Una de las cosas que menos se entienden desde fuera de Catalunya es el apego que tiene a sus tradiciones y a sus recuerdos. Y es normal que sea así. ¿Cómo va a necesitar tener un hilo conductor permanente con su historia quien ha podido casi siempre prescindir de ella? Quien no la ha necesitado para reclamar su derecho a ser. Catalunya, en cambio, no ha podido prescindir de nada, absolutamente nada, de lo que configura su identidad. El apego a su historia, a su cultura, a su lengua, a sus prohombres, a sus mártires... Ha tenido que hacerlo durante muchos años en la clandestinidad o en medio de permanentes incomprensiones. Por ejemplo, como ahora, que se le niegan tantas cosas, algunas, incluso, por primera vez en las últimas décadas, y se persigue judicialmente a sus líderes políticos.

Cada 25 de diciembre, Catalunya cumple con una de estas tradiciones: rendir homenaje al president Francesc Macià en el cementerio barcelonés de Montjuïc en recuerdo del día en que murió, el 25 de diciembre de 1933. Macià, conocido popularmente como el Avi, es 83 años después de su muerte un político recordado y querido más allá de las formaciones soberanistas e independentistas. Como muy bien recordó José Montilla siendo president de la Generalitat durante la inauguración de los actos de homenaje del 75.º aniversario de su muerte: "La sonrisa de Macià es inolvidable, quería a Catalunya y Catalunya le quería". Macià encarna a finales del 2016 dos valores difíciles de identificar, ya que tienen en este mundo cambiante de hoy en día un punto de quijotismo: una larga vida de coherencia personal en defensa de una idea política y una insobornable capacidad de resistencia.

Como defensor de los derechos nacionales y sociales no se planteó cuáles iban primero, ya que sin los primeros era muy difícil defender a los segundos. En el mundo de la información instantánea, coherencia y resistencia son a veces valores que se difuminan, que se pierden en unos pocos caracteres. También en una estrategia mal contada que hace que una simple parada acabe pareciendo mucho más que una renuncia. Macià. Quizás por eso, en ningún año como este 2016, es oportuno detenerse en Macià. En su figura y en su política. Y releer la historia de aquellos días. Desde las políticas erráticas de la monarquía de Alfonso XIII hasta el auge de la catalanofobia profundamente alentado por la política y por los diarios españoles de la época. Pero eso allí ya lo saben; aquí, a veces, parece que no tanto.