Tal día como hoy del año 1492, hace 533 años, en Barcelona (en las escaleras del Palau Reial, en el extremo noreste de la plaza del Rei), el campesino Joan de Canyamars apuñalaba por la espalda, con el propósito de matarlo, al rey Fernando el Católico. En un primer momento, tanto la esposa del rey, la reina Isabel I de Castilla, como los cancilleres reales de Fernando sospecharon que se trataba de una operación de gran envergadura urdida por el estamento aristocrático catalán en complicidad con la monarquía francesa. Por este motivo, Fernando fue inmediatamente evacuado fuera de la capital catalana. Fue conducido al monasterio de Sant Jeroni de la Murtra (que se consideró especialmente seguro) y permaneció allí, curando las importantes heridas, durante cinco meses (hasta abril de 1493).

Cuando sucedieron estos acontecimientos, los monarcas se encontraban en Barcelona negociando la devolución de los condados del Rosselló y del Conflent, que el rey Juan II —el padre y antecesor de Fernando— había empeñado (Tratado de Bayona, 1462) para reclutar mercenarios y adquirir máquinas de guerra con el objetivo de ganar la Guerra Civil catalana (1462-1472), que, por un lado, enfrentaría a la Corona, las clases mercantiles y el campesinado de remensa y, por el otro, a la aristocracia latifundista feudal. Cabe destacar también que, durante los primeros años de existencia de la monarquía hispánica (1479-1516), el edificio político creado por los reyes Fernando e Isabel tuvo cuatro capitales: Barcelona y València, en la Corona catalanoaragonesa; y Toledo y Granada, en la Corona castellanoleonesa.

El día del atentado se produjeron una serie de hechos que alertarían a Fernando e Isabel. Tras la detención y el interrogatorio del campesino de remensa Joan de Canyamars, se supo que el autor del atentado había pasado toda la noche anterior acostado en las escaleras del Palacio Real, sin que nadie lo identificara o lo hiciera marchar. Y al día siguiente, cuando el rey Fernando salía del Palacio, rodeado por sus cancilleres y su guardia personal, nadie se dio cuenta de que Joan de Canyamars se colaba en medio de aquel séquito, sin ningún impedimento, y ganaba la posición para apuñalar al rey. Joan de Canyamars fue brutalmente torturado, pero lo único que sacaron de él fue que había actuado en solitario, vengando la traición del rey Fernando al movimiento remensa.