Sin nosotros no sería hoy alcaldesa de Barcelona. Estas palabras a bocajarro de Manuel Valls, que con sus tres votos acababa de aupar a Ada Colau cuatro años más a la máxima representación de la ciudad, son la viva estampa del insólito pacto entre los comuns y Ciudadanos. Los votos gratis de Valls, que  ha repetido Colau hasta la saciedad para hacerse perdonar que solo así conservaba el poder, empiezan a sonar a partitura desafinada. Una hora más tarde, Valls protagonizaba un segundo gesto de cuál es su actitud en esta nueva fase de su vida pública negándole a Quim Torra el saludo y señalándolo dedo en alto durante la tradicional recepción del president de la Generalitat al nuevo consistorio.

Pero ni las notas de Valls, mitad folklóricas, mitad de una enorme mala educación, ni la elección de Colau prevista desde hace días, evitaron que el gran protagonista de la jornada fuera Quim Forn, el conseller del Govern fulminado por el 155 y que permanece en prisión provisional desde hace 590 días. Forn tuvo cinco minutos para hablar, un tiempo más que suficiente para pedir diálogo, reiterar sus convicciones, mostrar públicamente su serenidad y la defensa de sus convicciones políticas y explicar por qué su formación política, Junts per Catalunya, había votado a Ernest Maragall a la alcaldía de Barcelona. A Forn se lo llevaron los mossos de vuelta a la prisión de Brians 2 inmediatamente acabado el pleno y este domingo emprenderá viaje de regreso a Soto del Real. La grandeza de Forn es solo comparable a su humildad y generosidad. Lástima que en la política no haya más Forns.

El independentismo ha perdido Barcelona, las municipales han supuesto el resurgir del PSC que está en el gobierno de las diez ciudades más pobladas de Catalunya, y Esquerra Republicana y Junts per Catalunya se han hecho zancadillas allí donde han podido en un espectáculo nada gratificante. Las apelaciones de Torra a la unidad estratégica del independentismo no han sido escuchadas, algo que ya no es una novedad. 

Pero la composición de los consistorios dejan al descubierto algo que ya no se puede obviar: solo habrá un nuevo gobierno independentista en Catalunya después de las próximas elecciones catalanas si repite la mayoría absoluta. Si no es así, cualquier combinación será válida para repetir lo de Barcelona. Luego, que nadie se llame a engaño.