"Con las vacunas se acabarán las restricciones", nos decían el pasado verano todos los expertos y con ellos la legión de dirigentes políticos que, sin saber nada, se dedican a ponerse una bata blanca y hacer declaraciones. Más recientemente, el doctor Josep Maria Argimon, ahora conseller de Salut, hacía el pasado día 5 en Lleida un vaticinio que la agencia Europa Press recogía de la siguiente manera: "Argimon dice que la variante ómicron, detectada por primera vez en Sudáfrica, no tendrá 'una incidencia importante' en Europa". Desde ese día 5 de diciembre, domingo, situado en medio del puente de la Constitución y la Purísima, han pasado tan solo dos semanas en que se nos ha dicho reiteradamente que no habría que adoptar medidas... hasta este lunes. El mensaje giró como un calcetín y ahora, deprisa y corriendo, se pide al Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) incluso que apruebe un toque de queda entre la 1 y las 6 de la mañana, algo que, por otro lado, el comité de expertos que asesora al Govern no había solicitado.

Entiendo que la ciudadanía esté preocupada y se sienta desasistida de la administración que, por otra parte, tiene la asistencia primaria desbordada mientras los tests de antígenos han desaparecido misteriosamente de las farmacias en el momento en que la gente más los necesita y las llamadas de atención por enfermedad y posible caso de infección están tan saturadas que acaba siendo imposible que te atiendan o que te llamen más tarde. También está la ciudadanía desconcertada y temerosa. Porque no es menor que algunas de las cosas que se nos habían ido diciendo sobre la evolución del coronavirus no han acabado siendo verdad y con las vacunas, lamentablemente, no se han acabado las restricciones.

Y eso no quiere decir que lo mejor que podemos hacer sea algo distinto que vacunarnos, como indican todos los expertos y que la tercera dosis, que ya pueden solicitar los mayores de 55 años, es necesaria. Pero cuidado con las promesas incumplidas y con los estados de euforia que acaban evaporándose con el paso de los meses. No solo nosotros, ya que, por ejemplo, este martes ha sido Alemania quien ha anunciado nuevas restricciones, aunque, y no es un dato menor, a partir del 28 de diciembre, salvando la Navidad. Lo único que aprendemos permanentemente con la covid-19 es que nos falta muchísimo por saber y que, lamentablemente, los escenarios cambian cada día. 

Es evidente que se ha apurado mucho para los últimos anuncios y que, para acabar así, alguien hubiera podido, quizás, planificarlo con un menor impacto sobre las fiestas de Navidad y porque, sobre todo, no se habría trasladado la alarma que se ha provocado entre la población. Solo hacía falta darse estas últimas horas una vuelta por la estación de Sants o coger alguno de los múltiples trenes de Rodalies, por ejemplo, para ver que entre lunes y martes ha habido una reducción importante del número de pasajeros. O cómo se ha reducido el número de comensales habituales en muchos restaurantes. O bien, cómo no hay familia en la que el debate de estas últimas horas no sea cómo organizan de nuevo las comidas de Navidad, Sant Esteve y Any Nou. Decir esto el día 20 de diciembre por la noche suena a improvisación.

Que este miércoles, día de la lotería, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, convoque una reunión telemática con los presidentes autonómicos para hablar de la pandemia y las medidas suena a chirigota. Una sesión de trabajo que se anunció hace una semana y que cuesta de entender que haciéndola por Zoom se haya demorado tanto y haya sido tan difícil casar las agendas de los participantes. En fin, por favor, háganlo todos mejor.