Cuando el grito más entonado de la manifestación de este 8 de octubre es "Puigdemont a prisión", casi está dicho todo respecto a la pretensión de las decenas de miles de personas -alrededor de 350.000, según la Guardia Urbana- que salieron a las calles de Barcelona convocadas por Societat Civil Catalana. Son muchas, ciertamente. Más que nunca, también. Pero si esa era la mayoría silenciosa que se ha predicado desde algunos sectores durante los años en que, supuestamente, prefería quedarse en casa, la realidad les sitúa en lo que muchos pensábamos que sumaban: la minoría de la sociedad catalana. A tener en cuenta en el juego político, claro está. Pero también a respetar lo que piensa, lo que dice y lo que hace la mayoría, que no puede ser desplazada así como así, del terreno de juego por los sectores minoritarios de la sociedad. En eso consiste la democracia, guste más o guste menos.

De los que se manifestaron en el centro de Barcelona, muchos eran catalanes; la gran mayoría, con seguridad. Pero la presencia de españoles llegados de los sitios más diversos fue importante, como se podía observar en las pancartas que llevaban y que les identificaban, en los autocares que estaban aparcados en las calles adyacentes o en las imágenes distribuidas a través de las redes sociales en multitud de trenes. No resta importancia este hecho, ya que las manifestaciones son siempre ejercicios sanos de democracia y contarse en la calle también es importante. Aunque las sumas sean de espacios políticos muy diversos y convivan en la misma marcha un expresidente del Parlamento Europeo como Josep Borrell, un candidato a presidente del Gobierno español como Albert Rivera, la jefa de la oposición en el Parlament, Inés Arrimadas, y dirigentes del PSC, con formaciones ultras y fascistas brazo en alto. Una minoría, ciertamente. Pero son estas imágenes, junto a otras contra los Mossos y en actitud desafiante contra los que tenían esteladas en sus balcones las que sobran. Y las que siempre hacen daño al unionismo. O que se proteste contra Borrell por hablar en catalán.

El referéndum del 1 de octubre no ha sido, ni mucho menos, un ejercicio baldío. Su impacto se ve también en manifestaciones como esta. Y la inmediatez del pleno del martes en el Parlament, con la comparecencia anunciada del president Puigdemont, ha tensionado la vida política y mucho más allá. El president habla con unos y con otros buscando un consenso en el mundo independentista que tiene que partir de la validez del referéndum y de la ley aprobada por el Parlament e impugnada por el TC. Ello incluye la declaración de independencia una vez celebrado. El abandono sincronizado de las sedes sociales de empresas del Ibex por presiones del ministro de Economía, Luis de Guindos, causó en un primer momento preocupación y más tarde irritación. La impresión en el Govern es que una vez se ha producido un hecho que no deseaban, la palanca de fuerza y la amenaza a que iban a cambiar su sede social ha desaparecido. La política también se juega en el buen uso de los tiempos.