Primero: El discurso del president de la Generalitat, Carles Puigdemont, me ha gustado. Sereno, dialogante, templado, cercano e inclusivo. Ningún portazo en un momento difícil y después de que 24 horas antes Felipe VI, en un inusual discurso partidista emitido por todas las cadenas de televisión, hubiera perdido una gran oportunidad de ser el rey de todos y no solo el portavoz del PP y de Ciudadanos. Las formas siempre son importantes y si el Rey desaprovechó el martes la ocasión, Puigdemont se aferró lo máximo que pudo al diálogo y le dejó al monarca la pesada carga de portavoz de la represión. El abismo entre los dos discursos no tiene discusión.

Segundo: la mediación. Puigdemont insiste en la mediación internacional. Junqueras ha promovido algunos encuentros y ha trabajado a fondo esta vía. Son muchos los sectores políticos y sociales que la defienden. La prensa internacional la demanda de una manera muy unánime y diferentes gobiernos europeos la suscriben con la discreción que la diplomacia siempre suele trabajar estas cosas. En España, Podemos ha liderado una propuesta en este sentido que han aceptado Esquerra Republicana y el PDeCAT. El Gobierno rechaza la iniciativa de todas todas, como si solo le valiera en estos momentos la humillación pública del Govern. La irresponsabilidad del PP no debería ser secundada por el PSOE y de manera especial por Pedro Sánchez, que debe tener altura de miras si aspira un día a gobernar y abandonar la posición de ser exclusivamente la muleta de la derecha.

Tercero: la utilización del castellano y catalán en la intervención de Puigdemont corrige un grave error del Rey, que omitió deliberadamente la lengua catalana, que conoce a la perfección, como muy bien le recordó el president de la Generalitat. También envía un mensaje a esa España, hoy minoritaria pero importante, que ha expresado en voz alta su irritación por la represión policial del pasado domingo y por el callejón sin salida a que está llevando el gobierno español la política catalana. La apelación tarradellista de que "Catalunya es un solo pueblo que ama las lenguas que habla, que no tiene ningún problema con las identidades y que quiere seguir contribuyendo al desarrollo del Estado español" es un guiño. Insuficiente fuera de Catalunya, exagerado para otros dentro de Catalunya pero gigantesco al lado del silencio real con las más de 800 personas que necesitaron asistencia el domingo por la violencia policial.

Cuarto: Soraya Sáenz de Santamaría está en guerra. Las banderillas del PSOE promoviendo una moción de censura en el Congreso de los Diputados por su actuación como vicepresidenta del gobierno en los hechos del domingo la llevaron a cometer un inmenso error tras la intervención de Puigdemont. Más allá de la escena televisiva del vídeo que grabó en la que aparentemente se desintegra su imagen de manera sorprendente, no parece ser la hora de los bomberos pirómanos. Igual que Puigdemont se ha tomado su tiempo para contestar al Rey, SSS lo hizo casi inmediatamente después de la intervención del president. Obviamente, no le contestaba a él, se estaba dirigiendo a su público.

Quinto, el Parlament ha sido convocado para el lunes en que analizará los resultados del referéndum celebrado el pasado domingo. El discurso de Puigdemont precisa de la política española una respuesta que no sea un nuevo portazo. En política, el tiempo de la negociación no finaliza nunca. Lo dicen al unísono Puigdemont y Junqueras.