés decían respectivamente: "El Rei Catòlic (referit a Felip V d’Espanya) per si i pels seus hereus i successors, cedeix per aquest tractat a la Corona de la Gran Bretanya la plena i sencera propietat de la ciutat i castell de Gibraltar, juntament amb el seu port, defensa i fortaleses que li pertanyen” y “El Rei Catòlic (referit, de nuevo, a Felipe V de España) per si i pels seus hereus i successors, cedeix també a la Corona de la Gran Bretanya tota l'illa de Menorca”. Los británicos ejercerían el dominio sobre la isla –de forma prácticamente ininterrumpida– durante casi un siglo (1802), que sería la época de oro de Menorca: se mantuvieron las instituciones y la lengua, y se vivió una etapa de crecimiento económico y demográfico sin precedentes.