Tal día como hoy del año 1898, hace 127 años, en París, las delegaciones diplomáticas de Madrid y de Washington firmaban el Tratado de París, que ponía fin a la Guerra hispanoamericana (abril, 1898 – julio, 1898). En aquel momento, la jefa de Estado española era la reina regente María Cristina de Habsburgo (viuda del rey Alfonso XII y madre del futuro rey Alfonso XIII), y el primer ministro era Práxedes Mateo Sagasta, líder del Partido Liberal. La guerra tuvo como resultado una humillante derrota española, y, en aquellas negociaciones, la delegación norteamericana presionó para que los españoles les traspasaran el dominio de estos territorios y repatriaran a los miles de prisioneros de guerra españoles que hacía meses que estaban recluidos en campos de concentración en Cuba.

Desde el final de la guerra (julio de 1898), el Gobierno español había repatriado a cuentagotas a los soldados prisioneros españoles. La marina de guerra española estaba, en su práctica totalidad, en el fondo de las bahías de Cavite (Filipinas) y de Santiago (Cuba), y la Compañía Transatlántica (propiedad del negrero Antonio López) se negó a repatriar a los soldados españoles. Ante aquella negativa y las presiones norteamericanas, el Gobierno de Sagasta contrató los llamados barcos de la muerte (mercantes de bandera francesa o alemana que transportaban a las personas como animales y los sometían a un saqueo permanente). Según la prensa de la época, los barcos de la muerte cobraban cinco pesetas por un panecillo y un vaso de leche (el equivalente actual a 70 euros).

Los primeros soldados catalanes repatriados llegaron a la Estació de França (de Barcelona), procedentes de Cádiz, el día de la Mercè de 1898. Eran 33 chicos (30 de leva y 3 voluntarios) y ninguna autoridad —ni militar ni civil— fue a recibirlos. Pasados unos meses, la prensa de la época destacaría que la mitad de aquellos chicos habían muerto a causa de la fiebre amarilla, la enfermedad que ya traían de Cuba. Durante aquella Tercera Guerra de la Independencia (1895-1898), y solo en Cuba, morirían 55.000 soldados españoles; la inmensa mayoría a causa de las enfermedades. En París, los representantes españoles no fueron capaces de arrancar ninguna concesión más allá del cobro de 40 millones de pesetas (20 millones de dólares), una cantidad ridícula comparada con el coste de aquel conflicto, que había sido de 400 millones de pesetas. Veintinueve años antes (1869), el general Prim había intentado vender Cuba a los Estados Unidos por 400 millones de pesetas.