La llegada de Pere Aragonès a la presidencia de la Generalitat se demorará muy probablemente aún varias semanas después de las calabazas que le ha dado el secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Sànchez. El pressing Junts, precipitado por Esquerra Republicana y la CUP con el anuncio este mismo martes de los detalles del acuerdo por el que los republicanos se aseguraban los votos de los anticapitalistas, se ha quedado, en la práctica, sin recorrido después de que Sànchez pusiera voz a lo que hace días que ya no era un secreto: no se ha cerrado un acuerdo programático, no se han generado las confianzas para un gobierno estable de cuatro años y, en consecuencia, hay que seguir negociando. Los 32 votos de Junts, uno menos que Esquerra y PSC, le obligan a renunciar a la presidencia sin matiz alguno. Pero entienden que ello no les resta margen para negociar un acuerdo entre iguales con Esquerra.

El noviazgo entre Junts y ERC, que algunos presumían mucho más corto el pasado 14 de febrero por la noche, cuando se conocieron los resultados electorales, que dieron 74 escaños de 135 a las formaciones independentistas y prácticamente el 52% de los votos, parece estar aún en una fase muy inestable, con demasiados reproches en los medios de comunicación o en las redes sociales. Aunque la voluntad de la pareja es, aparentemente, inequívoca, parece necesitar además de expresiones de buena voluntad de una inmediata desescalada verbal. Aunque la política catalana está de sobras acostumbrada a cambios de guión en el último momento, cuesta pensar que la sesión de investidura de este viernes (primera) y domingo (segunda) sea algo más que un acto protocolario por parte de Aragonès o Salvador Illa condenado al fracaso. De ser así se abrirá un último período de hasta dos meses para que los tres partidos independentistas avalen la candidatura de Aragonès y dar formalmente inicio a su presidencia, descartando, de paso, una convocatoria de elecciones por falta de acuerdo.

El anuncio de Sànchez, seguramente un jarro de agua fría para ERC, deja, sin embargo, las puertas abiertas de par en par para un acuerdo "en días o semanas" —más lo segundo que lo primero— que lleve a Aragonès a la presidencia pero con unas reglas de juego que pongan negro sobre blanco la vía de la unilateralidad si no hay acuerdo para un referéndum y el papel del Consell per la República. Para Junts son dos líneas rojas, como lo es para Esquerra la mesa de diálogo con el Gobierno del Estado. En este punto, Sànchez hizo un guiño a Aragonès aceptando, dijo, sin matices y lealmente, lo que ha sido una piedra angular de la política de los republicanos a la hora de explorar la negociación con España.

Resumiendo, hay piezas para encajar que no son nada menores y que seguirán siendo un obstáculo si no se abordan de frente, como es el papel del Consell per la República; Jordi Sànchez tiene el aval de Carles Puigdemont y Laura Borràs, lo que es más que suficiente para mantener la posición de dureza actual; y, finalmente, por más que se predique lo contrario, la negociación en el alambre siempre tiene sus riesgos.