Para los que no somos de Madrid, la plaza de Colón la recordamos de cuando, en el año 2001, el entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, llevando a cabo una idea de José María Aznar, hizo colocar un mástil de 50 metros de altura en el que ondea desde aquella fecha la bandera de España más grande del mundo, de 14 x 21 m, o sea, 294 metros cuadrados. En una parte de la plaza están los Jardines del Descubrimiento, también hay un monumento a Cristóbal Colón de estilo neogótico y no lejos de allí, el Madrid político, la sede del PP en la calle Génova; el Madrid judicial, las sedes del Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional y la Fiscalía del TS; la calle de la Armada Española, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo de Cera. También está en la zona el restaurante Centro-Colón, donde TV3 había hecho unas reservas para sus trabajadores que iban a cubrir el juicio del 1-O y que la empresa madrileña canceló unilateralmente.

Hecho este preámbulo, la plaza de Colón será este domingo la nueva plaza de Oriente, donde franquistas declarados, nostálgicos o disfrazados de derecha moderada o incluso liberal, han convocado a sus simpatizantes para algo tan sencillo como "echar a Pedro Sánchez" por el delito de "alta traición". Los supuestos constitucionalistas, queriendo acabar con un presidente constitucional. La derecha calienta motores a lomos de Catalunya una vez más. Nada muy diferente de las mesas petitorias contra el Estatut d'Autonomia en 2006 en las que, supuestamente, 4.000.000 de personas firmaron la supresión de "los privilegios catalanes". Aquella aventura es sabido cómo acabó: nada funciona tan bien en España como las campañas contra Catalunya.

Ahora, Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal, los trillizos de esta nueva España dispuesta a arrasar con cualquier puente de diálogo con Catalunya, han montado la de San Quintín por un simple relator en las conversaciones entre partidos españoles y catalanes para mirar de encontrar una solución al conflicto. Lo he dicho desde el principio: mi desconfianza sobre los avances que pueda haber entre el gobierno de Pedro Sánchez y el independentismo catalán es casi absoluta. Sánchez no tiene ni el cuajo para aguantar un pulso de sus barones socialistas y tampoco está en condiciones de echar un pulso al Madrid mediático, judicial y quién sabe incluso si Real. ¿Entonces, que está haciendo? A lo mejor tan solo observar si tiene pista de aterrizaje para futuros movimientos. O, quién sabe, si incluso ni eso: jugando a atraerse la confianza de los independentistas para asegurarse la tramitación de los presupuestos.

O, quizás, incluso todo es más rocambolesco: ahora ya puede decir a los independentistas con la que le ha caído que lo ha intentado y que vayan con cuidado porque esta España de los trillizos es la que vendrá si él cae. Pero hay algo más preocupante que los movimientos de Sánchez, difíciles siempre de interpretar: la evidencia de que es imposible llegar a un diálogo con posibilidad de acuerdo sobre un referéndum acordado.