El ataque llevado a cabo por Israel, según todas las informaciones, en Damasco, la capital de Siria, contra la embajada de Irán, en el que habrían fallecido tres importantes generales del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, supone un peligroso salto en una imparable escala de tensiones en toda el área de Oriente Medio, en las relaciones entre Israel y la comunidad internacional y también entre el gobierno judío y su tradicional aliado, Estados Unidos. La reciente aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pidiendo a Israel un alto el fuego inmediato en la franja de Gaza, después de cinco meses de guerra, con la abstención de Estados Unidos, no deja de ser un signo del hartazgo norteamericano con su socio estratégico en la región, enormemente irritado con el primer ministro, Benjamin Netanyahu.

Todo ello, además, coincide con manifestaciones en Jerusalén, por segundo día consecutivo, contra Netanyahu, pidiéndole la convocatoria de elecciones en desaprobación a su gestión. La previsión es que las concentraciones se mantengan durante cuatro días, en lo que se ha dado en denominar la semana nacional de protesta. Todo ello en medio de una pérdida imparable de popularidad del primer ministro israelí, que sufriría un serio varapalo electoral si ahora convocara elecciones, ya que lo ha fiado todo a un respaldo ciudadano que no está teniendo tras su invasión de la franja de Gaza, que ha provocado decenas de miles de muertos y que más del 85% de la población palestina se haya desplazado internamente.

Pero es evidente que el ataque de la embajada iraní en Damasco es un salto de escala y también una provocación, que hace prever consecuencias, ya que habrá una reacción del régimen de Teherán. El ministro de Relaciones Exteriores iraní ya lo ha señalado, avanzando que la respuesta será similar al ataque israelí. También ha indicado que es una violación de todas las convenciones internacionales. Tel Aviv ha puesto en alerta a todas sus cancillerías, elevando el nivel de seguridad al máximo por el temor a represalias.

El hecho de que el ataque de Israel haya sido directamente contra el régimen iraní, enemigo declarado de Washington, es obvio que amplía el perímetro del conflicto. En un momento en que resuenan en Europa declaraciones de preguerra por el conflicto entre Rusia y Ucrania, del que tampoco se ve una solución diplomática en el horizonte, Israel mueve una pieza del tablero internacional como queriéndole recordar a Joe Biden que, más allá de las discrepancias, Irán es un enemigo declarado y compartido. Todo ello en un marco de precampaña electoral en Estados Unidos y con dos políticas claramente diferenciadas entre Biden y Donald Trump, con ventaja del segundo para volver a la Casa Blanca en los comicios de noviembre.