Albert Rivera está desesperado. La suerte se le ha vuelto esquiva, el momento dulce que tenía en la política española quizás haya pasado después de la moción de censura ganada hace unos meses por Pedro Sánchez y, por ello, necesita convertir todas sus intervenciones públicas en una bronca permanente. Poco queda de aquel político fresco, que podía encarnar una nueva derecha, que se decía liberal, y que se abrió paso en la política española de la mano de las televisiones privadas, que le aseguraron el prime time permanente a cambio de hacer de ariete de la campaña más difamatoria, injuriosa y falsaria que se había hecho hasta la fecha contra el catalanismo político. Hoy es un político amargado, con un único discurso consistente en encarnar una españolidad rancia y en ocasiones ultra y joseantoniana, que hace del odio y la confrontación casi su única bandera política. 

El vergonzoso numerito que Rivera ha protagonizado este viernes en Els matins de TV3, el programa matinal que dirige y presenta Lídia Heredia, con un guión premeditado y destinado a reventar la entrevista e intentar denigrar a la televisión pública de Catalunya y sus profesionales, es impropio de un político que se pretende serio, de talante democrático y medianamente defensor de la libertad de información. No se trata de que Rivera haya criticado a la cadena, cosa, obviamente, en la que él y cualquiera están en su derecho. A poder ser, claro está, con pruebas, y más cuando uno tiene una responsabilidad pública. Pero para dar el salto a la calumnia se tiene que estar muy desesperado. Para enfrentarse a un periodista, casi exigiéndole que le formule unas determinadas preguntas, se tiene que estar muy desesperado. Para calificar a los Mossos de "policía política", considerar a TV3 "aparato de propaganda separatista" y convertir una entrevista en la cadena pública catalana en un plató de televisión al que se acude para realizar un spot para las televisiones españolas se tiene que estar muy desesperado.

Rivera empezó su carrera política queriendo ser un Adolfo Suárez y con quien mejor se puede comparar hoy lo que hace es con Donald Trump. Con una diferencia: calumnia igual que Trump a los periodistas pero las empresas de comunicación españolas, no todas pero la gran mayoría, en vez de denunciarlo como hacen en Estados Unidos aquí le acunan y le protegen en su actitud guerracivilista. No servirá de nada, pero ha llegado el momento de decirle, con la mayor rotundidad posible, que se está pasando de la raya. Que la violencia verbal que practica tendrá, esperemos, poca incidencia en una sociedad madura y democrática como la catalana, que ha respondido con cordura a la creciente escalada de provocaciones de la ultraderecha en la calle. Y que si toda su acción política consiste en arrancar lazos amarillos, desacreditar a los Mossos, calumniar a TV3, intentar que el catalán sea una lengua marginal y exigir un nuevo 155 para coger aire, es un pobre bagaje a exhibir, demasiado pobre.