El hundimiento del techo del puente entre Rodalies y el aeropuerto de El Prat este sábado después de que cayeran unos pocos litros de agua ejemplariza a la perfección lo que es la Catalunya de aparador y la Catalunya real. Trenes que no funcionan, obras en mal estado dejadas de la mano de Dios, autopistas desbordadas incapaces de absorber el tráfico que se acumula, carreteras con el pavimento en mal estado por soportar el tráfico de camiones demasiado pesados y un largo etcétera. Esta Catalunya que padecen a diario los ciudadanos frente a la Catalunya capaz de presentarse al mundo como un polo de éxito en congresos como el Mobile World Congress, que ha batido este año todos los récords y del que ya casi no nos acordamos porque ha conseguido funcionar alejado de las interferencias políticas, que es la única manera de ir siempre adelante. Y ojalá la Fira siga así.
Por suerte, los del Moblie ya se han ido y sus desplazamientos son preferentemente en el interior de Barcelona —donde se ha acabado cediendo en beneficio del taxi perjudicando claramente a los imprescindibles vehículos de turismo con conductor (VTC), Uber o Cabify— o en el aeropuerto a su llegada a la capital o al abandonar la ciudad. Y mientras los alrededor de 109.000 visitantes de este año, que han igualado el récord de 2009, explicarán el aparador de la ciudad que han visto, los de casa hablaremos del desastre de Rodalies, de la nueva interrupción de la alta velocidad a la salida del túnel de Sants a causa de un problema de tensión en la catenaria, con el consiguiente efecto dominó sobre los trenes de alta velocidad de Renfe, Ouigo e Iryo, y los trenes de media distancia.
Todo ello, mientras la consellera de Territori, Sílvia Paneque, repetía las disculpas de la víspera, en otra jornada también caótica, del president Salvador Illa y solicitaba una reunión urgente para este domingo con los máximos responsables del Ministerio, de Renfe y de Adif. La exigencia de Paneque, como la de la gran mayoría de sus antecesores, suena a incapacidad, ya que tal como está montado todo, las quejas de la Generalitat acaban quedando allí donde el ministerio quiere, que suele ser el cajón de la basura. Y así será mientras no haya una reacción conjunta de todos los partidos catalanes a la hora de la exigencia.
Esa actitud displicente, altiva y arrogante es la propia de quien considera que da igual lo que haga, ya que nada le va a acabar pasando factura
Muy diferente sería si la necesaria reprobación del ministro Óscar Puente, que sería razonable que exigieran Junts y Esquerra Republicana, y a la que fácilmente se podrían sumar partidos de la oposición en el Congreso, fuera avalada por los comunes y por el PSC. Entre otras cosas, porque el caos no selecciona cuáles son los votantes perjudicados y arropar al tuyo simplemente porque es el tuyo, es como para sacar un poco los colores. Casi suena a tomadura de pelo que el ministro se haya limitado a explicarnos que su ministerio pondrá Jaén a menos de tres horas en tren de Madrid y su prolijo ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible en las redes sociales nos haya hablado de obras en la A-7 en Almería, los problemas de circulación en Huelva por las lluvias, las mejoras de carretera en Ceuta junto a la construcción de una iglesia en la ciudad autónoma, y la manifestación del 8M con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Esa actitud displicente, altiva y arrogante es la propia de quien considera que da igual lo que haga, ya que nada le va a acabar pasando factura. Debería ser motivo de enfado institucional que se cumplan 20 años de la aprobación de un manifiesto en Catalunya por la mejora de Rodalies. Cuando se habla de la falta de inversiones en Catalunya o la no ejecución de las partidas que figuran en los presupuestos generales del Estado en Catalunya respecto a la ejecución que siempre se produce en Madrid, ahora se ve perfectamente que no es un Excel o una estadística más. Es otra cosa: el ahogo crónico a un país para limitar su crecimiento.