Sevilla es un funeral. El PP es un funeral. Cristina Cifuentes es un cadáver político por más que el partido se resista a certificarlo. Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal son una sombra de lo que fueron. El PP está grogui mientras sigue hablando en su convención del independentismo catalán, de rebelión, de golpe de Estado y de cómo salvaron a España. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Será quizás por el lugar escogido para su convención sevillana, el hotel Renacimiento, un nombre que le viene, en esta ocasión, como anillo al dedo. Puestos a aplicarse a ello, el trabajo es ingente, según el diccionario: acción de renacer un ser vivo después de la muerte real o aparente. La justicia europea ha pasado como una apisonadora por encima de la justicia española dejando en mantillas el relato del Estado español y de la violencia en Catalunya. Lo peor ha sido la reacción: el nacionalismo español se ha movido entre la incredulidad, la indignación y la rabia. ¡Ay, las mentiras!

Mientras eso sucedía, a casi 3.000 kilómetros, el president Carles Puigdemont descansaba después de recobrar la libertad tras pasar doce días retenido en la prisión de Neümunster y de que la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein rechazara la extradición por rebelión. Ahora, la Audiencia estudiará si se dan las razones para que pueda ser extraditado por malversación. Un delito no probado hasta la fecha por más que el juez Pablo Llarena lo haya llenado a base de literatura. La ministra de Justicia alemana, Katarina Barley, del SPD, ha echado un jarro de agua fría a las esperanzas de la Moncloa al asegurar que España deberá explicar ahora por qué hace esta acusación y "eso no será fácil". Hay partida en esta acusación mientras el Estado español se precipita con su negligencia al precipicio.

En un país donde la separación de poderes está tan clara no cabe suponer componendas. Claro que no. Pero Alemania, sus portavoces, sus medios de comunicación, están mandando un mensaje inequívoco a las autoridades españolas: siéntense y hablen. La represión y la justicia no solucionarán el conflicto. No es extraño en este contexto que Carles Puigdemont declarara en la puerta de la prisión en alemán e inglés que es el momento de la política y del diálogo. Unas palabras bien acogidas por las autoridades alemanas, a las que nada les satisfaría más que Berlín fuera el kilómetro cero de un nuevo tiempo. No habló Puigdemont de condiciones pero sí que dejó claro que el diálogo pasa por él.

Pero esta actitud de Puigdemont no va a encontrar respuesta si España no se siente al borde del abismo. O como apunta el diario más importante de Alemania, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, y el canal de televisión NTV,  si el gobierno alemán o la UE no intervienen en el conflicto entre Catalunya y el Estado español. La cancillera Merkel, en el centro de todas las miradas.