Ha sido poder leer una carta que ha enviado Marruecos al Consejo de Derechos Humanos de la ONU para confirmar lo que ya se suponía: el rey Mohamed VI enredó a Pedro Sánchez y la nueva relación entre los dos países es idéntica a la que ha habido siempre: el régimen alauita lleva la batuta y si no estás de acuerdo te va abriendo las fronteras para que vengan inmigrantes hasta que no te queda otra que ceder al chantaje. El movimiento de entregar el pueblo saharaui a Marruecos, negándole su derecho a la autodeterminación, fue un viraje suicida. Alejó a España de un compromiso histórico y enervó, como enseguida se vio, a países como Argelia. Y no se produjo en un momento cualquiera, sino cuando la escalada de precios energéticos se empezó a visualizar claramente y, lejos de poder disponer del gaseoducto argelino a un precio más que razonable, se acabó beneficiando a Italia, que se encontró con un suministro superior al que tenía y a un precio inferior al nuestro. A partir de entonces no nos ha faltado gas, pero lo hemos pagado a Estados Unidos a un precio superior.

Pedro Sánchez, que aún no ha explicado las razones de aquel súbito cambio, nos metió a todos en un problema. Por no hablar de cómo se condenó a un pueblo con el que había un compromiso que trascendía su presidencia. Dijo entonces, solemnemente, que suponía el inicio de un tiempo nuevo en las relaciones entre España y Marruecos, algo que nunca se ha concretado en nada, por más que se presentara oficialmente como una nueva etapa entre los dos países. "El Reino de Marruecos no cuenta con fronteras terrestres con España, y Melilla sigue siendo un presidio ocupado", señala la misiva enviada a la ONU, que reproduce el lenguaje de reivindicación de Ceuta y Melilla que Marruecos ha venido defendiendo desde siempre. Aquí, ningún cambio.

El hecho de que Pedro Sánchez haya salido afirmando que "Ceuta y Melilla son españolas, y punto", tiene un valor escaso, ya que, como algunos analistas predijeron en su momento, con el acuerdo del pasado mes de abril entre España y Marruecos que llevaba por título "Nueva etapa del partenariado entre España y Marruecos" y que se presentaba como una declaración conjunta, solo se reforzaba a Mohamed VI, porque su estrategia política es la de ir ganando posiciones, no la de cimentar una relación profunda. Cuando Marruecos apriete el botón, que será cuando Estados Unidos esté en deuda con Mohamed VI por su papel en el conflicto en Oriente Próximo, Ceuta y Melilla caerán del bando marroquí y España nada podrá hacer más que gesticular, algo en lo que, por otro lado, Sánchez es un verdadero artista.

No hay, por tanto, una política exterior de España ganadora en Marruecos, como tampoco la hay en ningún conflicto importante, donde la voz española cada vez se oye más pequeña. Otro ejemplo sería cómo Alemania ha excluido a España del escudo antimisil europeo. El canciller alemán, Olaf Scholz, ha dejado a Pedro Sánchez fuera de este proyecto al que ya se han sumado quince países ante la irritación española. La ministra de Defensa, Margarita Robles, tan solo ha acertado a señalar que Alemania estaba llevando a cabo el proyecto de manera unilateral. Esto en un momento en que el presidente francés, Emmanuel Macron, ha hablado por primera vez desde la invasión Rusia de Ucrania y de manera alarmante de una guerra mundial, al señalar en un tuit que "Nosotros no queremos una guerra mundial". El lenguaje belicista y la escalada militar rusa no hacen sino alimentar el miedo en un contexto en que los problemas no dejan de crecer. Llevamos así muchos meses, desde febrero, y no hay semana en que el panorama general no sea más negro que el mes pasado.