En plena discusión sobre la estrategia a seguir por el independentismo y debates muchas veces estériles entre sus dirigentes, el movimiento cívico que le da apoyo demostró este sábado en la calle que son poco permeables a tacticismos e intereses partidistas. Más de cien mil personas, 110.000 según la Guardia Urbana, recorrieron el centro de Barcelona pidiendo la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados. Y demostraron, una vez más, la musculatura de un movimiento capaz de expresar un sábado de un mes de julio pacífica y multitudinariamente la injusticia de causas penales con privación de libertad contra los líderes independentistas.

En una semana fuertemente marcada por el revés de la justicia alemana al juez Pablo Llarena y, por extensión, a toda la Sala del Tribunal Supremo pero también a la fiscalía, a los partidos del 155 y a la monarquía española, la movilización de este sábado vuelve a ejercer presión para la inmediata libertad de los presos políticos. España ha perdido la partida de la rebelión que se inventó para poder sustentar el discurso político y mediático que creó y, que a la postre, desembocó en la suspensión del Govern y de la autonomía. 

Hoy se ve con absoluta claridad la pantomima que permitió hacer todo aquello. Arrasar la autonomía e intentar liquidar con amparo legal una generación política. No valía la acusación de malversación, que, por otro lado, tampoco ha podido ser probada y el gobierno español dice que no existió. Para propinar el escarmiento buscado se tenía que armar una causa judicial que después del pronunciamiento alemán es indefendible.

Por eso el Tribunal Supremo prefiere enrocarse y juzgar únicamente a los que están en la prisión. También los fiscales del caso viven como una humillación tener que rebajar la petición de condenas. 

Frente a los que defienden que las manifestaciones y la solidaridad con los presos ya son sobreras, vale la pena resaltar que mientras no se revierta la situación de todos los que están en la prisión y en el exilio nunca estarán de más. Y que el movimiento independentista encuentra siempre en la calle la fuerza que se le niega. Que no es patrimonio de nadie: ni de partidos ni de entidades; ni de moderados ni de radicales; ni de pragmáticos ni de aventureros. Es de todos, excepto de aquellos independentistas que no quieren estar.