Lo que empezó por Murcia, siguió con la convocatoria electoral en Madrid; provocó una crisis que puede acabar con la desaparición de Ciudadanos, supuso la primera derrota del laboratorio monclovita de Iván Redondo y ha disparado en la bolsa de la política las acciones de Díaz Ayuso, ha tenido este lunes un nuevo e imprevisto cambio de guión. El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, abandonará el Ejecutivo para presentarse a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Aunque su movimiento es bastante menos épico que como lo ha explicado en las redes sociales, ya que, en el fondo, se trata de evitar el naufragio de Podemos en las elecciones autonómicas del 4 de mayo, en unos momentos en que incluso alguna encuesta ha pronosticado la desaparición de la formación morada, sí que tiene el punto de generosidad de un personaje controvertido, jugador y bastante más valiente que la media de la clase política ya que se lanza a la aventura con bastante más a perder que a ganar.

Todo eso ha pasado en tan solo un mes desde la celebración de las elecciones catalanas del pasado 14 de febrero, cuya digestión está teniendo tantas ramificaciones en la política española que las desavenencias entre Esquerra y Junts , aún siendo importantes o muy importantes, tanto que pueden amenazar incluso el acuerdo sobre un nuevo Govern, parecen mucho más gestionables que los derroteros que está adoptando la política madrileña. Porque por más que se trate de separar la convulsión de la política española de lo que ha sucedido estos últimos años en Catalunya, es indisociable. La irrupción del espacio independentista como mayoritario, primero en escaños y después del 14-F también en votos, acercándose al 52% de los sufragios, ha desencadenado una serie de movimientos sísmicos, que van desde el hecho de que Pedro Sánchez se ha quedado desnudo en el tema de los indultos a alterar la agenda política de los próximos meses.

Entre otras cosas, porque el epicentro de los intereses de los partidos españoles va a ser descaradamente Madrid, al menos, hasta el verano y los temas catalanes van a quedar desplazados cuando no congelados. No los que tienen que ver con la normalización de las relaciones entre ambos gobiernos, en las que se antoja más que difícil avanzar si no es con alguna foto para salir del paso, sino incluso con temas que poco o nada tienen que ver con la independencia como, por ejemplo, la anunciada fabricación de baterías eléctricas en Martorell. Después del anuncio de Pedro Sánchez en Barcelona parece que han empezado las rebajas y la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Rivera, ya habla de fabricar baterías en Martorell y en otros territorios. Vamos, el gobierno Sánchez inicia una operación política de baterías para todos.

Pero volvamos a Iglesias. Una vez pasado el primer momento de desconcierto, queda encima de la mesa la pregunta sobre su jugada: ¿estratega o suicida? Hoy tiene más de lo segundo que de lo primero. Pero si la política española pretendía en algún momento parecerse a Borgen -la famosa serie de televisión danesa- e incorporar ciertas dosis de idealismo en la gestión de la cosa pública, en cuestión de semanas ha transitado hacia la francesa Baron Noir, una serie más descarnada y cercana a lo que sucede en realidad.